Breaking Bad
Es el título de una popular serie que nos presenta su teoría del mal. No abundo en el argumento, pues tengo mis propias teorías, que van más allá del sujeto que evoluciona en su interior. Me quedo en la posición del que observa al maligno y se siente seducido por él. Los lectores y espectadores se sienten atraídos por los personajes que representan el mal radical. Toda película, telenovela, libro mide su éxito por la malignidad de alguno de los habitantes de la ficción.
En “El club de los muertos” (H. Hugh), el bondadoso Connally ensaya su transformación. Años antes había presentado en París su exposición de bodegones sin ningún éxito. No era un artista consagrado sino un sujeto bonachón librado a sus propias tragedias. Diez años después todo cambia y Connally será conocido como un sujeto perverso, maledicente y criminal. Incluso llega a ser el principal sospechoso de la muerte de una prostituta en Avignon. Su indumentaria se transforma, pues pretende parecerse a los militantes dark de la secta “El escorpión”. La nueva imagen del protagonista lo convierte en un artista popular y plenamente exitoso e incluso aclamado y querido. Su arte no ha cambiado un ápice.
No es que proponga el mal como receta, al contrario, la grandeza humana se evalúa por la compasión y la calidad del espíritu. Siempre el mal es decadente, aún cuando se adorne de lumbres. Bien. Y ya que me preguntan ¿Hay solo un tipo de maldad en la ficción y en la realidad? Excúsenme si hasta aquí he utilizado indistintamente los términos. En el diccionario de Barcia se distinguen cuatro sujetos: el maligno, el malo, el malvado y el malicioso.
“El maligno es astuto cuando hace daño. El malo lo es por carácter…cuando daña se satisface su pasión. El malvado lo es por temperamento y es muy peligroso. Cuando hace daño, sigue en ello su inclinación. El malicioso lo es por capricho…” En el orden de la evolución hacia el mal la secuencia sería: el malicioso puede llegar a ser maligno y el maligno romper las barreras de la bondad del carácter para llegar al mal (propio del malo) y más adelante a la maldad del malvado. A veces hay saltos y, en ocasiones, todo se define desde el final.
Luego nos señala Barcia: “El cobarde hace de malo cuando no tiene enemigos que combatir…En el malicioso hay facilidad y astucia, poca audacia y escasa actividad. El maligno solo quiere ocasionar penas leves y no grandes males, a veces quiere darse solo cierta superioridad sobre los demás a quienes incomoda; se contenta más bien con poder hacer el mal que con el gusto de hacerlo”.
Y sigue con un rasgo preocupante y real: “Se les disimula a los niños el ser maliciosos, y a veces se extiende esta condescendencia hasta estimularlos a cierta malicia, porque no teniendo esta nada criminal, supone cierto germen de talento, del que en adelante puede sacarse buen partido; sin embargo, esta indulgencia puede ser peligrosa. La astucia que supone la malicia, va insensiblemente disponiendo a la malignidad y de ser maligno a ser malvado dista muy poco”.