Según mandato constitucional, quienes asumen la condición de congresistas de la República deben jurar cumplir fielmente con el cargo, al punto que, de no hacerlo, aceptan que Dios y la patria se los demanden. Independientemente de que en los últimos años hayamos asistido a juramentos matizados por fórmulas folclóricas –por sus pueblos, líderes de partidos, parientes, etc.– y hasta expresiones de actos fallidos (como aquellos que juraron “por Dios y por la plata”), lo que persigue el juramento es comprometer a los neocongresistas con la defensa de los altos intereses del país.
Ello implica que los parlamentarios, coloquialmente llamados padres (o madres) de la patria, deben ejercer responsablemente su patria potestad actuando conforme a lo que más conviene al Perú y a sus ciudadanos, y no a sus intereses personales o de los partidos que representan.
Lamentablemente, en estos tiempos de mayoría parlamentaria absoluta, se ha puesto de manifiesto con toda claridad lo poco que importan los intereses de la patria a los congresistas cuando de lo que se trata es de imponer la agenda partidaria. El mundo al revés. En vez de subordinar los intereses de los grupos políticos y sus líderes a los del Perú, se ha optado por una patria subordinada a intereses subalternos de grupo. Se pone de lado el bien común –o se le sacrifica– en aras de la táctica política de coyuntura.
Pruebas al canto: la bancada mayoritaria arremetió contra el ministro de Educación, quien a todas luces venía desarrollando una gestión exitosa, para darle un ‘estatequieto’ al Ejecutivo y hacer una demostración de hasta dónde pueden llegar si quieren. Hoy, confirmando que fue una absurda decisión de exclusiva motivación política, el ministro depuesto ha sido designado como una de las autoridades emblemáticas de la educación mundial.
Estudios revelan que los autores de ‘bullying’, si atropellan una vez y les resulta sin consecuencias, repiten la práctica sistemáticamente. En este caso sucede igual. Luego de tumbarse a un buen ministro por intereses partidarios sin que pase nada, ahora, aún con la sangre en las garras, la práctica se extiende a los otros. Lo paradójico e inaceptable de esta abusiva actitud es que no repara en que se trate de ministros que están aportando al país, sino que, por el contrario, parece cebarse en quienes precisamente lo vienen haciendo bien. Enfilaron sus ataques contra el ministro de Transportes, a quien llevaron a la renuncia, y ahora anuncian hostilidades contra los ministros de los sectores Interior y Salud.
El caso del ministro del Interior es clamoroso. No interesa si él y el equipo que lidera vienen obteniendo notorios resultados a favor de la seguridad, aspecto por el que la ciudadanía ha venido reclamando unánimemente debido al aumento de la violencia, inseguridad y victimización. Ha pasado a ser un objetivo político. No importa si funciona, se trata de cobrar un nuevo trofeo partidario.
Esta gestión en Interior ha privilegiado la inteligencia y desarrollado una estrategia coherente contra el crimen organizado que viene produciendo resultados inéditos. En lo que va del gobierno, se han realizado 62 megaoperaciones en el ámbito nacional contra peligrosas bandas criminales, se han desarticulado 58 organizaciones delictivas que gozaban de impunidad (como las de Peter Ferrari, el alcalde de Chilca y el ex gobernador regional de Ucayali), movilizando 18.000 policías en coordinación con más de 1.200 fiscales. El equipo de Interior se inauguró investigando la existencia de un escuadrón policial de limpieza social que había asesinado a varios presuntos o reales delincuentes. Nadie les creyó y hoy el hecho ha sido confirmado por el Congreso y la fiscalía.
El Ministerio del Interior potenció un programa de recompensas que incluye a 1.500 requisitoriados. Ya capturaron a 293. Descubren y apresan a los autores de crímenes de alto impacto en cuestión de días. Nada importa.
Congresistas de la mayoría insisten en la censura anunciada pese a que siete de cada diez peruanos –a quienes dicen representar–, según una reciente encuesta, desconocen por qué. ¿Motivo? La marcha de una veintena de facinerosos del Movadef y, según la declaración de un congresista, porque le han cerrado un local por razones administrativas (¿?).
Cuando se subordina la patria al empujón político, perdemos todos, incluso los que creen que ganan. Si censuran a este ministro del Interior por razones tan absurdas, serán responsables de volvernos a subir al tiovivo de los cambios constantes e irracionales de ministros de Interior y de devolverle la iniciativa a la delincuencia. Eso no se agradece.