El cine es un canal mágico para llevarnos en viajes que a veces solo son posibles en nuestra imaginación. Hace unas semanas, se estrenó en el Perú una de esas películas que nos invitan a adentrarnos en experiencias emocionantes que nos dejan vibrando cada fibra. “Poor Things” llegó a la industria cinematográfica no solo para arrasar con los galardones y obtener 11 nominaciones al Oscar, sino para recordarnos la complejidad del ser humano y lo maravilloso que es estar vivo.
El reconocido director griego Yorgos Lanthimos vuelve, una vez más, a hacer ruido en esta temporada de premios con una de las mejores películas de la década que repite una idea tradicional desde un enfoque original: una suerte de Frankenstein femenino. “Poor Things” (adaptación del libro homónimo) presenta a Bella Baxter (Emma Stone), un personaje bastante especial que nos permite conocer el lado más vulnerable e inocente de una mujer que prácticamente vuelve a nacer en una travesía del autoconocimiento y descubrimiento del mundo.
Me tomaría varias páginas tratar de analizar a profundidad un personaje tan rico y complejo como el de Baxter, pero, aun así, me gustaría presentar el origen de su historia: el cerebro de un bebe no nacido conviviendo con el cuerpo de una adulta que un científico-cirujano rescató antes de quitarse la vida. Bella es una niña que ha vuelto a la vida –aunque físicamente sea mayor en edad– que desarrolla sus capacidades lingüísticas muy rápido, pero que evidencia torpeza motriz, que desconoce de normas sociales, no controla sus impulsos y siente inmensa fascinación por descubrir cosas nuevas, como digna hija de un científico.
Vivió, desde su creación –no podemos hablar de un nacimiento propiamente dicho–, siempre con su “padre” Godwin Baxter (Willem Dafoe), un importante hombre de ciencia que la mantiene en cautiverio como parte de su relación familiar. El nombre de Godwin o “God” (dios), como Bella lo llama, resulta aún más relevante si notamos el juego de palabras y el rol que cumple como creador y protector de Bella y, finalmente, como su figura paterna.
A Bella nada puede generarle vergüenza ni miedo, y es por esto que “Poor Things” es una alabanza hacia el placer y la libertad en todo sentido. Los recursos visuales colaboran para construir esta narrativa, comenzando con la colorización, que es el primer recurso que salta a simple vista: la cinta empieza en blanco y negro durante todo el período de “infancia” en el que Bella vive prisionera en la casa de Godwin. Más adelante, cuando el personaje de Duncan Wedderburn (un extraordinario y misterioso Mark Ruffalo) hace su aparición y la invita a ser su compañera, Bella comienza su proceso de reconocimiento del mundo exterior y, más importante aún, de su mundo interior. Es en este momento del clímax de la emoción y del placer sexual en el que ingresan a la pantalla los colores vivos y reales.
“Poor Things” está lleno de símbolos. La rebelión y pronta emancipación de Bella respecto de su padre –que, como mencionamos anteriormente, representanta esta suerte de “dios”– por haber conocido a un hombre interesante que le ofrecía bajarle la luna. El despertar sexual como el momento en el que inicia el proceso de madurez y su camino hacia la edad mental adulta. El “choque contra la pared” que se da Bella al descubrir que el mundo real es cruel y violento. Todo ello engloba, a mi parecer, el concepto de perder la inocencia de la infancia y cruzar ese umbral que divide lo que significa ser una niña y convertirse en una mujer.
Aunque en diferentes dimensiones, las mujeres vivimos esa travesía física y emocional de crecer, enamorarse, rebelarse, sufrir, experimentar con la sexualidad, crecer profesionalmente, conseguir la autorrealización, sentir todo muy intensamente y un largo etcétera. En “Poor Things” acompañamos a Bella y podemos vernos reflejadas en ella, en sus ganas de comerse el mundo, pero también de sentirse pequeña frente a las amenazas y adversidades.
En lo técnico, “Poor Things” es un completo deleite visual: desde el diseño de producción con vestuarios, peinados y maquillajes de época, pero con toques futuristas, los escenarios europeos que parecen sacados de la más extravagante imaginación, elementos que juegan entre los sueños y las pesadillas, la banda sonora y, por supuesto, un elenco de lujo que definitivamente merecía más presencia en los premios de la Academia conforman una ecuación compleja, pero que nos da como resultado una obra maestra que llega a nuestras pantallas gracias a la visión del director.
Se aprecian, asimismo, otros recursos representativos de Lanthimos como el ojo de pez que sigue los movimientos de los personajes como si fuera el espectador participando del filme, chispazos de oscuridad en la historia a pesar del brillo visual y tramas que giran en torno a la violencia y la complejidad de los impulsos del ser humano, la sexualidad y la perversión, pero con buenos pincelazos de un humor muy peculiar.
Y, como bien dicen por ahí, “lo mejor para el final”: el trabajo de Emma Stone es brillante y merece cada reconocimiento que se le pueda dar este año. Lo que ha logrado con su interpretación de Bella Baxter es difícil de poner en palabras. Es absolutamente conmovedor y desgarrador a la vez, su desenvolvimiento corporal es fantástico y la minuciosidad con la que construye a Baxter logra su objetivo: presentarnos a mujer completamente desnuda de cuerpo y alma en lo más frágil del ser. A juzgar por las ceremonias previas, todo parecería indicar que este 10 de marzo Stone se llevará a casa su segundo Oscar como mejor actriz.
“Poor Things” es una historia fuera de lo común, quizás un tanto extraña, pero enternecedora, real y muy apasionante. No es una película para todo el mundo, hace falta mucha sensibilidad y una mente abierta para comprenderla. A pesar de ello, “Poor Things” es una carta de amor al proceso de crecer. Nos recuerda el valor de nacer, la importancia de ser curiosos, de explorar siempre y de nunca perder la ilusión de vivir.