Por: Isaac Bigio
Cuando comenzaba el último mes del 2015, partía para siempre uno de los últimos médicos peruanos nacidos en la década del 20. Él fue Nissim Eskenazi, uno de los mayores expertos que ha tenido el Perú en materia de cerebros, quien, paradójicamente, falleció víctima de un derrame cerebral.
Fue el 2 de diciembre cuando Eskenazi dio su respiro final en la clínica Ricardo Palma, la cual cofundó hace 40 años y dirigió durante gran parte de su existencia. Este centro médico llegó a ser distinguido como el mejor del Perú y uno de los 15 mejores de Latinoamérica.
En la lengua de Jesús, Nissim significa ‘milagros’ y Eskenazi significa ‘alemán’. No obstante, su nombre era en hebraico, sus papás fueron turcos y el idioma nativo de sus ancestros fue un castellano más antiguo que el nuestro. Resulta que en 1492, cuando los conquistadores iniciaron el genocidio a los judíos ibéricos. Gran parte de ellos fueron a parar al Imperio Otomano, donde los israelitas fueron la minoría religiosa más antigua.
Pese a sus raíces multicontinentales, Nissim nunca dejó de vivir en su natal Perú y ser orgulloso de ello. Él vino al mundo en 1929, cuando la Ciudad de la Eterna Primavera celebraba el Día del Campesino. Luego fue a Lima, donde estudió en el Colegio Anglo-Peruano y, más tarde, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), en la cual se graduó de galeno y dio cátedra, al igual que en la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) y otras universidades.
Hace cuatro décadas, él fue llamado a Palacio de Gobierno para convertirse en el único neurólogo de cabecera que haya tenido un presidente peruano, que había quedado terminalmente enfermo estando en su cargo. Si bien dicho mandatario, Juan Velasco, fue uno de los más controversiales de la historia nacional, en el ámbito de la medicina era un consenso reconocer el alto profesionalismo de Eskenazi.
Él no solo fue uno de los mayores neurólogos que haya tenido nuestro país, sino que era una enciclopedia andante. Desde que era niño recuerdo que él, quien fue mi tío, se sentaba con sus parientes en su sala-balcón que daba a un hermoso parque cerrado, el único con ardillas gigantes en Lima. En ese lugar él era capaz de platicar sobre todo tema posible.
A medida que pasaba el tiempo él siempre me invitaba a comer o dormir en su casa, donde me contaba con orgullo cómo hacía que su clínica se expandiese hacia los conos norte y sur de Lima.
Nissim se casó con Rosie, con quien tuvo dos hijos (Jaime, quien sigue llevando ejemplarmente la misma profesión de su padre, y Zeldi, una artista). Su segunda mujer fue Sonia, quien –al igual que él– había sido una víctima infantil de Sánchez Cerro. Y es que los padres de Nissim lo sacaron de Trujillo tras la matanza de 1931, mientras que Sonia tuvo que nacer en Ecuador después de que su padre fuese expulsado del país por dicho dictador. Con Sonia tuvo un hijo (Daniel, eminencia en la informática) y dos hijastros (Harold, difunto, y Geoffrey, especialista en el deporte preferido de Nissim: el bridge).
Nissim deja una docena de nietos, muchos más sobrinos y aún muchos más pacientes agradecidos.