(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Bullard

Jorge es un padre amoroso. Tiene dos hijos menores (de 7 y 2 años) a los que cuida con esmero. Le gusta cocinarles y, sobre todo, prepararles la cena. A los niños no les falta nada.

Él trabaja como carnicero. Tiene una tienda propia, muy bien surtida y exitosa por la calidad de sus productos. No es extraño que los clientes hagan largas colas.

Mario es uno de sus clientes. Se le acerca y dice: “Jorge, mis hijos necesitan comer. Puedes regalarme algo de carne”. Jorge lo mira sorprendido. “¿Por qué tendría que regalarte carne para tus hijos”, contesta. Mario le responde: “Si lo haces con tus hijos, ¿por qué no lo harías con los míos? Tienen la misma edad”.

“Son tus hijos, no los míos. Encárgate tú de ellos”. Mario lo mira y dice: “¡Antipático! Actúas solo guiado por el dinero y el interés”.
Jorge, que además de carnicero es muy leído, le recita de memoria una frase de Adam Smith, de su libro “La riqueza de las naciones” (quizás la frase más famosa de la historia de la economía): “No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.

“La riqueza de las naciones” (cuyo nombre en realidad es bastante más largo) es considerado el libro que fundó la economía y la obra más famosa de Smith. Es tan famosa que dejó en segundo plano quizás su obra más importante: “La teoría de los sentimientos morales”, posiblemente la obra que fundó la psicología.

Smith, en “La teoría de los sentimientos morales”, parece desmentir su propio ejemplo del carnicero. Allí dice: “…el ser humano, que solo puede subsistir en sociedad, fue preparado por la naturaleza para el contexto al que estaba destinado. Todos los miembros de la sociedad necesitan de la asistencia de los demás […]. Cuando la ayuda necesaria es mutuamente proporcionada por el amor, la gratitud, la amistad y la estima, la sociedad florece y es feliz”.

Esta idea de Adam Smith ha sido comparada con el ejemplo del carnicero y se ha sentenciado que es contradictoria. Para algunos, Adam Smith pasó de ser un filósofo moral a cometer un error que lo llevó a fundar la economía. Este problema es conocido como el ‘Adam Smith mistake’ (“El error de Adam Smith”). Y de allí se deriva la frase, tan repetida, que para Adam Smith el ser humano es egoísta.

Pero a Smith hay que leerlo completo. Líneas más abajo, en la misma “Teoría de los sentimientos morales”, Smith dice: “Pero aunque la asistencia necesaria no sea prestada por esos motivos tan generosos y desinteresados, aunque entre los distintos miembros de la sociedad no haya amor y afecto recíprocos, la sociedad, aunque menos feliz y grata, no necesariamente será disuelta. La sociedad de personas distintas […], como la de comerciantes distintos, en razón de su utilidad, sin ningún amor y afecto mutuo […] podrá sostenerse a través del intercambio mercenario de buenos oficios de acuerdo con una evaluación consensuada”.

Smith tuvo una visión extraordinaria del ser humano y de la sociedad. Entendía perfectamente el funcionamiento de una fuerza llamada empatía (de origen evolutivo), que es el deseo natural de asistir, apoyar y simpatizar con nuestros seres queridos y amigos. Con ellos no es necesario pagar ni celebrar contratos para obtener colaboración. Así funciona la familia, el clan o la tribu. Los padres no le venden la comida a sus hijos ni estos cuidan a los primeros de viejos por dinero.

Pero el desarrollo económico se genera en la gran sociedad. Para mejorar requerimos de relaciones impersonales. Usted está leyendo en este instante, a cambio de un pago, un periódico que se generó por la interacción de millones de personas y que necesita de ingentes recursos: papel, periodistas, computadoras, vehículos, etc. Pero usted quizás no conozca a ninguno de los involucrados (salvo el canillita). Recibe lo que quiere sin necesidad de tener empatía con todas las personas que lo producen. Así recibimos alimentos, vestido, transporte, telecomunicaciones y todo lo que necesitamos para sobrevivir sin tener empatía con los que nos los suministran. A eso le llamamos mercado.

Y es que el error de Adam Smith no está en lo que dijo sino en quienes lo leen mal y por pedacitos.