E n nuestro país de democracia sin partidos, los altos cargos ejecutivos no son definidos por la organización política que ganó las elecciones, con la que los gobiernos tienen relaciones difusas, por así decirlo, cuestión bastante elocuente en el actual período. En un trabajo, Paolo Sosa (2014) muestra cómo en los gobiernos de Fernando Belaunde y Alan García, en la década de 1980, el porcentaje de ministros con afiliación al partido de gobierno estuvo por encima del 80%; con Alberto Fujimori en la década de 1980, ese porcentaje bajó a menos de 20%. Desde la transición del 2000, esos porcentajes aumentaron un poco, pero sin pasar de un tercio del total de ministros, en términos generales. En otras palabras, la mayoría de ministros son independientes, reclutados por su vinculación a ciertas redes sociales de influencia, ya sean políticas o tecnocráticas.
El Consejo de Ministros presidido por César Villanueva fue resultado de circunstancias muy complicadas que llevaron a transacciones apresuradas: este llegó al cargo gracias a su relación personal con el presidente y porque abría puertas ante el Congreso y las regiones. En cuanto a la composición del Gabinete, algunos llegaron por su cercanía al presidente (Trujillo), otros por complejos cálculos políticos (Heresi), otros parecían representar el resguardo del modelo económico (Tuesta, Córdova), otros por una apertura al flanco izquierdo (Balbuena, Sánchez, La Rosa). La mayoría llegaron porque fueron viceministros o porque contaban con cierto reconocimiento en su sector. A este Consejo de Ministros se le agotaba el aire rápidamente, hasta que el presidente le insufló energía con la propuesta de referéndum para iniciar la reforma de justicia y política. Pero el déficit en cuanto al manejo político y la eficacia de la gestión sectorial subsistió, con las excepciones correspondientes.
El nuevo Consejo de Ministros presidido por Del Solar parece una muy buena decisión, dadas las restricciones de reclutamiento que enfrenta el gobierno. En la práctica, el espacio de selección parece delimitado por lo que se pudiera rescatar del gobierno de Kuczynski, se ha seguido con una lógica de reclutamiento meritocrático basado en el expertise sectorial, pero compensado con el encomiable impacto que genera un Gabinete paritario. La necesidad de una conducción política más visible, elocuente, activa, la busca conseguir con algunos ministros mucho más hábiles en ese terreno, desde el propio Del Solar y las incorporaciones de Montenegro o Bruce. En el saldo, la balanza parece haberse inclinado ligeramente más hacia la izquierda que el Gabinete Villanueva, pero ciertamente prima la continuidad antes que el cambio. Insisto, dadas las restricciones de un presidente sin partido, con un relativo aislamiento en el Congreso, con relaciones complicadas con su propia bancada, sin una baraja muy amplia de opciones, la selección luce bastante afortunada.
La gran pregunta, por supuesto, es qué rumbo seguirá el gobierno con el nuevo Consejo de Ministros y cuán capaz será de lograr lo que se proponga. Vizcarra y Villanueva parecieron tener gran sintonía y afinidad, construida desde los años de sus presidencias regionales; no es el caso con Del Solar. ¿Cederá el presidente algo de protagonismo al nuevo presidente del Consejo de Ministros? ¿Seguirá más bien este último a las iniciativas ya lanzadas por el presidente Vizcarra en los últimos meses? Esperemos las definiciones, pero el tiempo se agota muy rápido.