28 de julio y la segunda independencia
Las Fiestas Patrias siempre fueron un festejo y lo seguirán siendo porque animan y unen, son un retorno a la raíz, a lo que Barrés llamó: “la tierra y los muertos”. Sin embargo, la nuestra es una celebración de independencia y no de una revolución liberal como la que acompañó a la Independencia norteamericana. Vivimos muchos años bajo el signo del mercantilismo, el clientelismo, el sultanismo y el patrimonialismo, viejos lastres de una cultura virreinal que siempre nos costó soltar.
Y es que si reparan bien, la independencia peruana fue independencia de la Nación (separación de la Metropoli), sin carta de derechos individuales (“…el Perú es libre e independiente…”). En Norteamérica, bajo el ideal jeffersoniano, la independencia fue individualista (”Todos los hombres son iguales, dotados por su creador de ciertos derechos inalienables: a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, Declaración de Filadelfia -4 de julio de 1776). Sus padres fundadores forjaron un principio esperanza y un ideal bajo el gobierno imperecedero de una Constitución.
Por eso en el Perú las esperanzas se centraron en la omnímoda y “generosa” voluntad de los burócratas generosos, nunca en la inventiva y esfuerzo de los individuos ávidos de cumplir sus propios sueños. Sin padres fundadores ni ejes ideológicos, nunca plasmamos un espíritu constitucional. La mayoría de las nuestras fueron constituciones semánticas inspiradas y nacidas de hitos fundacionales.
No obstante, el valor de la libertad individual viene despertando desde hace algunas décadas a partir del propio esfuerzo de los individuos, de la lucha cotidiana de millones de ciudadanos que desde sus emprendimientos y sus sueños libran una persistente batalla por labrarse un futuro mejor. Que el Estado no se oponga a sus proyectos, esa es la segunda independencia que cada peruano tiene el pleno derecho de alcanzar. Que así sea.