Busco DVD que abrace
… y que cocine, corte, ralle, pique, venga con todos sus repuestos, garantía por si no funciona, me haga sonreír, me lleve al cine, me despierte cuando no oiga el despertador (o cuando tenga pesadillas).
Hace unos días un chico al que estoy estrenando como amigo, es decir, esos seres asexuados (para los del club de la amistad ortodoxa) que están con nosotros y viceversa, en las buenas y en las malas, y que, como si fuera poco, es mi otro lado del espejo, una persona práctica y racional, me dijo algo que me sorprendió. Estábamos en una de nuestras recurrentes conversaciones sobre el amor, cuando le solté que para ser y estar feliz solo necesitaba mis películas y mi DVD.
- Tu DVD no te puede abrazar– me respondió. Me quedé fría.
Entonces comencé a pensar en las necesidades. Todos las tenemos. Unas más profundas, algunas muy superficiales, pero que igual luchamos por satisfacer. Así vaya por la vida pensando (o tratando de pensar) que yo sola puedo con todo, hay cosas para las que quisiera a alguien literalmente a la mano; un novio, pero uno muy, muy práctico. Aquí van los requisitos. Ni en los avisos clasificados ni en Telemercado hay, ya pregunté.MI DVD. Mi aparato reproductor de películas es casi, casi, mi mejor amigo, mi amante, mi novio. ¿Por qué? Simple. Es incondicional, además de culto y experto en darme placer audiovisual. Es políglota, lee todos los idiomas, y cuando yo no los entiendo, le pone subtítulos, ¿ven? eso es amor. Además, no distingue clases ni credos; lee original, pirata, prestado, bajado de Internet, no se hace ningún problema; no le importan las nacionalidades, temas ni directores, él siempre me acompaña. Está conmigo cuando regreso tarde de trabajar y quiero ver el final de la película que no pude terminar de ver la noche anterior cuando me quedé dormida (por llegar tarde de trabajar) y me la pone en el segundo exacto en el que la dejé. Eso es preocuparse de verdad por alguien.
Está a mi lado los domingos cuando solo puedo ver películas aptas para la única neurona que se quiere apuntar a una maratón de comedias románticas. Jamás me ha dejado cuando estoy triste y solo puedo ver las películas más duras de Bergman. Nunca se ha cansado cuando en mis rachas de cinefilia compulsiva veo una película tras otra y jamás se ha horrorizado, ni me ha juzgado, cuando hemos visto juntos una porno.
Además (punto muy importante), me es completamente fiel. Me espera paciente en casa y le da igual si tengo la cara lavada o con restos del maquillaje del día anterior. Tampoco es celoso, nunca ha dicho nada cuando he visto películas acompañada o me ha visto dormir frente a él, con otro.
Así que lo mimo en retribución. Le paso una franelita más de dos veces a la semana, lo engrío limpiándole el cabezal con alcohol y no dejo nada encima de él que pueda dañarlo, como un vaso con agua o una pila de cajas de películas; y si un fin de semana me voy a la playa, lo desenchufo para que no me extrañe y para que pueda descansar tranquilo.
Pero mi nuevo amigo tiene razón, el DVD jamás se moverá de su lugar en el mueble al lado del televisor, nunca compartirá mis risas, ni le darán ganas de meterse un revolcón conmigo y las triple X. Menos me abrazará cuando en realidad necesite un abrazo. En definitiva, quiero uno que sí lo haga. Ya lo dije, si ven alguno con esas características en la vitrina de los electrodomésticos, pasen la voz.
Y la lista de necesidades no termina ahí.
RATONES, CUCARACHAS Y OTRAS PLAGAS. Una noche del año pasado estaba arreglando cuentas del pasado con un lector, ex amante y ex amor a la distancia por unos meses. Desde que nuestros caminos se separaron y desde que yo me enteré de su traición virtual, no había querido saber de su existencia. Sin embargo, él, siempre terco e insistente, quería que no perdiésemos el cariño especial que siempre nos habíamos tenido. Sentados en el mismo sofá rojo donde tanto nos habíamos besado, estábamos en plena bronca a lo ya no te creo nada/tú siempre fuiste especial/todo lo nuestro fue mentira/jamás te mentí cuando de pronto me dí cuenta de que no estábamos solos. Una pequeña presencia color gris claro pasó rauda frente a nosotros. Yo grité, él me abrazó. Yo solo lo dejé tocarme porque estaba en pleno ataque de pánico y en lo único que pensaba era en: “alguien tiene que matar a ese animal (un pequeño ratoncito)”.
-Te quiero, Ali. No quiero perderte.
-Primero mata a esa cosa.
-Abrázame.
-No, por favor, primero saca a la rata de aquí– le supliqué.
En ese momento nos miramos. Yo estaba trepada en la mesa del comedor y él me estaba abrazando y de paso, quedándose sordo son mis gritos. Los dos sonreímos. Entonces yo también lo abracé.
-Yo también te quiero, Bicho (irónicamente, así lo llamaba cuando andábamos juntos) – y a mí se me salieron un par de lágrimas. Entre sus brazos, le dije con la boca pegada a su camiseta y voz de niña: ahora sí, ¿puedes matar a esa monstruo?. Me dio un beso en la frente y procedió a buscar al animal. Escoba en mano, lo buscó por todos lados y no lo encontró. A las dos de la mañana, nos dimos por vencidos. Yo me tenía que acostar y él tenía que irse. Estoy segura de que si el verano pasado me hubiese quedado con él, quizás ahora sería mi novio y esa noche se hubiese quedado conmigo, durmiendo a mi lado, protegiéndome de roedores y pesadillas.
Me demoré en dormir pensando que una mancha de ratas gigantes iba a aparecer de pronto de la oscuridad, todas dispuestas a morderme la cara sin piedad. Sin embargo, al día siguiente seguí la receta de la abuela y compré un anticoagulante de sangre para caballos, lo mezclé con queso y lo repartí en trampitas por toda mi casa, según las indicaciones del paquetito mortal. No he vuelto a ver un ratón desde entonces. Quizás esté escondido entre mis zapatos, pero prefiero ignorar esos pensamientos y tener a la mano mi colección de sprays mata cucarachas, polillas, zancudos, hormigas y arañas (y una buena bolsa de Campeón).
SEXO, SEXO, SEXO. Una de las ventajas de tener novio es la posibilidad de tener sexo, tener relaciones sexuales o hacer el amor, como quieran llamarle, cuando a uno, al otro o a los dos, se le antoje. Es casi tan sencillo como un delivery casi las 24 horas. Y es paja. Necesidades sexuales satisfechas y ambos contentos. Salvo una excepción, nunca he tenido problemas en ese departamento cuando he tenido novio y esas largas relaciones han sido mi educación sentimental, digo, sexual. No he tenido sexo con muchos, pero sí mucho sexo con la mayoría los chicos con los que he estado. Ahora que estoy sola, hay remedios más caseros para el deseo sexual incapaz de satisfacerse. El mío es un aparato violeta que funciona a pilas, que vive muy cerca de mi mesa de noche. Sé que no es lo mismo que un hombre, pero en épocas de austeridad siempre viene bien una mano amiga.
INSTRUCCIONES ¿QUÉ ES ESO?. No sé si trata de alguna tara mía, pero por alguna razón no puedo leer instrucciones. Me es imposible; quienes me conocen, lo saben. La otra vez estaba haciendo mi clásico jugo de las mañanas cuando mi fiel licuadora colapsó. Creo que le metí un pedazo de tuna demasiado grande y el vaso explotó. Me resigné a comprar esos jugos recién exprimidos, pero no es lo mismo, así que corrí a una tienda a comprar un reemplazo para la finadita Oster. Estaba casi mareada entre tantos modelos, marcas, promociones y ofertas, cuando se me acercó la promotora de la marca Thomas. Como, la verdad, mi único requisito era que el aparato licue frutas sin romperse, le dije a esa señorita que ya me estaba atarantando con todas las habilidades de la licuadora esa con nombre de hombre, cuando la corté:
-Sólo lo necesito para hacer jugo– le respondí.
-Es excelente para eso, señorita– me contestó.
Suficiente. De inmediato compré a Thomas, decidida a convertirlo en mi nuevo mejor amigo. Pero Thomas y yo, así como me ha ocurrido con algunos chicos, fuimos incompatibles desde el inicio. El susodicho venía en partes para armar con un folleto de instrucciones que había que seguir para hacerlo funcionar. Como a mí se me hace imposible leer, y menos entender, el cuadernito de pasos a seguir, me dejé llevar por mis instintos y claro, el primer jugo término en la mega explosión frutal que salpicó toda la cocina. Saqué el trapeador y pensé: debe ser por eso que muchas veces no entiendo a los hombres, no puedo leer sus instrucciones.
Muy a mi pesar y solo pensando que no puedo vivir sin jugo de frutas por la mañana, leí cómo funcionaba Thomas. Finalmente comprendí que había hecho mal y ahora nos volvimos a hacer amigos. Pero él ha sido la gran excepción. Las instrucciones de todos los aparatos que ahora funcionan en mi casa están arrumadas sin abrir en una bolsa, hasta que tenga un novio que me explique, como a un niño se le enseña a leer, cómo hacer para que no se me congele la refrigeradora, cómo sacarle provecho al HD (¿alguien sabe qué es eso?) de mi tele, cómo funciona su control remoto (la otra vez no sé qué apreté y me metí el susto de la vida cuando se prendió solo y a todo volumen a las 5 de la mañana), cómo descifro los poderes secretos de mi nuevo celular y, horror, instalar una caja que me han traído unas personas del cable (por ahora la tengo de adorno en la entrada de mi casa).
911, TENGO UNA EMERGENCIA. Cuando uno tiene novio, siempre tiene un número que marcar cuando pasa algo. Ese “algo” puede ser todo. Cuando te roban en la calle y solo él sabe lo importante que eran para ti todas las canciones de tu ipod, cuando un editor te dice que quiere publicar tu siguiente libro, cuando se cumple un año desde que tu tío favorito murió, cuando ni te acuerdas que te va a venir la regla y lloras sin saber porqué, cuando has tenido una pesadilla en la mitad de una noche en la que él no se quedó a dormir y estás asustada, cuando tampoco se quedó a dormir y te levantas con la sensación de que te ha hecho falta, cuando te vas de juerga con tus amigas y lo despiertas a las tres de la mañana para decirle ebria cuánto lo quieres, cuándo alguien te hace una putada, cuando alguien que te importa te dice algo maravilloso, cuando logras algo que querías de verdad, cuando sientes que no puedes más y aún más cuando no puedes guardar más dentro de la garganta esas dos palabras trilladas, melosas, hasta cursis y que solo tienen un destinatario posible: él. La última vez que lo dije bajé por el ascensor de mi trabajo con el celular en la mano. Apenas puse un pie en la calle marqué su número y apenas escuche su voz le dije: ¡hey! te amo. Él me respondió un poco sorprendido: yo también. Pero eso no era todo, porque yo seguí: ¡es que no me entiendes! en serio, te amo, te amo, te amo. Creo que algunas personas se quedaron mirándome en la calle, pero no me importó. Esa ha sido la última vez que le hice una eufórica declaración de amor a alguien.
Ahora mi teléfono tiene menos chamba. Anda silencioso. Ahora celebro las buenas noticias con una buena canción que voy cantando a solas en mi carro; espero llegar a casa para llorar tranquila y en privado, cuando las noticias no son tan buenas. Si me roban, ahora llamo a la Policía; cuando tengo miedo, me escondo debajo de mi colchita de verano; si estoy triste, “le hago huevos” (como dice mi amiga Ale); si estoy muy triste, hago llamadas internacionales o me voy al malecón a respirar; y si estoy contenta, ahí sí hay miles de posibilidades, desde regalarme un café hasta poner un buen disco y bailar sola en pijama. Lo único que no puedo hacer es decir “te amo”, pero puedo vivir sin eso (por ahora).
ZONA ANTISÍSIMICA. A pesar de todo lo independiente que uno quiera ser en esta vida creo que muchos, por lo menos yo, ando tras la estabilidad, un lugar donde permanecer parado y no caer. Cuando estás con alguien es más que cómodo (claro, si el novio en cuestión no es más inestable que la falla de San Andrés), es un verdadero placer tener siempre un par de brazos dispuestos donde correr a sentirse segura. Como esas columnas antisísmicas. Sin embargo, cuando se está solo, uno es su propia columna. Tienes que serlo, no hay otra. Así pasen por nuestras vidas, temblores y terremotos. Acá no hay posibilidad de reemplazo.
Hace tiempo me acostumbré a dormir en una cama que no era la mía y a compartir la mía con alguien. Dormía como un oso hibernando. Me sentía segura. A salvo. Ahora la única cama que tengo es la mía, y antes de volverla a compartir con alguien, aunque sea por un rato, lo voy a pensar bien. Estar, y más importante, mantenerse a salvo, no es fácil. Por eso, no se puede dejar entrar extraños a nuestros respectivos paraísos artificiales, esos están reservados para compartir con alguien que valore esa estadía, no para ser invadidos. Y aunque algunas noches me den ganas de dormir enrollada en el cuerpo de alguien, nadie me va negar que dormir solo, atravesado, doblado, estirado, posición nudo, roncando a sus anchas, babeando la almohada, calato, con camisetas viejas, con antifaz y tapones en los oídos (mis manías, ¿qué puedo hacer? tengo el sueño ligero) es muchas veces más que rico.
Cuidar de uno mismo no es poca cosa, además de un deber. Así nos mandemos nosotros mismos al demonio, de vez en cuando.
De pronto me dio miedo estar mimetizándome con mi nuevo amigo y volverme una persona un tanto fría y cerrada a la posibilidad del amor. Está bien que uno esté en veda, como los camarones, pero como toda prohibición, esta tiene un tiempo límite. Yo no sé cuál es el mío, ya lo averiguaré. Así que si quieren regalarme algo por San Valentín, un regalo adelantado por mi cumpleaños, un regalo atrasado de Navidad o un lindo regalo sin motivo (mis favoritos) ya saben lo que quiero.
Y hablando de regalos, para que vean que así como pido, doy, tengo para ustedes, señores lectores algo especial. A las personas detrás de los 10 primeros comentarios del siguiente post les regalo un CD con el soundtrack de Busco Novio, bueno, no todo, digamos los Greatest Hits (según yo). Stay tunned.
CANCIÓN PARA ENCONTRAR LO QUE UNO BUSCA
Dos momentos de “La Doble vida de Verónica” (una de mis favoritas de Kieslowski). Al cuestionarse, Verónica encuentra sus respuestas.
Verónica mira a través de un cristal y ve la realidad desde otro ángulo. Creo que con la soledad pasa lo mismo; es también un bonito paisaje donde pasar el tiempo.
Nunca me ha gustado mucho Coldplay, pero me gusta esta canción que, creo por la letra, va bien con el post. Siempre hay buenas excusas para escuchar buenas canciones.