Santa Rosa de Lima
El 30 de agosto es un día dedicado a Isabel Flores de Oliva o Rosa de Santa María, como la habría de llamar Santo Toribio de Mogrovejo desde su confirmación en Quives.
Rosa creció llena de prodigios. No obstante era una joven sencilla dada a la piedad. Había sido testigo del padecimiento de los mitayos en aquel obraje de Canta al que llegó en sus 11 años de edad.
Había leído sobre la vida de Catalina de Siena y quiso imitar su trayecto, se consagró a la oración y al servicio tanto como a la purificación y al amor a Dios.
Uno de los acontecimientos que más refiere la historia es el papel que le tocó durante el acoso de los corsarios holandeses. Los limeños se preparaban para recibir en el Callao la más temible de las invasiones. Los barcos enemigos se aproximaron al puerto mientras los limeños buscaban los lugares más discretos para esconderse. El pánico tomó la ciudad.
Rosa reunió a un grupo de mujeres en Nuestra Señora del Rosario y lideró una gran oración en la defensa de Lima. Se cortó los vestidos, se remangó los hábitos y se dispuso a proteger a Cristo en el sagrario ante la posibilidad del sacrilegio. La invasión bárbara, no obstante, se aprestaba al desembarco.
Las calles lucían sus charcas y sus delgadas sendas de tierra como un pueblo fantasma, por muchas horas el silencio reinó. Nunca los corsarios volvían sus pasos , menos aún el temible Joris Spilbergen.
Pero Rosa seguía orando. Spilbergen levó anclas y siguó inexplicablemente su rumbo hacia Paita y luego Acapulco. Nadie podía entender aquella decisión. Los historiadores siempre han especulado sobre aquel feliz desenlace. El martes 21 de julio de 1615 Lima se salvó del saqueo. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa.
Se cuentan de diversos milagros públicos y privados y de hechos que marcan la pauta de una genuina devoción popular. Los enfermos, los más pobres, los que requieren de la fe para redimirse y cultivar una respuesta, recurren a la santa en su festividad. Vuelcan sus deseos al pozo y algunos siguen sus pasos: viajan hora y media a Quives a visitar su santuario, llegan a su casa en la Avenida Tacna (Lima) o ingresan al museo de Santo Domingo, donde ella expresó su fe.
Rosa, desde luego, no fue monja de clausura, como se suele creer, fue laica y vivió en su casa. Fue una terciaria dominica y usó tal hábito.
Murió en olor de santidad y bastante popular, tanto que su entierro fue uno de los más notables de Lima hasta la fecha. Los asistentes bregaban por tocarla, por guardarse una reliquia. El tumulto era impresionante y hasta preocupó al Virrey. Lima, enfervorizada, recuerda aquel hecho y, de alguna forma, lo repite un día como hoy, 30 de agosto.
Rosa fue una mujer religiosa de gran alcance e impacto y tanto que, tras ser beatificada, el Papa Clemente X la canonizó temprano, en 1671.