Sotil no inventó la choledad, pero durante dos décadas fue su encarnación más popular. Pasó de ser el talentoso delantero del humilde Municipal para irse al Barcelona de España a devolverle paredes a Neeskens y pasear en moto con Cruyff por La Rambla. En paralelo jugó Mundiales, protagonizó una película y firmó a varios hijos. Con menos de treinta años, era una estrella futbolística internacional que tuvo que aprender a lidiar con los efectos provocados por el sex appeal que le daban Europa, la fama y el dinero.