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Muy temprano, el domingo 19 de agosto de 1990, el cuerpo de una mujer cayó desde el piso 19 del Hotel Sheraton, al costado del Centro Cívico, en el Centro de Lima. Marita Soledad Alpaca Raa murió al instante. La prensa difundió la noticia como un “penoso suicidio”. Pero las semanas siguientes serían decisivas para cambiar esa interpretación de los hechos. Un asesinato se abría paso entre falsas pistas, entrampamientos legales, supuesta corrupción de funcionarios y una gran habilidad para dilatarlo todo el proceso de parte de los abogados del único y directo acusado: José Leandro Reaño Cabrejos, ex pareja de la desafortunada Marita.
Para mediados de setiembre de 1990, la prensa peruana ya tenía evidencias claras de que esa muerte era un homicidio. No obstante, la policía y la justicia dilataron el proceso, lo complicaron y cayeron en un pozo sin fondo donde los abogados del acusado, con la astucia de los expertos, desvirtuaron las pruebas, recusaron a jueces y descalificaron todo testimonio que fuera en dirección a su cliente. Así las cosas, la historia vendría para largo tiempo.
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Un elemento clave para ponderar la dimensión humana del caso fue que la necropsia de ley determinó que Marita Alpaca Raa había abortado tres días antes, presuntamente con tres meses de gestación. Su conviviente, Leandro Reaño, de 41 años, se habría opuesto a ese embarazo que Marita -todo hacía pensar- defendió con su vida. Ella tenía 34 años y era una mujer carismática e inteligente. Había sido modelo, aeromoza y dominaba tres idiomas.
El Comercio fue claro al afirmar que la “caída” de Marita del piso 19 del Hotel Sheraton no parecía ser un accidente o un suicidio. Más bien, todo llevaba a pensar que estábamos frente a un crimen; un homicidio en el que la policía había tratado “de ocultar o proteger, en todo caso, a este hombre que estuvo en el momento de la fatal caída”. (EC, 01/09/1990)
Aquel hombre era el empresario Reaño. Un tipo con influencias y capaz de todo por salir bien librado de este caso. La madre de la víctima, Corina Raa, contó a los medios por esos días que había recibido llamadas telefónicas amenazantes, en las que se le exigía que dejara las cosas así nomás; eran amenazas “para que no mueva nada”, confesó.
Según la señora Corina, su hija fue pareja de Reaño desde 1982. Era un tipo que la deslumbró con su puesto de gerente regional del Banco de Comercio, y había sido además funcionario del Banco Hipotecario, dedicado al rubro de los hoteles y dueño de una cadena de agencias de aduanas. Era también un accionista de varias empresas en Venezuela.
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Reaño, entonces el principal sospechoso del crimen, estaba desaparecido, o eso fue lo que informó la policía. Luego, la División de Homicidios señaló haberlo ubicado en una clínica y que, incluso, se le había tomado una manifestación preliminar. Más tarde, dijeron que el sujeto había prometido acudir a esa dependencia policial; sin embargo, de pronto sorprendieron al informar que Reaño estaba no habido. Fue una letanía de extrañas contradicciones policiales.
Corina Raa, la afligida madre de Marita, relató a El Comercio que su desaparecida hija era “una muchacha activa, alegre, emprendedora y extrovertida”. Marita Alpaca Raa empezó a trabajar a los 17 años, en 1973, pese a la oposición de su madre, como “demostradora de belleza” en el bazar del Ejército. Por sus capacidades, no demoró mucho en ser asignada como jefa de esa sección.
Marita fue madre soltera en 1981, a sus 25 años. Abandonada por su pareja con un niño en brazos, la señora Corina le ofreció ayuda. La joven se repuso de esa experiencia, y su madre le propuso cuidar a su hijo, mientras ella reiniciaba su vida, volviendo a laborar en el Ejército.
Por el testimonio de la madre se supo detalles del vínculo de Marita con Reaño. Se conoció que era una larga relación, de unos ocho o nueve años, con seguridad desde 1982. Ella lo había conocido en una fiesta familiar, y empezaron a salir juntos, muy seguido. Ella lo admiraba, era “una persona importante”, le dijo a su madre.
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Su vida cambió: Marita, que llegaba a su casa temprano, empezó a llegar tarde o simplemente no llegaba. Ante el reclamo de la madre, la joven abandonó la casa. Era una pasión amorosa. Convivió con Reaño en suite de hoteles, en San Isidro y en el Centro de Lima. Marita le decía que vivía entre lujos. Y también le confesó en un momento que abortó en una ocasión anterior.
El cronista de El Comercio lo resumió así: “En una oportunidad le dijo a su madre que ella estuvo embarazada y que Leandro la hizo abortar. ‘La tenía traumatizada y la amenazaba con matarla si ella lo abandonaba’, dijo la madre”. (EC, 01/09/1990)
Luego la señora Corina dijo a El Comercio algo impactante. El cronista de la época lo registró: “Una semana antes de su muerte conversó con ella y le dijo que esperaba un hijo de Leandro, pero que éste se oponía a que lo tuviera. Sin embargo, le afirmó que esta vez no lo perdería como en la anterior oportunidad”.
Marita expresó tener miedo de Reaño, por eso se refugió en la casa de su madre. Allí estuvo por tres días. Le pidió a su progenitora que si preguntaban por ella dijera que había viajado a Arequipa.
Corina Raa relató que la mañana del sábado 18 de agosto de 1990, horas antes de la muerte de la joven, Reaño llamó por teléfono. Contestó por casualidad Marita. El banquero le dijo que regresara al hotel para conversar. Ella dijo que no y que si quería verla, que fuese a su casa. Entonces, el sujeto llegó a la casa de Marita en unos minutos, conduciendo un auto lujoso, comentó la señora Corina.
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La madre de Marita trató de evitar que entrara a la casa, pero él lo hizo igual. Eran las 4 y 30 de la tarde. Reaño obligó a Marita a que lo acompañara al hotel. Ella cedió, se vistió y, aún asustada, salió de la casa materna. Antes de hacerlo, le dijo a su madre que se iba para no perjudicar a la familia.
¿Cómo salió vestida la víctima? “Llevó puesta una falda pantalón negra, una blusa hindú y un saco de terciopelo negro”, contó la señora Corina, quien añadió que, antes de salir juntos, discutieron sobre el bebé que la joven quería tener. “Él le dijo que estaba muy viejo para pensar en esas cosas y que, por su parte, se vería ridícula al llevar a un niño en brazos”.
Se supo que alrededor de las 6 y 30 de la tarde, de aquel agitado sábado 18 de agosto, Marita se comunicó telefónicamente con su pequeño hijo, y le pidió que se cuidara. Varias horas después ocurriría el fatal desenlace. El domingo 19 de agosto, Corina Raa la esperó al menos para almorzar juntas, pero fue en vano. Nunca llegó.
CASO MARITA ALPACA: UN LARGO Y ENGORROSO PROCESO JUDICIAL. IDAS Y VENIDAS.
Fue Corina Raa quien identificó el cadáver de su hija. Pero cuando fue a hacer los trámites del sepelio se dio con la sorpresa de que todo estaba pagado en la agencia funeraria. Le iban a hacer “un entierro de primera”. Marita Alpaca Raa fue enterrada en el pabellón Santa Natalia, nicho B-32 (segundo nivel), en el cementerio Baquíjano y Carrillo del Callao.
A partir de allí empezaría una batalla judicial. Fiscales, jueces, abogados defensores del acusado José Leandro Reaño Cabrejos y de la víctima Marita debatieron, acusaron, amenazaron, hubo de todo. Fue un proceso judicial que duró algo más de cinco años; y se convirtió en uno de los casos más tortuosos, lentos y crueles del primer quinquenio de los años 90.
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Los titulares de los diarios policiales estaban inundados con información del “Caso Marita”. En ningún momento las noticias de esta muerte perdieron interés. Los medios de comunicación, la opinión pública en general, estaban convencidos de que Reaño era el culpable directo de la muerte de Marita Alpaca.
En las semanas siguientes, la policía recibía la devolución de la fiscalía de un atestado mal hecho. No estaban detallados suficientemente los hechos como para determinar si se trataba de un crimen o un suicidio. Algo básico. Las vaguedades abundaban en los informes de los detectives de la División de Homicidios, lo cual generaba sospechas en los fiscales y en el público que seguía el caso. Alguien no jugaba limpio.
Reaño seguía desaparecido y a pocos parecía importarle ir en su búsqueda. A través de sus abogados, el acusado decía que estaba dispuesto a entregarse “si le prestaban las garantías del caso”. Ya con un atestado policial corregido, se conoció que el cadáver de la joven mujer se halló cerca de la piscina de la terraza. En ese lugar cayó a las 6 y 40 de la mañana del 19 de agosto de 1990. Cayó desde la lujosa suite 1970 (piso 19) del Gran Sheraton, la cual era el hospedaje habitual de la pareja.
El atestado policial incluía extraños detalles como el que indicaba que Marita tenía agarrada una biblia en sus manos. Y otro detalle: las pruebas de grafotecnia practicadas en las uñas de la víctima arrojaron que no había tejidos epiteliales. Así se presumió que no hubo lucha o violencia en el cuarto antes de la caída. Ambos habrían bebido cerveza, pisco sour y vino.
Pero las cosas no podían ser tan fáciles. La familia de Marita pidió la exhumación del cadáver, para que los peritos del Laboratorio de Criminalística determinaran con más certeza las circunstancias de la muerte de la joven madre; porque hasta ese momento todo llevaba incomprensiblemente, para ellos, hacia el suicidio. Lo que la familia quería era acusar a Reaño por “homicidio calificado”.
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Curiosamente, los testimonios de los funcionarios, del personal de seguridad y de servicios del Hotel Sheraton coincidían en exculpar a Reaño. Ellos no se salvarían de una denuncia por “complicidad de segundo grado y obstaculización en la administración de justicia”, señaló el abogado de la familia Alpaca.
La mayoría de fiscales provinciales que vieron el caso (los que quedaron en pie, tras las reiteradas recusaciones de la defensa de Reaño), no cejaron en su intento de hacer justicia. En tanto, de Reaño solo se sabía que andaba por Bolivia y de allí se había ido a Miami (Estados Unidos).
Debieron pasar varios meses para que las cosas fueran tomando otro cariz. La misma División de Homicidios, que antes aseguraba que había sido un suicidio, dudaba de esa posibilidad ahora. La “verdad policial” estaba entre el asesinato y el suicidio. Manifestaban que era, en todo caso, “una muerte sospechosa por precipitación”. Los agentes policiales aseguraron que los hechos se confirmarían con el testimonio del principal sospechoso: Leandro Reaño. Pero Reaño negaría todo cuando se puso a derecho, ya que insistiría en la primera versión policial: el suicidio de Marita (lesiones por caída, según necropsia) y su papel de inocente en el hecho (a lo mucho se asumiría como testigo).
El 30 de setiembre de 1990, Reaño sorprendió a todos dando una entrevista desde la clandestinidad (luego se supo que fue desde Argentina) al programa “Panorama”, de Canal 5 de Lima. En ella, el empresario hizo famosa la frase: “No pude evitar el suicidio de Marita”. Así se exculpaba totalmente del hecho.
Reaño dijo en televisión, a nivel nacional, que no sabía por qué alguien como Marita, a quien quería, había hecho eso; tampoco sabía que ella estaba embarazada y que había abortado días antes con tres meses de gestación. Su versión añadía que no hubo en ningún momento violencia entre ellos, esa noche al menos, y que había fugado porque “la muerte de su compañera le significó un duro golpe, pues no es lo mismo ser testigo de un accidente, de un atropello”.
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Sin imágenes fotográficas ni de video como apoyo, las versiones de la policía y del sospechoso Leandro Reaño eran realmente difíciles de corroborar, tanto como difícil era negarlas en su totalidad. Quizás por ello el caso se volvió complicado. A eso debe añadirse el peso de la presión mediática y de la opinión pública que estaba dividida, aunque con una clara mayoría en favor de la hipótesis del homicidio.
Finalmente, Reaño se entregó a la justicia peruana, y durante el proceso se mantuvo detenido, primero, en la carceleta del sótano del Palacio de Justicia; y luego en una carceleta a cargo del INPE y la Policía de Seguridad en el mismo recinto. Por hallazgos posteriores, Reaño fue acusado también por tráfico de drogas (por droga hallada en el cuarto del hotel) y se le sumó el de inducir al aborto (por el aborto reciente de la víctima).
Cada mes que pasaba… cada año que transcurría sin llegar a una sentencia vino acompañado de relatos surgidos de un lado y de otro. El penalista Luis Roy Freyre, asesor del banquero Reaño, llegó a argumentar incluso que Marita había intentado suicidarse dos veces anteriormente.
De esta forma, el caso se archivaba y volvía a abrirse, en un ir y venir inagotable. La familia Alpaca y sus abogados, por su lado, persistieron en acusar de “homicidio calificado” a Reaño; y por otro lado, este último y sus abogados seguían revelando situaciones extremas de la víctima, con tal de salvarse de una fuerte sentencia (ni se soñaba entonces con una sentencia por ‘feminicidio’, como sería ahora).
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En una exhumación judicial ordenada para el 12 de octubre de 1990, se halló solo fragmentos del útero de Marita. Fue una muestra delictiva de manipulación de las pruebas y de obstrucción del propio proceso judicial. Este escabroso hecho traería consecuencia en el caso.
El 18 de octubre de 1990 se determinó que Leandro Reaño fuera al penal de San Pedro (ex Lurigancho). Los cambios de jueces eran una pesadilla para la defensa del empresario. Más aún si se trataba de juezas. Estas se mostraban inflexibles y más apegadas a la ley en sus mínimos detalles. Ese fue el caso de la juez instructora del ‘Caso Marita’, la doctora Nancy Ávila de Tambini. Luego vendrían los jueces ad hoc para que investigaran a exclusividad dicho proceso.
Comenzaron a hacerse exámenes más escrupulosos. Los médicos forenses hicieron su trabajo de forma más certera e independiente de presiones de todo tipo. Así, se fueron detectando “más huellas de golpes en el cuerpo de Marita Alpaca Raa”. (EC, 23/10/1990). Estas no fueron consignadas en los informes preliminares, informaron medios judiciales.
“Se encontró hematomas en el cráneo, en la zona izquierda del rostro, en las vísceras y fractura de la pelvis y de la tibia derecha, entre otras”, las cuales no parecían ser consecuencia de la brutal caída. Además, con los jueces ad hoc empezaron a ser investigados y procesados desde los empleados del hotel hasta los propios agentes de la Policía Técnica que vieron el caso en un inicio.
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Reaño, a través de sus abogados, acusaba a los jueces de animadversión personal; a él se le percibía quebrado por la carcelería a pocos meses del hecho. Por eso, quizás, a comienzos de abril de 1991, se le concedió “libertad provisional”. Pero, igual, el proceso de acusación continuaría.
El caso fue de años, y se prolongó en medio de recusaciones a jueces (y cambios de estos), reconstrucciones frustradas o no de la muerte de Marita, así como continuas malestares de salud del acusado (que iba del penal San Pedro al hospital Dos de Mayo continuamente); eran recursos de la defensa de Reaño para retrasar u obstruir a la justicia. Pero la justicia ya estaba logrando acopiar las pruebas mínimas y necesarias para una sentencia. Los fiscales pidieron hasta 15 años de cárcel para Reaño.
A pesar de todo lo que hizo para librarse de una pena, el empresario no se salvó de ser procesado por homicidio y aborto (no por drogas) desde marzo de 1992. En junio de 1993, Reaño sería capturado por orden de un tribunal de justicia. Pero no estaba solo: hubo cuatro acusados más por la muerte de Marita Alpaca Raa.
Reaño fue nuevamente interrogado, y en esas intervenciones seguía negando su culpabilidad en la muerte de la joven madre. Para él, ella se “suicidó por depresión”, exclamaba a los jueces. Hasta que el 27 de mayo de 1994, la Octava Sala Penal Superior de Lima ordenó la captura inmediata del acusado por los delitos de homicidio y aborto. Pero, en junio de ese mismo año, le dieron de nuevo la libertad provisional por un tema de salud (necesitaba tratamiento por su diabetes).
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No obstante, el proceso seguía su marcha inexorable. A fines de ese año 94, el juicio oral estaba en su etapa final con la confrontación de seis testigos, todos ellos empleados del céntrico Sheraton, que aclararían “la fuga del enamorado de Marita Alpaca, Leandro Reaño, el principal acusado del proceso”. (EC, 13/12/1994)
El 18 de enero de 1995 hubo una última inspección ocular en el Hotel Sheraton, para determinar si Marita Alpaca se había suicidado o había sido arrojada desde el piso 19 por el ex banquero. Así lo dispuso la Octava Sala Penal Superior de Lima. Fue a la misma hora en que ocurrieron los hechos en agosto de 1990.
Pese a algunas contradicciones, el caso ya debía cerrarse. Así, el 20 de febrero de 1995, la Octava Sala Superior Penal de Lima condenó a José Leandro Reaño a siete años de prisión, “por delito de homicidio simple, tras ser hallado culpable de la muerte de Marita Alpaca Raa”. En la sentencia no se citaron las causas del hecho de sangre.
Asimismo, la sentencia incluía el pago de una reparación civil de 200 mil soles a favor de Corina Raa, madre de Marita. Reaño fue absuelto, eso sí, del cargo de aborto en agravio del Estado. El tribunal absolvió del delito contra la administración de justicia a un grupo de miembros de la entonces Unidad de Homicidios de la PNP y a los empleados del hotel donde ocurrió el suceso.
El 22 de diciembre de 1995, la Corte Suprema de Justicia confirmó en última instancia la sentencia de siete años de prisión al ex banquero y la reparación civil (que no llegó a cancelar completamente), así como la absolución a los empleados del Sheraton y a los policías.
De acuerdo al fallo, Leandro Reaño debió salir en libertad el 11 de setiembre del 2001; sin embargo, por beneficios penitenciarios cruzó las puertas del penal en 1998.
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