LOS BESOS DE JAVIER PRADO
Hace poco le confesé un affaire pasado a una amiga. No se lo había dicho antes porque conocí al chico en cuestión a través de ella, ambos son buenos amigos, y en su momento no tuve la oportunidad de contárselo. Lo hice con la vergüenza que produce el haber guardado un secreto, pues estos siempre implican algo oculto. Me dijo, entre risas, que cómo se me ocurría haber tenido reparos en decírselo. A continuación, vinieron los detalles, y lo primero que pasó por mi mente fue un recuerdo muy claro de los besos que nos dimos él y yo.
Yo ya tengo bien claro que me gusta besar, que me besen y en la boca. Y esa conversación me hizo pensar en que hace tiempo que alguien no me besaba tan bien. Y no solo fue el momento (inesperado, por supuesto), el espacio (un sitio en el que nunca había estado, y que seguro voy a recordar como el lugar más dulce y extraño donde me han besado), el primer intercambio de información (hecho de la manera más original y divertida que he vivido) y los coqueteos previos (un poco más comunes pero, no por ello, menos excitantes): así todo haya ido aumentando la expectativa, estoy segura de que no hubiera sido lo mismo si los besos no hubieran sido los que fueron. Claro, también influye el factor sorpresa: cuando es la primera vez que besas a alguien y no resulta como lo imaginabas, sino mejor aun, es increíble. Mi memoria reciente es un desastre, además sé que soy una persona distraída y me la paso olvidando nombres, autores, llaves, billeteras, tarjetas de crédito; pero estos primeros besos de Javier, ese es su nombre, se quedarán en un sitio reservado de mi mente para lo que desde ahora llamaré Los besos de la Javier Prado. No es tan fácil de explicar esa mezcla entre ternura y erotismo.Este tipo de besos no siempre ha provenido de chicos con los que he tenido alguna relación larga. El novio con el que estuve más tiempo no besaba bien. No sé si tenía que ver con nuestra anatomía, ganas o experticia. A pesar de haber sido un chico de muchas mujeres, y supongo, de muchos agarres, no le gustaba besar. Así que optamos, o yo me resigné, a que durante lo que durase nuestra relación no nos besaríamos mucho. Así que el mejor beso del día era el que nos dábamos antes de dormir las veces que me visitó en Barcelona. Esas fueron las mejores buenas noches que me han dado, después de las de mi madre cuando era niña.
Y para los besos malos, necesitaría un par de posts más. No, mentira. No han sido tantos, pero sí situaciones incómodas, porque como ya estás ahí a veces no hay cómo escapar. Recuerdo con terror a un chico con el que salí dos veces, con serios problemas de aseo, tanto que casi me atrevo a comprarle un cepillo de dientes porque comencé a dudar de que tuviera uno. Por obvios motivos, nuestra relación se terminó sin besos y un adiós para siempre a los rastas. Otro beso horrible fue al momento de despedirme, después de una noche bonita, de un chico demasiado tímido o reprimido, no sé, que esperaba que yo hiciese todo el trabajo. A pesar de eso, le di un par de oportunidades más porque me gustaba, pero su performance tan pasiva se extendía a todos los ámbitos. Punto final. Y para terminar por lo menos este breve recuento están los besos aburridos, esos que te aletargan tanto que en lo único que piensas es en el tiempo que te separa de tu cama, sola. Y no creo ser la única que las ha tenido buenas y malas en esto de los besos. Tengo una amiga en Guatemala que decía que su novio la besaba como “pollito tomando agua”, y fue tan frustrante para ella que luego se volvió toda una especialista. Creo que nadie ha besado tanto a algunos como ella, bajo cada farola de la Rambla del Raval.
Finalmente, creo que mi primer novio me malcrió. Porque nos besamos mucho durante los nueve meses que “estuvimos”, y lo hacía muy bien. Y eso que recuerdo muy bien que para nuestros doce y trece años no existían todavía los besos con lengua o cosas así, pero Javier, el hombre de la confesión, me hizo sentir algo parecido a sus treinta y uno. Por eso creo que nuestra amiga en común tuvo mucha razón al decir “no hay como los primeros besos”, pero solo cuando el otro también sabe besar.