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“Estamos viviendo una era de terror”
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“Estamos viviendo una era de terror”

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Tenía que ser un malo el que hablara. Para que los horrores no se vuelvan cotidianos. Grandes matanzas, hambrunas y el desconcierto global atraviesan “Soy la daga y soy la herida”, la más reciente novela de la escritora colombiana . Con una fuerte carga metafórica, la autora comparte una historia oscura narrada por un verdugo llamado Misericordia Dagger. “Escribo desde la urgencia de no dejar que la muerte masiva, anónima, sistemática y silenciosa se normalice”, señala Restrepo sobre esta novela feroz, presentada en los últimos días de la reciente feria del libro limeña. “En un mundo donde los cuerpos se acumulan, donde la ayuda humanitaria se corta y la gente muere sin nombre ni tratamiento, tenía que hacer algo”, añade.

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— Su novela está atravesada por la dualidad: incluso el nombre de su protagonista, Misericordia Dagger, encierra esa contradicción entre piedad y muerte.

Está desde el título, “Soy la daga y soy la herida”. Misericordia Dagger es el que ejecuta y al mismo tiempo sabe que va a ser el sacrificado. Se mueve siempre en esos dos polos. Su nombre, Misericordia, es el mismo de la daga usada para rematar al agonizante. Mi personaje es una especie de Hamlet cómico, que siempre está dudando. La duda de Misericordia es matar o no matar. En últimas se liquidará a sí mismo, pues con cada ejecución que comete, lo sabe, va dejando parte de sí mismo por el camino.

Cotidiana imagen de la destrucción en la franja de Gaza. La escritora colombiana plantea en su novela las claves para entender el horror contemporáneo. (Foto: BASHAR TALEB / AFP)
Cotidiana imagen de la destrucción en la franja de Gaza. La escritora colombiana plantea en su novela las claves para entender el horror contemporáneo. (Foto: BASHAR TALEB / AFP)
/ BASHAR TALEB

— En el libro aparecen dos imágenes recurrentes: el Acéfalo y el Hombre de Vitruvio. Ha explicado que el Acéfalo es la antítesis del Vitruvio porque, al no tener cabeza, la razón queda fuera. ¿Qué significa esta decapitación simbólica?

Estamos viviendo una era de terror, lo quieran reconocer o no. Lo de Gaza marca esta era, marcada por la total falta de empatía. Un tipo como Elon Musk ya dijo directamente que la empatía está acabando con la grandeza de Estados Unidos. Esa es la lógica de los millonarios, absolutamente egocéntrica. Gente que piensa que se está gastando mucho en vacunas contra el sida, por lo que hay que recortar eso. Que cree que hay pueblos que sobran y merecen morir. Como Israel quiere crecer, consideran válido eliminar a los palestinos para ocupar su tierra. Pensando en ello, me puse a mirar otras épocas y me encontré con los surrealistas. Entrando a la Segunda Guerra Mundial, vivían igualmente el horror, un tiempo en que la muerte era la constante. El pintor francés André Masson, artista del grupo surrealista, pintó el Acéfalo siguiendo las instrucciones de Georges Bataille. Si el equilibrio de la cultura de la civilización estaba marcado por las proporciones perfectas del hombre de Vitruvio dibujado por Da Vinci, ellos iban a hacer una figura con la misma posición, pero sin cabeza. El poeta Bataille escribe sobre el Acéfalo. “Si la cabeza y la razón producen monstruos, vamos a decapitar la cabeza”, afirmaba, buscando un tipo de civilización que no tuviera los horrores a los que los habían llevado el supuesto desarrollo y la supuesta cultura. Tanto esa guerra como las actuales resultan la destrucción de todo lo que sentimos como humano.

— Donald Trump aparece como una presencia que recorre la novela…

Yo lo represento en el personaje de Abismo. De alguna manera, Abismo es una parodia de esos personajes omnipotentes que tenemos hoy, que manejan la vida y la muerte como ultratiranos. Trump decide quién debe tener hijos, cómo tiene que ser la conducta sexual y racial, quién entra al país o quién no, qué pueblos deben desaparecer, qué debe leerse. Y en medio de esta impotencia, me pregunté cual sería su talón de Aquiles. Y creo que es el humor. Por eso decidí pintar un Abismo que sea todopoderoso y al mismo tiempo grotesco, aparatoso, mediático. Que permita que la gente se ría de él. Por lo menos, es un desquite.

— En el 2023, usted intentó entrar a Gaza. ¿Qué impresión le dejó ese viaje?

Fui con mi hijo Pedro. Hablamos con instituciones como Médicos del Mundo, Médicos sin Fronteras y Oxfam. No pudimos entrar y, luego de merodear la zona, debimos quedarnos en Egipto. Tuvimos contacto con muchos familiares de las víctimas. Hay muchos palestinos en Egipto y ellos nos contaron sobre la situación que se vivía dentro. Esto fue en noviembre, cuando estaba empezando el conflicto. Uno no puede permanecer al margen, hay que ir. En Egipto nos conmovió mucho el trabajo del gobierno por asistir a los refugiados, siempre ha sido muy aliado de la cuestión palestina. Pero la gente estaba devastada. Fue muy conmovedor. Viajar allá fue una manera de tener algún tipo de presencia, de no dar la espalda.

— Hoy las imágenes de guerra y masacres circulan a diario y parecen perder fuerza. ¿Cómo se escribe para un mundo que parece insensible a esta violencia?

Es necesario convertir lo que sucede en un mito para que lo volvamos a ver. Las épocas quedan marcadas en la memoria colectiva cuando se vuelven míticas. Los mitos no siempre son positivos: en la mitología griega hay figuras tremendas como la gorgona, por ejemplo. Y pienso que Trump tendría que ser visto como un mito parecido: representa esta cosa de millonarios prepotentes, ostentosos, como Jeff Bezos comprando Venecia para casarse. Esto tiene que convertirse en un mito contemporáneo, uno de los registros grotescos de nuestra era que será recordado como el terror registrado en los mitos griegos.

— Colombia ha vivido décadas de conflicto interno y una inalcanzable promesa de paz. ¿Cómo observa el rumbo actual de su país?

Yo fui negociadora de paz en los años ochenta. En ese momento era más fácil porque la negociación era política. Se trataba de grupos alzados en armas, pero con un ideal claramente político. Y había un gobierno que tenía capacidad de negociación. Sucede ahora que todo está tan cruzado por el narcotráfico que cualquier negociación se vuelve confusa. En los viejos códigos de guerra, la negociación era una vía indispensable para resolver los conflictos. Pero esta se ha borrado actualmente. Las decisiones se toman de un solo lado. Tienes la guerra de Ucrania y Rusia, por ejemplo, donde nunca hubo un intento por negociar. La negociación cayó en el olvido, y solo queda el negocio de hacer la guerra para beneficiar a las compañías armamentistas. En Colombia se sigue intentando negociar, pero sin logros.

—¿Cree que la literatura puede aún incomodar en un mundo donde el horror se ha vuelto cotidiano?

Este libro le ha incomodado a mucha gente, porque piensa que es muy violento. Sin embargo, pienso que no es la violencia en sus páginas lo que incomoda, sino su irreverencia. Vivimos simplemente como si todo esto no estuviera pasando. Pienso que hay que romper con ese pensamiento infantil, que busca solo novelas complacientes. A mí me parece interesante llevar al lector o a la lectora al límite. Con humor y socarronería, animar al lector a meterse en un mundo donde en un primer momento no hubiese querido entrar.

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