A fines de octubre de 1971, un médico neurólogo del Hospital de Policía, temprano lector de las tiras de prensa de Alex Raymond y Milton Caniff, ganó el concurso convocado por El Comercio para refrescar su página de historietas. Su “Selva misteriosa”, de impronta entre naturalista y expresionista, fascinó al jurado, y durante los tres años siguientes, a sus lectores. En sus historias de aparecidos, seres legendarios, brujerías y búsquedas de tesoros (muchas de ellas escuchadas de boca de su madre iquiteña), la Amazonía narrada y dibujada por Javier Flórez del Águila (Trujillo, 1934) nos produce fascinación y sobresalto. En este escenario de agreste tinta, habitado por hombres duros, sabios indígenas y mujeres infartantes, el Estado no existe y es la naturaleza la que dicta su letal sentencia.
La historieta quedó trunca luego de que la dictadura militar expropió los periódicos a sus dueños en 1974, y fue retirada junto a otras al considerar al cómic un medio “alienante”. En octubre próximo, 44 años después, por primera vez las aventuras protagonizadas por el 'trochero' Javico se publicarán en un solo volumen. La buena noticia no viene sola: Flórez del Águila es el homenajeado del IV Encuentro de Narradores Gráficos que este fin de semana termina en la Casa de la Literatura Peruana. Tal parece que, en la selva, es tiempo de cosecha.
—“Selva misteriosa” inicia con “El finado”, una historia de crimen y fantasmas. ¿Cómo llegan a ti esas míticas historias de la selva?Mi madre me contaba leyendas de personas que se perdían en el monte. Si alguien regresaba, la gente decía que había vuelto “el finado”, porque ya se le había dado por muerto. Ella me contó la historia del Chullachaqui en dos versiones: como un gigante con los pies hacia atrás y la de un enano que tenía los pies de distinto tamaño. También leíamos en casa “Sangama”, la novela de Arturo D. Hernández, que publicaba por entregas la edición vespertina de El Comercio. Para algunos episodios de “Selva misteriosa” me basé en “Selva trágica”, la segunda novela de Hernández.
—“Selva misteriosa” aparece en un tiempo en que el Perú necesitaba aventuras, que lo distrajera de la dictadura y la crisis...Representaba el movimiento civil de entonces. Estaba el gobierno militar y había mucho descontento con la reforma agraria. Familias de Iquitos que nosotros conocíamos se vieron muy afectadas. Lógicamente, no me interesaba contar la historia de un recuperador de tierras, no quería meterme en política. Pero quería contar las aventuras que una persona como nosotros, que pagara impuestos, que trabajara, que tuviera familia. Alguien que sintiera miedo a lo desconocido. Yo no lo consideraba un héroe. Era un observador, el narrador de mi historieta.
—La historieta coincide con ciertas épicas de desarrollo nacional. La naciente industria petrolera, por ejemplo.Cuando dibujaba la historieta, me preguntaban por qué no salían historias de caucheros. Y yo les decía que “Selva misteriosa” trata sobre el aquí y el ahora. Para mí, la explotación petrolera en Trompeteros, por ejemplo, era un triunfo no del gobierno, sino de los ingenieros peruanos. Y así lo puse. No quería hacer política, pero sí pensar el aspecto social de la historieta.
—En efecto, el caucho había dejado de ser negocio entonces. Tú dibujas una terrible realidad: el secuestro de aquellos territorios por los primeros productores de drogas...Cuando trabajaba en la revista “Avanzada”, el dibujante Hernán Bartra, a quien le debo mucho, me preguntó por qué no dibujaba algo sobre la droga en la selva. “¡Acabo de ir a Tocache, allí la droga es todo!”, me decía. Y mira que hablamos de fines de los años 60. Me contó cómo sacaban el látex de opio de la amapola. Ese fue el origen de la tragedia que vivimos hoy. “Avanzada” cerró y no pude dibujar esa historia. Y en “Selva misteriosa” empecé a pensar en una aventura con denuncia, sin policías.
—¿Por qué en tus historias el Estado es siempre el gran ausente?Porque es el 'far west'. La naturaleza se encarga de sentenciar a los culpables ahogándolos en sus remolinos, sus sumideros. No hay más justicia que la que dicta la ley de la jungla.
—Frente a hombres duros, dibujas mujeres misteriosas y de carácter. ¿Cuál fue el papel de los personajes femeninos en “Selva misteriosa”?Pensé que Alejandra, la pareja de Javico, tenía que ser protagonista. Inventé incluso una historieta en la que ella daba a luz. Eso extrañó a mis editores. Eso fue fundamental para demostrar que Javico no era un héroe solitario, que tenía una vida de pareja.
—¿La preeminencia de la mujer en tu historieta es una manera de homenajear a tu madre, la mujer que te contaba las historias? Sí. Mi madre era de la generación poscaucho. Mi abuelo trabajó no para la Casa Arana, sino para una empresa cauchera brasileña, instalada en Iquitos. Recuerdo una foto de mi madre, de niña, llevando en sus manos las libras esterlinas de oro. Mi abuelo le puso una institutriz francesa, una profesora de piano, aprendió pintura de caballete, todo tenía. Pero lo perdimos todo. Sufrió mucho. Nos crió sola. Recuerdo los tiempos de Bustamante y Rivero, cuando nos levantábamos a las 5 de la mañana para hacer yo la cola del pan y mi hermano la de la leche. Mi madre nos hacía el desayuno y nos acompañaba al colegio. Pudo darnos una buena educación, en el colegio San Agustín, en el Centro de Lima. De manera que siempre la vi como una heroína. Ella me enseñó a dibujar cuando yo tenía 8 años. Y copiaba las historietas. Había un puesto de revistas frente a casa y podía leer gratis las historietas argentinas que llegaban cada miércoles: “El Tony”, “El gorrión”, “Aventuras”, “Pif paf”, etc.
—¿Cuáles fueron tus primeras influencias? Al primero que intenté emular fue a Alex Raymond, no el de “Flash Gordon”, sino más bien cuando dibuja “Rip Kirby”. Su línea era muy fluida y elegante. Luego, ya cuando dibujaba en “Avanzada”, descubrí “Steve Canyon” y “Terry y los piratas” de Milton Caniff . Eran sensacionales sus paisajes en blancos y negros. Así quería dibujarlos yo. Y creo que fue notorio ese interés cuando empecé “Selva misteriosa” para conseguir ese misterio con la tinta negra. También me influyó el argentino Alberto Breccia, especialmente cuando dibuja “Sherlock Time”.
—Este es el momento en que me revelas el secreto para dibujar a mujeres tan memorables. [Ríe]. Lo primero es darles individualidad en su personalidad y su apariencia. Todas las mujeres que dibujaba eran distintas, misteriosas, risueñas, agitadas... No quería hacer como Milo Manara, que las dibuja a todas igual. Yo procuro empezar pensando en la personalidad del personaje.
EL CONVERSATORIOParticipan: Humberto Costa, Melvin Ledgard y Juan Acevedo. Lugar: Casa de la Literatura. Jr. Áncash 207, Lima. Día y hora: Hoy, 6 p.m. Ingreso: Libre.