El arte de comunicar
Llamar “arte” a la comunicación es una licencia, pues nada aleja más su objeto que el artificio. La clave de la relación entre dos seres, sea cual sea el vínculo, es la amable sinceridad.
Ocurre, no obstante, que en muchas ocasiones el diálogo no tiene ni de amable ni de sincero, conjunción esencial para una relación rica, genuina y duradera. Las personas tienden a mentir, simular, adornar o evadir en una conversación. La franqueza es una brutalidad que, al parecer, nadie se puede permitir.
Cuando “nos vamos de boca” nos suele acompañar la sensación amarga de haber hablado de más, de haber dicho mucho, de haber expuesto el alma en un grotesco espectáculo.
Lo rentable en un mundo de mascaradas es callar, hablar a medias, colocar una cáscara entre el espíritu visible y el interlocutor o arrepentirse de lo que se dijo, vivir con la desazón de haber sido “uno” mismo y tal cual. Desnudez absoluta.
¿Será que la única relación verdadera es la que opera entre un paciente y su terapeuta? Salvo la contraprestación, de este vínculo se excluyen los secretos y el escondrijo en que habitan nuestros resortes más íntimos. Es la relación alma-alma. Perdón, alma-terapeuta. Es decir….
En síntesis, nada es más esencial y rico que una amistad íntima y real, profunda y franca. Pero… ¿Existe?