La postal de cientos de bañistas chapoteando en la pileta de Agua Dulce, en la reciente Navidad, generó comentarios de todo tipo. Desde la crítica urbanística hasta la empatía acalorada, pasando por el infaltable acento racista de un youtuber que honró el nombre de su programa: Hablando Huevadas. Y es que pocos fruncirían el ceño al ver, por ejemplo, a los parisinos refrescándose en la Fuente de Varsovia de los Jardines del Trocadero, frente a la Torre Eiffel.
Tras la zambullida, la pileta chorrillana fue rodeada de letreros y agentes de Serenazgo. La advertencia fue clara: de repetirse el chapuzón, la pileta se vaciará de forma permanente, como ya es el caso de la mayoría de piletas ornamentales de la capital. El municipio de Chorrillos ha remarcado que esta pileta tiene agua tratada con químicos no aptos para el consumo, cables eléctricos expuestos y tuberías en punta que son un riesgo para los espontáneos bañistas. Con el incidente superado, la piscina se volvió a llenar, pero el debate se vació de contenido.
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Hay un déficit de espacios públicos para refrescarse, piscinas populares y playas de acceso libre a lo largo del desierto limeño. Y con Senamhi pronosticando picos de hasta 33 °C en Lima, el verano solo caldeará los ánimos. A pesar de ser la única capital de Sudamérica con vista al mar, Lima parece estar peleada con el agua. No tiene la cantidad de piscinas municipales, natatorios y parques acuáticos que proliferan en ciudades como Buenos Aires, Bogotá, Quito y Río de Janeiro. Y las pocas que tiene no están exentas de polémica, como es el caso de la del Parque Huiracocha, en San Juan de Lurigancho, que ha subido su precio de S/ 8 a S/ 25.
Además de los parques zonales Manco Cápac de Carabayllo y Huáscar de Villa El Salvador, destacan los parques acuáticos privados de Lima norte (La Laguna Azul) y sur (Paraíso del Sur). Y, recientemente, la playa artificial de La Granja Villa de Comas, con todo y olas. Para los próximos años, la misma empresa que hizo la laguna privada de La Jolla, en Asia, ya ha anunciado la creación de futuras lagunas artificiales en Perú, al estilo de la de San Alfonso del Mar, en Valparaíso, acaso la más grande de la región (8 hectáreas).
Las playas artificiales, como se recuerda, entraron al debate público en la última campaña electoral por Lima. Y aunque fue inicialmente criticado por la complejidad de su propuesta, el actual alcalde apuntó a la legítima necesidad de democratizar el acceso al mar. Porque aunque el circuito de playas de la Costa Verde empezó a gestarse desde los 60 —gracias al arquitecto Ernesto Aramburú Menchaca, quien también ideó la Vía Expresa de Luis Bedoya Reyes—, muchas de sus playas no suelen ser aptas para los bañistas. Solo eso explica por qué tantos vecinos del Callao prefieren comprar piscinas portátiles antes que bajar al mar.
Según la plataforma Verano Saludable del Minsa, hay 18 playas “no saludables” repartidas en la costa de Lima y alrededores, incluyendo zonas como Chorrillos, Punta Hermosa, Punta Negra, Pucusana, Asia, Ancón, Lurín y Villa El Salvador. Y a eso hay que sumarle los recientes oleajes anómalos en el Callao, las playas de difícil acceso (La Perla), las playas peligrosas (Marbella), las playas destruidas por sus alcaldes (La Herradura), las playas tomadas por negocios (Los Yuyos) y las playas ‘privadas’ que cada cierto tiempo bloquean el acceso con sogas y estacas.
El futuro solo acentuará el problema. Como lo demostró el Senamhi, cada verano tiende a ser más caluroso que el anterior, salvo fenómeno de El Niño o La Niña mediante. Y según el World Resources Institute, el Perú será uno de los países con mayor estrés hídrico al 2040. Crecer de cara al mar limeño será no solo una opción, sino una necesidad. Tras la inauguración de la última etapa de la Costa Verde Callao que une Chorrillos con La Punta, la próxima construcción del teleférico Vaivén Miraflores y el anunciado terminal para cruceros, es de prever que la Costa Verde cambie su rostro por completo. Y se espera que este sea más amable con los bañistas, por supuesto. //