El 18 de mayo de 2019 Cristina Kirchner anunció en un video que Alberto Fernández, ex jefe de gabinete de su fallecido esposo Néstor, encabezaría su fórmula presidencial. Esta sorpresiva jugada -que la corría a ella a un segundo lugar- buscaba capturar votos de segmentos más moderados. Fue una apuesta electoral exitosa, pero no efectiva para el ejercicio del poder en Argentina.
Tres años después, la relación entre las dos principales figuras del gobierno pareciera no tener retorno. Los primeros visos serios de la ruptura se produjeron tras la derrota del oficialismo en las elecciones legislativas del 2021. En aquella oportunidad, la vicepresidenta le envió una carta pública a Fernández donde lo exhortaba a que en su gestión “honre la voluntad del pueblo argentino”.
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Siguieron meses de tensa calma, con cuestionamientos de dirigentes kirchneristas al manejo económico. Martín Guzmán, ministro de Economía afín al mandatario, se convirtió en el blanco preferido. La tensión alcanzaría su punto más crítico a inicios de este año. Diversos analistas coinciden que la ruptura definitiva se dio luego que el gobierno acordara con el Fondo Monetario Internacional (FMI) la reestructuración de la deuda contraída por el gobierno de Mauricio Macri.
“Cristina considera que este acuerdo se encamina a una situación de ajuste, reducción del salario real y mayores problemas a los sectores donde ella trata de captar votos”, refiere Martín Rodríguez Yebra, Secretario de Redacción del diario “La Nación”.
Actualmente, a diferencia de los primeros meses, el distanciamiento entre Alberto y Cristina ya no se disimula. Llamadas sin contestar, actos públicos por separado y frases cruzadas, alimentan la sensación de una grieta irreparable. “Durante un tiempo el presidente trató de amortiguar los efectos, mirar hacia otro lado. Hasta que en un momento se dio cuenta que no había vuelta atrás y salió a responder”, señala Roberto Starke, director de la consultora Infomedia Consulting.
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El kirchnerismo busca desvincularse de un modelo con el que tiene diferencias y le puede hacer perder electorado. “Quieren separarse para al menos intentar preservar la identidad de su movimiento, que se identifica con el distribucionismo, con repartir desde el Estado hacia las clases más desprotegidas”, dice Rodríguez Yebra.
El retiro de subsidios a los servicios públicos y el consecuente aumento de tarifas fue el capítulo más reciente de esta pugna. Starke indica que la reducción del gasto público encuentra resistencia en el Senado, donde los parlamentarios afines a Cristina Kirchner tienen significativa presencia. “El kirchnerismo boicotea este tipo de medidas, porque ellos más bien incentivan lo contrario. Lo que intentan es conservar son sus votantes tradicionales, donde muchos dependen del gasto público”, menciona.
La economía, un factor con peso electoral
Con un Ejecutivo fragmentado las respuestas a la galopante inflación siguen sin aparecer. La semana pasada el Indec (Instituto Nacional de Estadística y Censos) informó que la subida de precios de los últimos 12 meses (de abril 2021 a abril 2022) alcanzó el 58%, la cifra más alta desde 1992.
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Para este año, el gobierno había proyectado inicialmente una inflación anual del 33%. Las circunstancias modificaron las proyecciones. Según el último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central, el Ejecutivo ahora admite la posibilidad que la subida de precios supere el 60%.
“La pugna interna le agrega mayor incertidumbre a la economía. No se sabe qué postura ideológica va prevalecer. Mientras no haya un planteo unificado de un programa económico va ser muy difícil controlar la inflación”, comenta la historiadora Camila Perochena, autora del libro “Cristina y la historia”.
Esta crisis y las disputas dentro del bloque oficialista Frente de Todos condujeron al incremento del rechazo social. Una encuesta de Poliarquía Consultores, publicada esta semana, muestra que la imagen positiva del gobierno apenas alcanza el 20%. Los dos protagonistas de esta tirante relación superan el 60% de rechazo, lo que supone el peor momento de valoración pública desde el inicio de la gestión.
“En esta pugna sufre más quien preside. Sobre todo, porque Alberto no tiene una base propia de poder. Aunque, Cristina también sale debilitada porque está entorpeciendo la gestión, pero ya no tiene el poder para mandar, para torcer las cosas. Eso expone su debilidad. Es una crisis autodestructiva”, refiere Rodríguez Yebra.
La irrupción de Milei
Estos bajos niveles preocupan al frente oficialista de cara a las elecciones presidenciales del 2023. La oposición, encabezada por la agrupación de centroderecha Juntos por el Cambio, pareciera tener el camino allanado, aunque también transita debates internos. “No están pudiendo capitalizar el desorden del Ejecutivo porque no tienen claro quién tiene el liderazgo entre ellos”, indica Perochena.
El crecimiento de un actor por fuera del sistema, como el economista Javier Milei, complejiza el panorama electoral. Motivado por la continua desvalorización del peso -la segunda moneda más devaluada del mundo según Bloomberg- Milei propone una dolarización de la economía argentina. Rodríguez Yebra considera que este actor autodenominado anarco liberal “trae un discurso catalizador del malestar social. Y pone en una situación delicada a sectores de Juntos por el Cambio que se tientan con ese tipo de discursos radicalizados”.
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