Sí, el punto sirve, aunque el gol de Díaz nos haya dejado con la sonrisa congelada y el grito de ¡ganamos! atracado en la garganta. Sí, el punto sirve, a pesar de que las redes sociales le hayan recordado hasta la quinta generación a Fossati por haber ordenado tres cambios antes de ese maldito tiro de esquina. Sí, el punto sirve, aunque la salida del estadio rumbo al Metropolitano, a Petit Thouars o a 28 de julio haya sido silenciosa, masticando nuestras quejas, mientras nos seguíamos preguntando ¿por qué siempre nos pasa lo mismo?
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El punto sirve. No es conformismo, es un poquito de realidad. Enfrentamos, aunque a algunos les cueste reconocerlo, a una de las mejores selecciones del mundo, integrada por futbolistas que juegan en las mejores ligas y dirigida por un técnico de primer nivel. Y la nuestra, lo dice la tabla, es la peor de Sudamérica. ¿O ya olvidamos que casi no habíamos pateado al arco en toda la eliminatoria?
Hubo una mejora notable en el funcionamiento del equipo a partir del crecimiento de algunas individualidades y de ciertos automatismos que parecían haber quedado extraviados en algún rincón de la Videna. Zambrano, otra vez, fue un león en la cueva; Advíncula se pareció más al que arriesga su vida en Boca; a López el corazón le reventaba en cada corrida y Peña… ¿Qué pasó con Peña? ¿Quién le devolvió la viveza, la picardía, quién fue el médico que le extirpó el refrigerador que parecía tener estampado en el pecho? Tuvo unos primeros 25 minutos notables, muy activos, desprendiéndose con rapidez del balón, descongestionando la volante, mirando hacia adelante. ¿De dónde salió este nuevo Peña?
La apuesta del Nono por jugar con dos puntas que peleen, sostengan y abran brechas funcionó en el arranque, al punto que Lorenzo tuvo que enviar a Mina para aguantar a Valera en el complemento. El delantero crema metió un cabezazo precioso que Vargas bloqueó con su vida y al minuto Lapadula sacó un derechazo mordido que pasó cerquita. ¿Recuerdan en todo este proceso eliminatorio algo parecido?
Pero no alcanzó. Así de simple. Y fue por las mismas razones que dio Reynoso meses atrás y que muchos tomaron como una afrenta: nos cuesta soportar la intensidad con que se juega en el primer mundo, enfrentar la jerarquía de jugadores cuajados en ligas donde se corre de verdad, sobre canchas que parecen alfombras y los torneos de organizan con profesionalismo. El ingreso de James fue clave para que Colombia ganase en verticalidad e imponga su categoría. Pese a ello, conseguimos la ventaja cuando más nos estaban sometiendo y algunos empezábamos a creer que como hace dos años en Barranquilla, los milagros en el fútbol aún son posibles.
Esta mejora, sin embargo, no asegura nada. Aún hay jugadores que ofrecen demasiado en la previa, pero que al momento de la verdad desaparecen (como Reyna). Y por arriba, en las pelotas detenidas, sufrimos demasiado.
Lo que viene va a ser duro y doloroso. No haber trabajado pensando en el mañana siempre te saca las facturas. La gran cantidad de cupos que ofrece este Mundial no nos cierra la puerta. Pero ante los verdaderos rivales -Chile, Bolivia, Paraguay- hay que empezar a ganar.
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