La primera vez que visité La 73 fue en el verano de 2008. Yo acababa de regresar a Lima después de graduarme de la universidad en Barcelona, y el Perú con el que me encontré no era el mismo. Era mejor. Se había empezado a transformar con el poder de la gastronomía, y en ese escenario La 73 fue clave. Por supuesto, aquel era solo el comienzo de lo que vendría en los años que siguieron, pero en ese entonces fue la comida —un lenguaje en sí mismo— mi nexo para reconectar con el país. Para volver a encontrarme en ese tiempo y en ese espacio. Funcionó.
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