OLV
Hace unos años, yo tenía cuatro buenas amigas: una argentina, una venezolana, una guatemalteca y una paraguaya. Esta última era mayor que nosotras y la única que había pasado por un matrimonio y un divorcio; llevaba sus relaciones con los hombres de una manera más libre y abierta. Yo la admiraba de verdad, no solo porque la quería y la consideraba una tipaza, sino por la seguridad con la que exponía su vida sin prejuicios ni pudores. Muchas veces la escuché atenta confiar sus experiencias y seguí sus consejos, especialmente en cuanto a hombres o relaciones con ellos se refería. Me parecía acertada y lúcida en ese sentido. Y, claro, no faltó el tema matrimonio. Ella se había separado porque a los 24 no había querido tener hijos y su marido había buscado, y encontrado, a alguien con quién tenerlos. Cuando la conocí, Marina transmitía esa sensación de al fin cumplir su autopromesa de vivir bajo sus propias reglas.
Dentro de las muchas conversaciones que tuvimos las cinco, no faltó el tema de los ‘requisitos’ de cada una para el hombre ideal, o el hombre ideal del momento. Para Marina, no eran pocos: quería un políglota que tuviese un mediano recorrido por el mundo, procedencia extranjera, sensibilidad por las manifestaciones artísticas étnicas, simpatía por la política izquierdista y, por supuesto, que fuese un tipo guapo; para ella, eso quería decir una mezcla de mayo del 68, Woodstock y Bob Marley. De este tipo de charlas intuí alguna vez, en silencio, que detrás de todo el feminismo, actitud liberal de pensamiento, palabra y obra, que Marina estaba buscando novio.En esa época yo pasaba casi todo el tiempo en casa de Christian, un novio austriaco que tuve, que arrendaba dos habitaciones de su departamento. Una tarde de domingo, viendo televisión en el salón, llegó un chico gordito y tímido, Luc, que había respondido al aviso virtual de búsqueda de compañero de piso de Chris. Luego de darle una ojeada al lugar y aceptar, Luc se sentó junto a mí, mientras el dueño de casa buscaba el contrato. Como yo estaba muy resfriada y afónica, el francés, que acababa de regresar de mochilear por Sudamérica, habló casi todo el tiempo. Parecía que se sentía solo, mis oídos fueron su catarsis y de ese modo me pude enterar de un resumen de su vida. Más que pensar en hacer un nuevo amigo, pensé en Marina. Cada cosa que Luc decía, lo hacía aun más perfecto para ella, y se lo dije: Conozco a alguien que te va a gustar.
Antes de presentarlos, le advertí a Marina que no era su tipo (físico y de look), pero que confiara en mí y le diera una oportunidad. Y pasó lo que yo esperaba: amor a segunda vista. Todos estábamos felices. A Marina se la veía contenta y todo pasó muy rápido. A los pocos meses, él la presentó a sus padres, comenzaron a viajar, a hacer planes juntos hasta que una tarde en un café, me contó la noticia. El día del cumpleaños de Marina, él le pidió que se case con ella. En los primeros meses me pareció normal que ella se alejase de nosotros, pero a esas alturas no me esperaba ese tamaño de efecto colateral de su relación. A cada uno de nosotros, sus amigos, nos alejó de su vida de a pocos como si de pronto su novio nos supliera. Y no hablo con los típicos celos de amigo, que sí sentí en algún momento y que demuestran, más que nada, el afecto hacia el otro. En esos meses, a pesar del primer shock, no le di mayor importancia porque no fui excluida de modo radical de su nuevo mundo, hasta recuerdo haber almorzado juntas un día antes de mi partida.
Ese era el panorama cuando me volví a Lima. Para mi pesar, mis correos a Marina no tuvieron respuesta y tiré la toalla cuando no me escribió por mi cumpleaños ni respondió mis saludos por su cumpleaños, un mes después. Pasaron dos años antes de que Marina me enviara un mail comunitario con una foto en la que lucía una barriga enorme. Me alegré por ella sinceramente pero sin tanto júbilo. Y por una razón: me dolió, además de su desaparición de mi vida, que en un momento particularmente malo para mi mejor amigo -el hombre perfecto de un post anterior, al que también le presenté y con el que compartió una larga y bonita amistad durante años-, en un momento en el que él no estaba bien, Marina jamás le contestó el teléfono ni una sola vez y él jamás volvió a saber de ella. La misma suerte corrimos los demás.
Todo este asunto hasta ahora me hace pensar: ¿Encontrar pareja es olvidarse de quién es uno y borrón y cuenta nueva? ¿Existen las nuevas vidas sin pasado? ¿Hay otras oportunidades para hacer todo ‘perfecto’? Y si es así, ¿por qué un novio o marido tendría que ser el detonante?
Por eso, cada vez que pienso en un novio, pienso en uno de mis buenos amigos pero al que además, quisiera besar en los labios, abrazar y hacerle el amor. Prometo en este post jamás dejar por un novio a Joaquín, Ale, Titi, Juli, Mili, Ivy, Nancy, Eli, Carmen -por más lejos que se encuentren-, ni a Cristi, Anita, Fabricio, Claire, Nats y todas esas personas que jamás dejarán que sienta que me falta algo.
Y si todo sigue cambiando, como siento que cambia ahora mi vida, quiero seguir pensando igual. La gente puede entrar o salir de mi vida, pero la relación que queda finalmente y que además, es eterna, es la que mantengo conmigo; así tenga, quiera, no quiera, encuentre, no encuentre, o busque novio.