Ilustración por Raúl Rodríguez, de El Comercio.
Ilustración por Raúl Rodríguez, de El Comercio.
Tomás Unger Golsztyn

Entre las catástrofes que ocurren a causa del cambio climático está la extinción de las especies, un tema más complicado de lo que parece a primera vista y del que tenemos pocos antecedentes y conocimientos. Comencemos por enumerar lo que sabemos para tener una idea de las limitaciones.

Recién en 1982 fueron identificadas las cinco extinciones masivas de la historia. Debido a que la mayor diversidad de la biomasa de la Tierra son microbios, que no tenemos manera de medir, las extinciones registradas son las observables. Son las formas de vida más complicadas las que reflejan el total de la vida del planeta. 

—LAS CINCO EXTINCIONES—
La oxigenación de la atmósfera ocurrió hace 2.500 millones de años, pero las extinciones que podemos contar son solo a partir del Cámbrico (600 millones de años atrás), cuando se produjo la ‘explosión de vida’ y aparecieron los primeros animales, como los trilobites. Es entonces cuando comienza la llamada era Fanerozoica, la de los animales visibles a simple vista. 

Antes de adelantar con las extinciones, debemos tener en cuenta que nuestra información sobre el pasado viene del registro fósil, el cual –en opinión de los expertos– no muestra más que el 20% de las formas de vida de cada época. Aun así, tenemos una imagen bastante clara de lo que motivó las extinciones y su alcance. 

—DEL ORDOVÍCICO AL ANTROPOCENO—
La primera extinción de la que tenemos prueba fue hace 450 millones de años, entre el Ordovícico y el Silúrico. Duró 10 millones de años y acabó con aproximadamente el 80% de las especies. Luego, a fines del Devónico (hace 375 millones de años) y antes del Carbonífero, se extinguió el 70% de las especies en un proceso que se prolongó por unos 20 millones de años. 

Del mismo modo, hace 252 millones años, entre el Pérmico y el Triásico, desapareció el 96% de todas las especies marinas, y se estima que un 60% de las terrestres. Entre el Triásico y el Jurásico (hace 201 millones de años) desapareció alrededor del 70% y 75% de las especies. Sobrevivieron los dinosaurios, pero murió la mayoría de los grandes anfibios y los reptiles. 

La quinta extinción, la más conocida, es al final del Cretáceo. Fue la caída del meteorito hace unos 66 millones de años, que acabó con los dinosaurios, extinguió un 75% de las formas de vida. Fue la última gran extinción hasta la actual: la llamada sexta extinción, la del Antropoceno. (Ver la página del 25/7/17). 

Esta es la extinción más rápida de la historia de la Tierra. Comienza cuando el hombre empieza a usar la energía no animal, escasamente hace 250 años. 

—LA EXTINCIÓN ANTROPOGÉNICA—
El concepto de extinción necesita una aclaración: una especie se extingue cuando su desaparición es más rápida que su especiación; es decir, cuando la especie no ha tenido tiempo para desarrollar variantes respecto a las nuevas condiciones. En la época de la gran helada sobrevivieron los zorros blancos. Por otro lado, al crecer los árboles para proteger sus hojas prevalecieron las jirafas de cuello más largo. Así, las ventajas para sobrevivir a un cambio variaron a las especies. 

Desgraciadamente, lo que está sucediendo hoy es demasiado rápido para permitir las adaptaciones. La desaparición del hábitat no tiene sustituto. Si en Borneo se arrasa toda la selva para plantar palma aceitera, los orangutanes tendrían que aprender a nadar y pescar, pues solo les quedaría el mar. 

El avance humano es casi instantáneo en términos biológicos. El tiempo que toma construir una represa, una carretera o una plantación no permite las mutaciones necesarias para adecuarse al nuevo medio. Esta es la sexta extinción que, a diferencia de las otras producidas por grandes cambios atmosféricos y vulcanismo no da opción a la especiación. Ni siquiera sabemos exactamente los números que estamos enfrentando, pero es interesante observar que probablemente perderemos miles de especies sin siquiera haberlas conocido. 

—LOS NÚMEROS QUE NO CONOCEMOS—
Por lo pronto, como lo dijimos antes, solo estamos hablando de la vida que podemos ver. Nos referimos al reino animal y vegetal. Además, están los hongos y líquenes, ambos son multicelulares pero no pertenecen a ninguno de los dos grupos mencionados. Hay un acuerdo sobre el número de especies descritas en los registros biológicos; sin embargo, no lo hay respecto al número estimado de las especies aún no clasificadas. 

Los animales clasificados comprenden desde los mamíferos hasta los insectos, y suman aproximadamente 1’400.000 especies, pero el total –incluyendo a los no clasificados– se calcula en más de 6’800.000. La cantidad de plantas calificadas es de 310.000 y las no clasificadas se estima en 400.000. Los hongos se calculan en 1,5 millones de especies y los protoctistas en un millón. 

Sobre los estimados de especies no conocidas hay una gran diversidad de opiniones. Una parte de los biólogos, basándose en la manera en que cada nicho ecológico aporta especies nuevas, calcula entre 10 y 30 millones las especies de insectos. En 1982, el biólogo Terry Erwin había él solo identificado 1.200 especies de escarabajos y opinó que en el trópico había 10 millones de especies. 

—EL FUTURO—
Como podemos ver, nuestros conocimientos sobre la flora y fauna del mundo son bastante incompletos. Es más, es muy probable que en el tiempo transcurrido desde fines del siglo pasado hasta hoy, el total de especies se haya reducido considerablemente. ¿Cuánto? Nadie lo sabe ni nunca se va a saber. Ahora, las circunstancias están más claras y podemos anticipar sus consecuencias. 

Como causas de esta extinción están el cambio climático y la destrucción del hábitat natural, ambas hechura del hombre. Esto nos ha valido el dudoso honor de que la época en que vivimos se haya bautizado Antropoceno (del griego ‘antropo’, que significa ‘hombre’, y ‘keinos’, que quiere decir ‘actual’).

Por lo que se ve, no hay propósito de enmienda. El cambio climático se sigue acelerando más de lo previsto y, a pesar de que muchos países hacen grandes esfuerzos, parece que nuestro modo de vida tiene demasiada inercia. No estamos dispuestos a hacer sacrificios si suponen reducción drástica del consumo. Así, todo parecería indicar que una de las especies destinadas a una pronta desaparición es la nuestra. 

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