José Antonio Bragayrac

Dios perdona el pecado pero no el escándalo. La frase resulta común, pero nunca es tan exacta como para resumir las sensaciones postpartido de la paliza que nos metió Brasil. Fue un 4-0 que bien pudo ser de un marcador aún más abultado en un partido que, bajo la premisa de que era perdible, la selección peruana debía enfrentar con el máximo de precauciones. Más aún, considerando que el encuentro bisagra para la Bicolor a estas alturas de las Eliminatorias no estaba en Brasilia, sino en el Estadio Nacional, el próximo 15 de noviembre ante la selección de Chile, que es dirigida -por ahora- por Ricardo Gareca. Entonces, el problema no era perder ante Brasil más allá de la euforia y expectativa desbordante productivo del triunfo sobre Uruguay, el lío -y he aquí la responsabilidad absoluta del técnico-, finalmente, se arma por el desastre en que se terminó por convertir el partido y el escandaloso marcador que, además, repercutirá a futuro cuando haya que hacer cuentas y definir una posición en la tabla por el concepto de la diferencia de goles.