En América Latina mata ya el dengue, aún no el COVID-19. Sin embargo, la atención y el nerviosismo mediático y ciudadano están en este virus asiático. Según ha alertado la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la región viene registrando la peor epidemia de dengue en su historia. Esta enfermedad infecciosa es transmitida por el mosquito ‘Aedes aegypti’, que también contagia el chikunguña y el zika.
La expansión del virus está directamente relacionada con la situación de pobreza que atraviesan algunos países, donde el control del medio ambiente, el abastecimiento de agua y el mal tratamiento de residuos contribuyen a la propagación de este zancudo. El aumento de la temperatura y de la humedad como consecuencia del cambio climático también impacta en el desarrollo de esta enfermedad porque favorece la cría del mosquito.
En el 2019, en Latinoamérica, se reportaron 3’139.335 casos de dengue y 1.538 muertes como consecuencia de la enfermedad. La cifra de infectados es casi seis veces mayor a la registrada en el 2018 (561.393). Hasta entonces, el año con más casos en la historia del continente era el 2015, con casi 1.400 fallecidos y 2’415.693 infectados (es decir, 30% menos que el año pasado).
Pero lo más preocupante es que en las primeras cuatro semanas del 2020 la región sumó 125.514 casos, y países como Bolivia, Honduras, México y Paraguay han reportado un incremento de casos de dengue de dos a tres veces más que el mismo período del año anterior.
En el Perú, en el 2019, hubo 546 casos de dengue, con un fallecido por la enfermedad. Pero solo en lo que va del 2020 ya van quince muertes. Hasta entonces habíamos tratado con dos variedades de dengue: clásico y grave (potencialmente mortal). Sin embargo, en Loreto y Madre de Dios el Ministerio de Salud (Minsa) ha detectado una nueva variante: DEN-2 Cosmopolitan. Esta afecta con mayor agresividad a la población de riesgo, sobre todo a los adultos mayores, niños menores de 5 años y personas con enfermedades preexistentes como hipertensión y diabetes.
Ante este escenario, autoridades locales destinaron más de un millón de dólares para asegurar la atención médica de los afectados. Por su parte, para combatir el brote de esta enfermedad, evitar su propagación y garantizar la atención a las personas afectadas, el Ejecutivo declaró en emergencia sanitaria las regiones de Loreto, Madre de Dios y San Martín, y autorizó la transferencia de más de cuatro millones de soles a sus gobiernos regionales.
Esta respuesta del Minsa ha sido adecuada, pero se ha fallado en la prevención; es decir, en la eliminación del vector, el ‘Aedes aegypti’ –por vector entendemos a cualquier agente (persona, animal o microorganismo) que transporta y transmite un patógeno a otro organismo vivo–. Se ha dejado crecer a la población de estos zancudos, que son los causantes de la epidemia.
Y ese es el principal riesgo en Lima y otras ciudades ahora, pues convivimos con los zancudos en proporciones alarmantes. El índice aédico –es decir, el número de casas infectadas por zancudos por cada 100– debe ser menos de 2, pero en varios distritos de Lima es de 15 o más. Aunque por ahora no hay brote en nuestra capital, bastará con que lleguen casos importados y, al ser picados por los zancudos, podrían iniciar un ciclo epidémico.
Estamos a tiempo de prevenir este escenario en Lima y en las ciudades del norte del país, donde el calor es propicio para la expansión del vector. Para ello se requiere del trabajo coordinado del Minsa, los gobiernos locales y la comunidad. El otro frente son los servicios de salud. Igual de importante que ofrecer un buen diagnóstico y tratamientos será contar con salas de cuidados intensivos para los casos más graves.
Debemos estar preparados para la inminente llegada del coronavirus al Perú, pero sin esquivar el foco de atención hacia nuestros problemas más apremiantes. Lo peor para enfrentar brotes epidémicos es perder la perspectiva y entrar en pánico.