Siete episodios después, queda claro que la propuesta de David E. Kelley fue la correcta. “Amor y muerte” es una miniserie con más fortalezas que debilidades. Aunque resalta sobremanera su actriz protagónica, Elizabeth Olsen en el papel de Candy Montgomery, lo correcto sería decir que el elenco en su totalidad es notable. Aunque en los últimos episodios haya sobresalido un inesperado personaje, el abogado y vecino Don Crowder.
Y es que ha sido el hombre interpretado por Tom Pelphrey quien –desde que se desató el crimen—se robó el show. Esto, por supuesto, merced a una personalidad que en un inicio se mostraba reservada. Hablamos, pues, de un asistente a la iglesia metodista que no tenía experiencia en juicios penales y, de la noche, a la mañana, se enfrenta a uno de los más polémicos casos legales de la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos.
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Pero antes de seguir comentando el rol de Elizabeth y Tom en pantalla, toca decir que el séptimo episodio de “Amor y muerte” fue un gran cierre para una historia interesante, aunque más que eso, muy bien producida. Hemos sido testigos del retrato fiel de un hecho que ya ha sido tocado en el pasado, pero que merecía un acercamiento desde otro ángulo: el circo formado alrededor de la víctima y su victimaria.
Sentada frente al juez y al jurado, Candy Montgomery sueña despierta con la fatídica situación que devino en la muerte de Betty Gore, su amiga y vecina. Al ‘despertar’ por obra y gracia de su abogado Don, la acusada debe responder pregunta a pregunta cómo fue que pasó de una visita a una amiga a destajarla con 41 hachazos. La cifra –como lo hemos dicho antes—no es menor, pues en todo momento el fiscal del caso intenta utilizarla para exponer una mentalidad siniestra y absolutamente lejana de la idea de legítima defensa.
Pero un detalle que llama la atención es la forma en cómo la serie de HBO Max muestra el transcurrir de los minutos del interrogatorio a Candy. Conforme ella va explicando que tal vez nunca amó al esposo de Betty y que nunca imaginó una vida posterior a su lado, una toma aérea nos muestra el semblante que Allan (el esposo de la víctima) y de Pat (el esposo de la acusada). Ambos iniciaron la serie con un nivel de importancia ostensiblemente superior al que muestran en el episodio siete. Esto no quita en absoluto mérito alguno a los actores que los interpretan: Jesse Plemons y Patrick Fugit, respectivamente.
Resulta inevitable que mientras uno se empapa de un caso tan dramáticamente violento como este, acuda a la vez a Google y encuentre que, aunque tras ser declarada ‘no culpable’ Candy y Pat se mudaron fuera para ‘empezar de nuevo’, finalmente ambos se separaron y empezaron otras vidas con distintas parejas. En sí, lo que vemos en pantalla gracias a HBO Max no resulta muy alejado de la realidad: aquí o nunca hubo amor o se desgastó en el camino.
Es momento de ir al grano. El gran atractivo del último episodio de “Amor y muerte” no era ver a Candy sentada frente al insoportable juez Tom (Bruce McGill), sino descubrir cómo David E. Kelley y compañía describen una escena escabrosa por naturaleza. En dicho propósito, los realizadores de esta serie no han escatimado en cuidados técnicos y estéticos. Se observa paso a paso el enfrentamiento entre Betty y Candy. Por supuesto, queda claro que fue la primera quien intentó atacar a la segunda, y esta tras lograr tomar el hacha (famosa prueba que sería expuesta frente al juez y el tribunal) reaccionó casi desconociéndose por completo.
Las tomas resultan duras, más allá de la sangre chorreando por todos lados de la escena del crimen, porque estamos ante dos mujeres en un momento de desesperación completamente genuino. En la audiencia, Candy explica que tardó en darse cuenta que su ex amiga podía concretamente matarla. Tras voltear la situación y clavarle un hachazo certero en la cabeza a su atacante, nuestra protagonista no se detuvo más. Estamos, entonces, frente al momento más crudo a lo largo de los siete episodios de la miniserie de HBO Max.
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“Solo recuerdo tener miedo de que volviera a levantarse, así que seguí golpeándola”, llega a decir la acusada en algún momento del interrogatorio. Pero, evidentemente, la historia no termina con los hachazos y la sangre derramada. Tras el ataque y la dura respuesta, Candy sintió la necesidad natural de dejar todo en orden. Antes, por supuesto, tenía que vencer el asco frente a lo caótico del escenario. Así que caminó hacia el baño y se duchó. Y aunque sentía que nunca iba a estar completamente limpia, prosiguió, para luego ir a limpiar la escena del crimen.
Aún en shock por lo ocurrido, nuestra protagonista tuvo que abandonar el lugar. Afuera una niña jugaba como si el mundo estuviera detenido. Y este solo es uno de los detalles que “Amor y muerte” nos ha dejado. También, como ya lo hemos dicho en los comentarios de los episodios precedentes, la música (pensada tal vez para propiciar un ambiente capaz de arrancarnos del toque tétrico que nos genera saber de una muerte así) tiene un valor supremo en una historia así.
“Amor y muerte” esconde un verdadero drama personal. Una mujer con problemas emocionales no deja de celar a su esposo, quien asfixiado por lo que vive dentro de casa, termina cediendo ante la sugestiva propuesta de su bella vecina Candy. Sin imaginar en qué terminaría todo, ambos terminan convirtiéndose en amantes no para algo exclusivamente sexual, sino que devienen en cómplices, confidentes, mejores amigos, o como sea se les desee llamar. Cuando la esposa engañada descubre que sus grandes temores tenían asidero, es cuando decide atacar a la ‘culpable’. Y aunque para ese entonces Candy y Allan no estaban más juntos, nada hizo que Betty retroceda en su intento de hacer justicia e impedir que nadie le quite lo ‘suyo’.
Finalmente, el episodio siete tiene una serie de elementos que –presentados de forma desordenada—tal vez no aportan lo esperado al producto final. La reaparición del psicólogo de Candy ante el tribunal luce forzada. La discusión entre el juez Tom y Don Crowder (que empieza bien, toma cuerpo, pero pronto termina desinflándose) redunda. La desaparición casi por completo de las amigas o vecinas cercanas de nuestra protagonista es ilógica. Todos estos elementos pueden ser cuestionados porque están dentro del ‘cómo’ se cuenta una historia. A favor, sin embargo, hay imágenes como Candy observando fijamente –mientras se muda con su esposo Pat desde Texas a otra ciudad donde puedan vivir lejos de la presión social—el hotel donde todo comenzó junto a Allan. Pero también frases, y muchas. Desde “No sé si te merezco, Pat, pero tengo suerte de tenerte” (de Candy a Pat) hasta “yo te deseo una buena vida” (De Allan a Candy), pasando por “Una condena no es una solución justa para esta tragedia en particular” (del abogado de Candy ante los miembros del jurado). Finalmente, algunos añadidos desencajan rotundamente, como ver a Allan besándose con la pianista del coro de la Iglesia metodista tras decir que “se siente solo”.
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Sin embargo, de ninguna forma los elementos deficientes deben opacar una miniserie que se eleva de lo fácil y plano para presentarnos a un grupo de seres humanos de carne y hueso que, sometidos ante situaciones extraordinarias, develan su lado más oscuro.
AMOR Y MUERTE/ HBO MAX
Creador: David E. Kelley
Elenco: Elizabeth Olsen, Jesse Plemons, Patrick Fugit, Lily Rabe, Keir Gilchrist, Elizabeth Marvel, Tom Pelphrey, Krysten Ritter
Sinopsis: La miniserie cuenta la impresionante historia real de Candy Montgomery (Elizabeth Olsen), una ama de casa texana de los años 80 acusada de asesinato. Aunque tenía una familia amorosa, una casa perfecta y presencia activa en la iglesia, Candy no podía superar la monotonía suburbana. Luego de un acalorado encuentro con Allan Gore (Jesse Plemons), su compañero de iglesia, Candy enciende la chispa que le faltaba a su vida. Disfrutaron su amorío planeado con astucia hasta que sus respectivas parejas, Pat (Patrick Fugit) y Betty (Lily Rabe) descubren el secreto y una de ellas decide resolverlo con un hacha.
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