LA MAÑANA SIGUIENTE
Creo que una de las peores cosas que pueden ocurrirte es despertar después de una noche de juerga y darte con la sorpresa de que hay un tipo en tu cama. Los recuerdos empiezan a llegar en medio del dolor de cabeza y el olor de cigarro en el pelo.
La noche anterior había quedado en encontrarme a medianoche con Nelly y sus amigas en un lugar de música wave, el “Fantástico”. Eran recién las nueve y ese viernes no tenía nada que hacer. Hice pasta y destapé una botella de cava para matar el tiempo. Estaban dando ‘Karate Kid’ en la tele, así que me quedé tirada en el colchón que utilizaba de sofá. Era raro escuchar al señor Miyagui hablar en catalán.Cuando me di cuenta eran casi las doce y ya me había tomado toda la botella. Me pinté y vestí lo más rápido que pude y fui al encuentro con Nelly. Ella no habían llegado, así que me senté en la barra a tomar una cerveza. Ahí estuvo mi gran error; tienen razón esos señores que dicen que no hay que mezclar tragos. Nelly y sus amigas llegaron vestidas de discoteca y yo me di cuenta que me sentía un poco borracha. Después de unos minutos sí estaba borracha y aburrida. Las amigas de Nelly eran como ella: su mayor deseo en el mundo era conocer hombres guapos con masters, carro, plata o trabajos en mega compañías. Regresé a la barra y con otra cerveza llegaron dos colombianos que insistían, después del flirteo inicial, en llevarme a una fiesta en su casa. Nelly observó la situación y como no tenían pinta de haber hecho un master ni tener plata ni ser guapos, me dijo que se iban a bailar al “Karma”, una discoteca de por ahí cerca. Creo que Nelly jamás se enteró del peligro en el que me dejaba con esos tipos.
De pronto mi amiga Nancy, una peruana que conocí en Barcelona, me agarró de un brazo y me sacó del lugar. Nancy tenía pinta de ruda y mandó al diablo a los dos tipos que no dejaban de seguirnos. Hasta el día de hoy le agradezco el haberme salvado, literalmente, la vida. Luego ella me dijo -muy seria- que los colombianos esos tenían pinta de asesinos. Me llevó al “Karma” porque había quedado en encontrarse con una amiga. Cuando entramos me dejó apoyada en la barra y fue a buscarla. No recuerdo mucho más de esa noche, solo que un chico se me acercó y que estuvimos bailando un buen rato. No volví a ver a Nancy.
A la mañana siguiente, abrí los ojos y casi me da un infarto cuando vi a un tipo desnudo durmiendo a mi lado. Lo peor es que yo estaba desnuda también. Traté de ir al baño sin hacer ruido, pero dos brazos no dejaron que me mueva. Debió ver mi cara de interrogación porque me preguntó si me acordaba de su nombre. La verdad no me acordaba de casi nada. Joan, me dijo. Era guapo y tenía la voz bonita.
Nos quedamos en la cama por horas, y me hablaba, acariciaba y besaba todavía mientras yo trataba de recordar algo sin que él se diera cuenta. Tenía 35 años, era profesor de informática para niños, había viajado por todo el mundo y por lo visto no tenía ganas de dejarme salir de la bendita cama. Gracias a Dios sonó el teléfono que estaba en el salón y me tuve que parar a contestar; era mi amiga Alejandra que me llamaba para ir a la playa. Le dije que estaría lista en una hora. La excusa perfecta.
Me puse una camiseta y regresé a la habitación. Joan se estaba vistiendo. Se volvió hacia mí y sacó su celular del bolsillo de la camisa y me pidió mi número. Yo pensé en el popular cliché: “si te acuestas con alguien que ni siquiera conoces, jamás habrá una segunda cita”. Se lo comenté. Me dijo, sonriendo, que le dé mi teléfono y punto. Casi le miento, pero se lo di. Lo acompañé a la puerta y antes de bajar por las escaleras, me dijo que le gustaba mi nombre.
Estuve todo el día en la playa con Alejandra contándole lo que había pasado. Ale, siempre con su entusiasmo guatemalteco, me dijo que el tipo me llamaría. Yo le dije que no, pero el mensaje no tardó en llegar: “Alicia, no solo tu nombre es bonito, llámame cuando quieras para tomar un café, ¿vale? Joan”.
Pasaron los días y no me atrevía a llamarlo. ¿Cómo podría encontrarme con él si apenas recordaba su cara? Lo llamé el miércoles y quedamos en encontrarnos en el Metro de Plaza Sant Jaume. Lo mejor que se nos ocurrió a Alejandra y a mí fue que yo llegara como 15 minutos antes, así él sería el que tuviese que acercarse. Así lo hice y a las 6.45 p.m. estaba sentada en una banca cerca de la boca del metro. A las 7 en punto escuché mi nombre. Ahí estaba Joan, sonriendo frente a mí. Nos saludamos con dos besos. Yo no podía mirarlo a la cara de la vergüenza. Me dijo que me iba a llevar a su lugar preferido en el Borne, un distrito que a mí también me gustaba.
Quedé totalmente sorprendida al ver que me abría la puerta de un restaurante que había sido una vieja cava remodelada; era precioso. Comimos foie gras y quesos de entrada, luego una delicia de carne con verduras y finalmente un postre de chocolate y fresas, cada plato acompañado de una copa de vino diferente. Fumamos y él pidió whisky para los dos. Me miró de frente y me pregunto: “¿Esto era lo que querías?”. No entendí la pregunta y creo que se dio cuenta. Me contó que la noche en la que nos conocimos, entre muchas cosas más, le dije que lo único que quería de un hombre era salir a cenar como Dios manda, con vino, velas, aperitivo, postre y una larga y decente conversación. No lo podía creer. Ni siquiera tuve tiempo de procesarlo porque me tomó de la mano y me acercó a él para besarme en la boca.
Y qué más decir de esta historia. Las cenas se repitieron durante las semanas que me quedaban en Barcelona (tenía un ticket para venir a Lima por tres meses, pero a Joan le dije que era solo por uno), caminamos de la mano por toda la ciudad, fuimos al cine, hablamos mucho y de todo. Ya me empezaba a gustar mucho cuando llegó la última noche. Como no podía ser de otra manera me invitó a cenar a otro lugar maravilloso. Me dijo que con él no iban los correos electrónicos y que lo llamara apenas pusiera un pie en suelo catalán.
Por buenos y malos motivos, nunca volví a Barcelona. Pero sonrío de vez en cuando recordando cómo una vez un chico estuvo dispuesto a demostrarme, con una cena, que quería conocerme de verdad, y quién sabe, quizá ser mi novio.