Desde hace varias semanas un tema ocupa casi totalmente el espacio noticioso nacional: la cirugía de nuestra presidenta. El debate está centrado en si cometió o no infracción a la Constitución o a las normas electorales vigentes, y la fundamentación central para el cuestionamiento estriba en el vacío de poder generado durante o en los días posteriores a la cirugía.
Más allá del debate sobre si Boluarte actuó de forma lícita o ilícita, se abre un espacio para considerar si cabe revisar y modificar el propio marco legal que regula los procesos electorales con el objeto de que no sea posible inscribir una plancha incompleta, y repensar el rol del vicepresidente –que ha probado ameritar más relevancia de la que le damos– en un sistema tan frágil como el nuestro.
Ahora, independientemente de la discusión jurídica, el sentido común dicta que: si un presidente –por cualquier motivo– está incapacitado, para eso está el vicepresidente, ¿no?
El problema es que Boluarte no tiene vicepresidente. En su plancha, el hoy prófugo Vladimir Cerrón fue inhabilitado como segundo vicepresidente, dejando incompleta la fórmula presidencial. En un país de inestabilidad política crónica, esta ausencia no es trivial y una plancha presidencial completa no es un lujo, es una necesidad. Y con “plancha completa” no me refiero solo a tener tres nombres en la lista, sino a una fórmula íntegra, capaz de garantizar continuidad y liderazgo en todo momento.
Desde el 2016, los vicepresidentes han gobernado más tiempo que los presidentes electos. Pedro Pablo Kuczynski renunció tras año y medio, y Martín Vizcarra asumió la presidencia por más de dos años y medio. Pedro Castillo duró menos de un año y medio; mientras Dina Boluarte ya lleva dos. Este patrón refleja la fragilidad de nuestra política y la importancia de elegir no solo presidentes, sino también vicepresidentes capaces.
Es cierto que en las urnas votamos por una plancha presidencial, pero nuestra cultura caudillista nos lleva a pensar poco en quienes ocupan las vicepresidencias. ¿Cuántos, en el 2021, vieron a Dina Boluarte como parte integral del proyecto de Castillo? La relación adversa entre Boluarte y los defensores de Castillo sugiere que fueron pocos. Lo mismo ocurrió en el 2016: ¿cuántos votaron por PPK pensando en Vizcarra?
La lección es clara: en un sistema donde los presidentes caen con frecuencia, los vicepresidentes no son adornos políticos. Cuando vamos a las urnas no solo elegimos a un presidente, elegimos a quienes podrían liderar el país en su ausencia –temporal o permanente–. Ignorar esta realidad ya no puede ser una opción.