Deben ser pocos los peruanos que hoy salen de sus casas sin temor. Quizás caminen tranquilos los integrantes de las bandas criminales que se dedican a sembrar terror, o quienes tienen escolta las 24 horas del día, como la presidenta. Para el resto, estoy segura de que el miedo se ha convertido en el denominador común.

se tiene que ir. Y habrá que decirlo hasta que el Ejecutivo escuche.

El país enfrenta una crisis de criminalidad sin precedentes y el debería ser el epicentro de la respuesta. Pero su gestión ha sido lamentable. En cualquier empresa privada ya habrían despedido al ministro por rendimiento deficiente. La única diferencia es que aquí el despido no depende de sus verdaderos jefes: los ciudadanos.

“No tenemos suficientes policías”. Consígalos. Entrénelos. Su labor es resolver problemas y, para ello, dispone de vastos recursos y la libertad para innovar dentro del marco legal. “Otros países están peor”. ¿Y? Aun si fuera verdad, ¿qué clase de pretexto es ese? Parece más una admisión de la propia incompetencia. Ningún argumento del Ministerio del Interior hará que la ciudadanía vea esta crisis como algo inevitable o aceptable. De nada sirven las excusas cuando lo que exigimos son soluciones. ¡Resuelvan!

La inseguridad no es solo un problema interno. Está destruyendo nuestra reputación internacional, ahuyentando el turismo y precarizando el sustento de miles de personas. ¿Cuántos talentos jóvenes optan por irse del Perú porque sienten que aquí no hay futuro? El Perú se está convirtiendo en un país que ahuyenta a quienes sueñan con construirlo y le da carta libre a quienes quieren lucrar con su decadencia.

Hay un solo ministro del Interior. Un ministro que debe estar a la altura del desafío y aportar estrategias audaces para enfrentar la ola criminal. No pretendo subestimar la complejidad de liderar esta cartera, pero quien la encabeza sí debería comprenderla a profundidad y saber cómo pensar en soluciones de vanguardia a problemas retadores. A la ciudadanía le ha quedado claro que el actual ministro no es esa persona.

Quizás unos días en los Alpes suizos, entre paisajes idílicos y calles impecables, hayan servido para que descubra lo evidente: que el Perú no es un paraíso de paz.

O quizás no. Probablemente no.

En fin, Santiváñez no ha dado la talla. Mantenerlo en el cargo es un agravio para los peruanos que cada día son víctimas de crímenes más violentos.

Señor ministro, hágale un único favor al país: váyase.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Macarena Costa Checa es politóloga

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