En un hogar peruano promedio, entre el aroma del aderezo casero y la algarabía de una sobremesa bulliciosa, siempre hay alguien rasgueando una guitarra, entonando un huayno o marcando el ritmo con los nudillos sobre la mesa. Y si no es así, la música se cuela de cualquier forma: a través de una radio que chisporrotea en la cocina o de un parlante que alguien ha conectado en la sala.