Mi fiesta de promoción
Y LA TUYA TAMBIÉN
No quería ir. Acostado en una vieja cama y cubierto por todas las sábanas que encontré en mi cuarto, me negaba a responder los desesperados llamados de mi familia y de mis amigos. Faltaba un día para mi fiesta de promoción y pensaba que me había quedado sin pareja. Cuando tienes 16 años, un simple malentendido puede convertirse en una sentencia de muerte. Estuve a horas de perderme la que fue una de las mejores noches de mi adolescencia. Todo era cuestión de esperar una llamada. Pero cuando tienes 16 años no esperas. Ese día de la fiesta, mi hermana Pilar tocó mi puerta no solo para despertarme sino para devolverme a la vida en medio de la más prematura de mis muertes.
–Te llamó la mamá de C. (mi pareja), dejó su dirección para que la vayas a recoger en la noche.Eso había pasado. C. me prometió que se comunicaría, que ella no fallaba. Solo era necesaria una dosis de paciencia, una calma adulta (que no tenía) para saber que todo saldría bien. En años sin celulares, mucho menos Messenger, la comunicación era algo más urgente. Las llamadas en los teléfonos caseros podían mantenerte en estado de insoportable ansiedad durante horas o días. Asumí que C. ya no quería ir conmigo a la fiesta, o peor aún, que se había olvidado de mi día más importante. No fue así.
Después de esa feliz llamada tuve que salir de ese autoarresto, de ese muro de los lamentos en el que se convierte tu dormitorio en años de colegio. De ese ensayo de “chico emo noventero” en el cual me convertí por un par de días no quedaba nada. Al contrario, si digo que di algunos saltos sobre mi cama o que fui a pagar mis entradas para la fiesta zapateando y dando vueltas como Gene Kelly en “Bailando bajo la lluvia”, simplemente no exagero.
Conseguí terno, camisa y corbatas por gracia divina (o la gracia de mi otra hermana, que solo tuvo que llamar a uno de sus amigos-pretendientes para que le preste sus mejores “ropas” a su pequeño y manganzón hermano). Ya eran las siete y hacía mis cuentas de tiempo y presupuesto para ese viaje interprovincial que iba a hacer. Cuando tienes 16 años, ir de Lince a La Molina (una hora en auto) es casi como cruzar océanos sin necesidad de visa. Un auténtico viajezote.
Ese mismo viaje intergaláctico era el que había hecho tres veces en los días previos, cuando C. no se comunicaba conmigo. Me parecía raro, todo iba bien. Ella había aceptado ser mi pareja dos semanas antes con un mensaje escrito a mano que si tengo suerte, aún debe permanecer en la casa de mis padres.
“¿Ser tu pareja? Por supuesto, y no va a seeeer”.
¿De cuántas formas uno puede pedirle a la chica que le gusta o a la amiga de siempre que sea tu pareja de promoción? ¿Es una declaración de amor el pedirle a alguien que sea su pareja “de algo? ¿O funciona el amiguismo en estas instancias de necesaria compañía? A mí C. no solo me gustaba, sino que no dejaba de pensar en ella y de cómo decirle “lo otro”. Desde que la había conocido, un año antes, en las actividades de la página escolar de este diario supe que ella tenía que ir conmigo a esa fiesta. No había otra. Cuando aceptó, sentí que esa etapa de culminación que se presenta en quinto de secundaria iba a tener el mejor rostro (el rostro de C., claro que sí).
Pero ella no llamaba. Olvidé que por las noches trabajaba en fiestas infantiles. C. era (y es) muy bonita y bailaba mejor que cualquier burbujita o muñeca de Yola Polastri. Era mi cíndela personal, pero ella lo supo mucho después. Por ese cachuelo, ella nunca estaba en casa, y en mi último intento por encontrarla para hablar de la fiesta, su hermano menor (en aquel entonces con 6 años y que hoy mide casi dos metros) me dijo “ella siempre viene de medianoche”.
Me tomé la combi que va por toda la Javier Prado desde Mayorazgo. Con la cabeza recostada en la ventana, solo me acuerdo que sentí por primera vez lo que muchos describen como “corazón roto”. Es decir esa sensación de vértigo allí arriba del pecho que se convierte en opresión con cualquier estímulo sensorial (por ejemplo, el oído). Tenía walkman (no MP3 ni Ipod, sino walkman, una miniradio cuadrada y algo pesada) y cuando lo encendí pasaban “When you’re gone” de The Cranberries. Desde aquella vez, siempre que escucho esa balada siento, como dice la canción, que algo realmente se ha ido.
Allí fue cuando me encerré en mi cuarto, cuando perdí las ganas totales de festejar cualquier cosa. Horas después la situación se arregló y pude ir con C. a mi fiesta de promoción. El local quedaba a la espalda de La Plaza de Acho, en el centro de Lima, y mi pareja vivía en La Molina. Imaginaba un viaje de dos horas pero solo fueron treinta minutos. A los 16 años recién descubrí que existía la vía de evitamiento.
De mi fiesta de promoción solo puedo relatar que tuvo un exceso de formalidades y que casi se suspende por seguridad. Días antes había sido tomada la residencia del embajador de Japón por los terroristas del MRTA. Mi colegio quedaba en Lince, a poco más de diez cuadras de este lugar. Incluso no olvidaré que en plena graduación (la noche de la toma), se escuchaban disparos al aire que algunos confundieron con bombardas para amenizar la ceremonia. Nadie imaginó que aquel operativo subversivo iba a paralizar al país por casi cuatro meses.
La fiesta, a pesar de este incidente, se hizo. No faltó ningún compañero. Fue la última vez que estuvimos todos juntos. Ni siquiera en reencuentros en años cercanos a ese 96 se consiguió que los cuarenta del salón puedan estar. Como toda fiesta de promoción, hubo comida, trago, baile, nuevas parejas, intercambios de parejas, rompimientos, infidelidades, ampays, vestidos rotos, caídas, cigarros clandestinos y una conversa larguísima.
C. vivía lejos así que tuve que dejarla en casa antes del amanecer. Además su mamá se había despedido de mí diciendo: “Te encargo a mi hija porque eres un chico muy responsable”. Suficiente compromiso como para volver a la hora. De regreso a La Molina, supe que tenía que decírselo. Pero no lo hice. Había sido la mejor noche y algo me decía que podía echarlo todo a perder. “Ya más adelante”, me dije.
Volví a la fiesta y mis amigos seguían hablando en las mesas. Comenzamos con ese discurso en tiempo pasado con el cual sobrevivimos en cada reencuentro de promo escolar hasta hoy. Recuerdo que fue muy larga esa charla, la última de todas. Meses después algunos se mudaron, otros se fueron a vivir fuera del país, otros se casaron antes de los veinte. Iba a ser irrepetible el quórum de esa fiesta de promoción. Nunca más.
Para el verano siguiente, C. se fue de viaje al norte del país. Pasaron los meses y se enfrió mi plan de decirle “lo que tenía que decirle”. Ya no la iba a ver porque la página escolar del diario era para escolares y nosotros ya no lo éramos. A C. la volví a ver en una discoteca de San Miguel en el 2000, en una tienda de alquiler de videos de Lince en el 2001 y en el 2003 en la entrada de un cine de Jesús María. Las tres veces estuvo acompañada por alguien. Saludarla y hablar cinco minutos con ella fue lo único que pude hacer en esos encuentros.
Una fiesta de promoción puede ser el mejor o más nostálgico de los recuerdos juveniles que cualquiera puede tener. Es curioso, pero hago un repaso de todas las parejas que fueron juntas esa noche y ninguna se mantiene unida hasta hoy. Algunos se separaron esa noche, otros al verano siguiente, otros cinco o seis años después. Si alguien me pregunta por C., mi pareja de promoción, solo contaré que desde hace unos seis meses la volví a contactar en el Messenger. Está muy bien y sigue igual de linda. Hoy es muy feliz con su novio y sé que cuando él viaja ella lo extraña sumergida en el insomnio. No es necesario que lea este post para que sepa lo que quise decirle esa noche. C. sabe eso y también lo otro: que lo mejor de mi fiesta de promoción fue la niña bonita que tomó mi mano en los escalones y que se dejó llevar a la pista para seguirle los pasos a “Tiempo de vals” de Chayanne. Lo mejor de mi fiesta de promoción fue esa acompañante perfecta que tuve para bailar por un sueño.
¿Cuál es tu principal recuerdo de tu fiesta de promoción? ¿Aún recuerdos quién fue tu pareja? ¿Qué le dirías a tu “pareja de promo” si la encuentras hoy? ¿Qué música bailaste en tu fiesta de promoción? ¿Es posible que alguien se haya casado con su pareja de promo? ¿Las fiestas de promoción están en estado de extinción?
[Algunas canciones que bailé en mi fiesta de promoción. La infaltable en ese 96 era el llamado "carrapicho". Allí está para los que no se acuerden de ese bailecito]
["La Guitarra" de Los Auténticos Decadentes. Un himno de la generación. ¿Quién no la ha bailado abrazado con sus mejores amigos?]
["Ingrata" de Café Tacuba. Esa, me acuerdo, que hasta tenía coreografía tipo baile tejano. ¿O cómo era?]
EL NOSTÁLGICO DE LA SEMANA
[Yo apenas nacía y tú ya te ibas, John. Para los beatlemaniacos como yo, para los que aún no entienden por qué pasan algunas cosas. Para los que sin conocerlo siguen extrañando tanto al maestro Lennon. 28 años después y sigue cantando. Aquí su última obra maestra. Acababa de componer "Starting over" (Comenzar de nuevo) y alguna ironía (o algún imbécil) quiso apurarlo con el final. No fue justo]
AVISO PARROQUIAL
Tenemos algunos problemas para hacer la reunión el 19 de diciembre. La fecha está perfecta, la hora también (8:00 p.m.) y las ganas de todos por juntarnos y conocernos también. Pero no encuentro local o al menos no me convence lo que tengo. Esto ya entra en días finales y decisivos. Yo les dije que era algo torpe para organizar estas cosas, lo estoy intentando de hacer bien pero ahora sí necesito ayuda. Si alguno de ustedes me sugiere un lugar donde solo podamos juntarnos, hablar unas horas, tomar algo y hacer el intercambio de regalos nostálgicos pues me pasa la voz. Sorry por la larga espera. Ojalá en el próximo post pueda anunciar la reunión con todo en orden. Un abrazo para todos.