Cosas que no tienen precio
No recuerdo bien por qué seguí las instrucciones de leerlo, pero era una novela extraña, exótica, de esas que solo encuentras en las viejas bibliotecas de Europa. Titulaba algo así como “El vendedor de abrazos”. La primera sensación es que hay cosas que no tienen precio, pero que podrían tenerlo y bastante elevado por los beneficios que logran reportar.
En momentos clave, de esos en los que se vaga a la deriva por calles oscuras, a solas, desgarrado por alguna pena ¿No has necesitado a un vendedor de abrazos? No seas mal pensado, a veces nada es más lejano del deseo o la pulsión sexual y más cercano de la pura ternura que un abrazo limpio y sin matices. Sin embargo, no solo de amparo físico vive el hombre, a veces también de palabras y hay palabras que tienen la textura de un buen abrazo. ¿Cuando tu moral ha boqueado en el sótano del desaliento no has necesitado a un vendedor de ánimo? Sí, uno de esos que te toma de la solapa, de sacude y te vuelve la fe con la claridad de su verbo sereno, que opera como un abrazo ligero y fraternal.
Un abrazo, según la ciencia, es saludable, libera oxitocina, la hormona del entusiasmo. Pero, a contrapelo de la necesidad, la distancia es lo que marca el contacto entre unos y otros. Un abrazo siempre puede ser tomado a mal.
Según Robert Castells (“El vendedor de abrazos”), las posibilidades de sanar y de empezar a correr se hallan escondidas en el tierno calor de una mirada comprensiva y mucho más aún en un abrazo franco y amable, que diste de la cortesía, el trámite y la soterrada inquietud sexual. El protagonista era un vendedor de aparatos domésticos, Martin Sales, que vio un negocio rentable en el abrazo y se hizo de una riqueza tal que pronto abrió una sucursal en Roma y otra en Londres. Los clientes: amas de casa apesadumbradas y solitarias, empleados públicos robotizados, militares serísimos, actores defraudados y políticos derrotados. Un buen día llegó Lady Elizabeth…Bueno, no les cuento el argumento, el libro debe estar cubierto de polvo como los abrazos rotos que nos solemos dar.
La novela de Sales nos persuade de la necedad e inconsecuencia de los hombres, siempre tan remotos entre sí. El contacto se ha cargado de malicia…dice con razón.
Desde luego en este territorio quedan fuera los onanistas del Metropolitano y los mañosos al canto, siempre ávidos de vulnerar nuestra libertad. Sales no toca ni en el linde el tema sexual, el contenido de su obra es mucho más humano y profundo. En fin.
Quizás sea incómodo vender un apretón de manos para el preocupado, una mirada cálida para quien comulga con la incredulidad, una palabra “disparador” para quien vive anclado, un aliento encendido para el derrotado o un abrazo leve para el solitario aquel, pero siempre hay la ocasión de la gratuidad. Enriquece al que recibe y también al que da.