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El error con el voto joven
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Sabemos que en las elecciones del próximo año tendremos más de dos millones de nuevos votantes. Es un bloque lo suficientemente relevante como para definir una elección.
Los jóvenes que votarán por primera vez en el 2026 en el Perú son parte de una generación global atravesada por la pandemia, con una socialización política, emocional y digital marcada por la virtualidad. Además, los jóvenes peruanos no crecieron con un trasfondo político sosegado. Sus primeros recuerdos de la política probablemente tengan que ver con renuncias, disoluciones o vacancias. Es una generación criada en la precariedad institucional, acostumbrada al ‘todo puede pasar’ político.
El resultado: son jóvenes ‘pandémicos’ como sus pares globales, pero también hijos de la inestabilidad peruana. Una generación doblemente marcada por la incertidumbre. En apariencia no cargan lealtades partidarias. Eso los hace más libres, pero también más impredecibles.
Hoy, se multiplican los intentos por descifrarlos: “El perfil de la nueva generación”, “¿Cómo son los jóvenes en el Perú?”. Queda claro que recién intentamos entender a estos jóvenes cuando se vuelven relevantes electoralmente. Nos interesa descifrar cómo votan, no cómo viven. Y, seamos francos, lo que conocen la mayoría de nuevos adultos en el Perú es un país que les ha fallado consistentemente.
Muchos políticos creen que bailar en TikTok basta para conectar con ellos. Confunden lo digital con lo trivial, como si haber crecido entre pantallas anulara la necesidad de profundidad, de propuestas políticas reales y con sustancia. Es un error pensar que el formato digital y breve equivale a un pensamiento ligero. Recuerden que lo que mejor saben reconocer las nuevas generaciones es la autenticidad (y la falta de ella).
Seguimos obsesionados con predecir su voto, en vez de pensar en cómo reparar el país en el que votan. Todos dicen querer representar a los jóvenes, pero no todos piensan en qué significa gobernar para alguien cuya normalidad nunca fue la promesa de un futuro mejor (alguien que probablemente aprendió a desconfiar de la política desde la infancia). Tampoco ayuda que su primera experiencia de voto se sienta como un trámite obligatorio, en elecciones que ya se anticipan complejas.
Quizás el reto no sea entender al voto joven –nadie nunca entiende del todo a las generaciones que le siguen–, sino reconocerlos como lo que son: ciudadanos que heredan un país roto y sin una mirada de futuro. Finalmente van a poder decidir sobre ese país. Más que conquistarlos, la política necesita escucharlos.

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