Cómo tener éxito: manual de antiayuda
Lamento decepcionarte. No hay un manual que ayude ni camino tendido adelante, solo hay vida. Ya solía decir mi padre: “uno no está viejo, uno está vivo”. Y valgan verdades tal condición (la vida) le era suficiente.
¿Quieres que te hable del éxito como en la moderna bibliografía de la autoayuda? No lo haré, porque, realismo al canto, el grueso de la gente está condenada a no alcanzarlo. “Nunca esperes nada de nadie, no aspires, respira”, decía un buen amigo, que siempre esperó algo o a alguien. Pero ni las llamadas ni los correos llegan solos. Las respuestas tienen, en ocasiones, la textura del milagro o la concesión.
El buen amigo, que leía a Tennessee Williams solía copiar a su texto a la inefable Blanche Dubois (Un tranvía llamado deseo). “Vivo de la buena voluntad de los extraños”. Vivía en una buhardilla prestada, apretujado de ropas y al tanto del impacto de su arte (era un pintor que la hizo mejor en Buenos Aires que en la aldea local). El éxito, decía, depende de la veleidosa conformidad de los demás, es el permiso que te otorgan los otros. Para aquel visado no vale el talento. Domina el carisma, el compadrazgo o la suerte. ”El éxito es una lotería insufrible”, solía repetir.
“Lee a Epicuro y todo arreglado”, me decía, mientras probaba los escargots del celebrado Modigliani, restaurante porteño. “Gozar de las cosas buenas de la vida y no darte a la espera inútil de una puerta que no abrirá, de eso se trata todo, de eso trata Epicuro”. Me contó al detalle de aquella filosofía del placer y la ataraxia (imperturbabilidad o algo así como vivir en paz interior sin diazepam de por medio). Vuelvo a la carga, es una filosofía dedicada al placer, sí, al placer (que no solo en sensorial, por cierto, sino pregúntale a quien disfruta de Borges). Sí, ese placer a salvo de la obcecación idiota de aguardar siempre a la puerta, mientras se cede todo el tiempo de la cosecha, que coincide con el tiempo de la vida.
Claro ¡Felipito (mi buen amigo) y su monserga de siempre!: ” ‘Carpe Diem’(Horacio), goza el día, quédate en el hoy, no te proyectes, no busques nada, deleitate a más no poder y con lo que puedas, saborea, palpa, huele, recorre, resplandece, no sueñes, no planees, bebe, come…Ten el presente por prenda, roba un beso y una manzana, exprime una uva en tus labios, escribe por escribir, los laureles para los tallarines (Luis Hernández dixit), mira el paisaje, abraza, peca, sorbe del aire con el pulmón pleno, tantea la piel con ganas y si te entreveras de cuerpo (ya sabes) hazlo mejor que bien; suéltate, rebota, explora, captura la policromía del campo… etc, etc”.
Reparé que el éxito era el recorrido y no la meta o, por citar al Quijote, el camino y no la posada. Huachafería, dirás, discurso hedonista, acomodo a las circunstancias, filosofía de bazar…Llámalo como gustes, pero el éxito no es la cumbre. Si te ensimismas en esta, según las estadísticas, lo probable es que termines siendo el perpetuo rehén de la disconformidad. La injusticia, la envidia, el resentimiento y la derrota te secuestrarán mientras sigas con los ojos fijos en la cumbre. Como decía mi buen amigo, “la vida es otra cosa, la que pasa mientras trazas tus cuentas…o tus planes”.
Bueno y ya que abriste esta página para leer mi manual de instrucción, el éxito es dejar de luchar contra la fuerza de gravedad, esto es…abandonarte al césped, al viento, a la caída, al azar.