El poder de la ambición
Disfruto mucho trabajar con personas ambiciosas.
Saben lo que quieren, tienen sus metas claras y se exigen para conseguirlas. Aceptan los retos y los disfrutan: saben que son elementos necesarios para avanzar y aprender.
Las personas ambiciosas toman su destino en sus manos y no se sientan a esperar que alguien más se los dé servido. Tienen fuerza de voluntad y determinación. Saben a dónde van y lo que tienen que hacer para llegar. Son capaces de transformarse y crearse a la medida de sus sueños y ambiciones, siempre atentas a las oportunidades que existen para quienes están dispuestas a verlas y esforzarse por ellas.
La ambición es un gran motivador para crecer y desarrollarse. Para tener éxito – nadie es exitoso sin ambición. Los que ambicionan ser más, saber más, hacer más, dar más o tener más, tienen un propósito y un motor interno poderoso que los impulsa a atreverse a soñar más grande y a llegar más lejos. La ambición los moviliza para avanzar y lograr lo que se proponen. Bien canalizada y con valores, la ambición es reflejo de una sana autoestima y una capacidad mayor de abstracción y de visualización del futuro. A las personas ambiciosas les brillan los ojos cuando se acercan a sus objetivos. Vibran por ellos y tienen un entusiasmo contagioso por lograrlos. Inspiran y motivan a los demás.
Es importante destacar que el ser ambicioso no es implícito de no tener valores o ética. Tampoco es sinónimo de descontrol o manipulación, como muchas veces se piensa en nuestro país. Aquí no valoramos la ambición. Le tememos y desconfiamos de ella (casi tanto como el éxito ajeno). Rápidamente la confundimos con la ambición desmedida. Como si toda persona ambiciosa fuera de por sí capaz de dañar a otros. Por supuesto que hay muchos con ambiciones sin limites – estereotipados como el malo de la telenovela – capaces de cualquier cosa por conseguir sus objetivos. Pero el que existan personas así, no descalifica a quienes tienen un sano y positivo nivel de ambición.
Por otro lado, las personas sin ambición le piden poco a la vida y eso es lo que obtienen, poco o nada. No tienen sueños, no tienen visión, rumbo ni destino y por tanto nunca llegan a ningún lado. Algunos son conformistas, otros son pasivos – carecen de motivación. Muchos viven amargados sin comprender que su falta de ambición es lo que sabotea su futuro: no son capaces de imaginarlo y por tanto, de crearlo para ellos mismos. Las personas sin ambición tienden a no ser leales a si mismos: no tienen el coraje para arriesgarse a tener éxito, no apuestan por ellos mismos. Lastimosamente, es como si tuvieran sus alas amarradas y no se dieran cuenta…
Nos toca enseñarles a nuestros hijos el poder de la ambición y de los sueños grandes. Son los importantes motivadores del éxito personal y colectivo. Y que la ambición puede – y debe ser también – en beneficio de otros y del bien común.
Exijamos hoy a quienes liderarán nuestro futuro que nos ofrezcan una visión de país muy clara, con metas ambiciosas y muy retadoras que nos inspiren a todos a lograrlas. ¡Solo así lograremos el país prospero, justo y equitativo que queremos y nos merecemos!