Romanticismo
Releí a Rostand (neo romántico) en mis 20 porque Cyrano me parecía un personaje fascinante. Era heroico pero repulsivo a la vista. No obstante, era un poeta mayor y tenía el don del ingenio hasta para escribir una sencilla carta de amor. Cyrano pacta con el apuesto Christian para que éste le lea bellas cartas de amor a Roxana, haciéndolas pasar como suyas. El cadete es obtuso y sus alcances solo le dan para leer aquellas letras. El romanticismo de la historia pretende hacernos creer que Roxana se enamora de Christian a partir de aquel epistolario.
Cyrano, el verdadero autor de las cartas asume que Roxana se sentía atraída por aquel joven cadete, pero que las cartas había obrado un milagro: la magia del amor.
Manuel T, un poeta del taller, odia a Rostand como odia las historias románticas. Dice nunca haber impresionado a nadie con sus sublimes cartas. Como Pessoa, él también dirá: “Todas las cartas de amor son ridículas”. Recuerda aquella vez que le escribía cartas de amor a Sonia. Ella las leía, se emocionaba muy ligeramente y las hacía a un lado para pensar en Carlos. Carlos, por cierto, no tenía táctica alguna, iba al grano. Era dador de goces y presa del deseo a la vez. El deseo era lo que le importaba a Sonia, no el volátil amor de los cuentos idílicos.
Claro que Carlos ganó la partida y Manuel dejó de escribir cartas, dedicándose al hábito de desear y ser deseado con relativo éxito. “La poesía, las cartas, el romance, les importa a muy pocos en esta modernidad superflua. En esta ganan terreno las sensaciones y la utilidad”, llegó a decir Manuel, quien desde aquel episodio no conoció musas ni aguardó que alguien se impresionara con sus versos o sus cartas.
Un buen día, tras una seguidilla de poemarios filósoficos, se retiró al campo a escribir el que sería su más grande poemario de amor. En aquella cabaña distante y silenciosa reparó que no asomarían las musas y que convertiría en tal a la primera que respondiera a su llamado ¿Cuál llamado? Colgó cinco cartas de amor en la vitrina de la tienda del pueblo. Aquella mujer que leyera las cartas, se impresionase y apareciera ante él, sería especial y, por tanto, la convertiría en su musa. “Solo puede ser musa quien ama la poesía”. Y extrañamente así fue. Una entre mil de las transeúntes. Solo una vio y caminó hacia él. Cosas de la modernidad. Estadísticamente, decía, el joven escritor, “el deseo golea al amor. Quizás por eso sea cierto lo que escribe Pessoa sobre las cartas”.
X dice que Manuel escribe con el corazón y que esa es una desviación. Yo replico que hasta en la narrativa compleja de Faulkner había corazón y que el mismo autor de “Luz de agosto” reconocía que escribía solo con el corazón, que era un campesino dado a escribir por principios, por ideales, por sentimientos, con la pluma latiente. X vuelve a la carga y dice, algo crispado, que la razón fría es la que hace la buena literatura y que el romanticismo está proscrito incluso en el cine, donde el escaso romance que se ve, se disfraza de comedia y ligereza ¿Miedo?, se pregunta. Llega a convencerme.
“Ni siquiera hay romance en las calles”, dice X. Manuel le lanza una mirada fiera mientras contempla la foto de su amada. Dice que Julia (así se llama ella), es un contraejemplo del realismo vulgar que propugna su profesor de narrativa.