Si hace ya tiempo la mayoría de peruanos se sienten frustrados y engañados por sus representantes, a quienes respaldan furtivamente, la desconfianza también ha crecido de forma enorme. Coloquialmente, se señala que no creen en nadie. La palabra está devaluada a niveles extremos. Las propuestas o los programas son tan poco confiables como muchos de los contenidos. Lo que importa, entonces, es lo que el candidato representa, no centralmente en términos programáticos y menos ideológicos, sino de identidad.
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Según la última encuesta del IEP, los que votaron en la primera vuelta por Pedro Castillo lo hicieron porque “es como yo” y “es maestro”. En cambio, por Keiko Fujimori, la mayoría lo hizo (40%) por la identificación con su padre. Ahora, camino a la segunda vuelta, Castillo supera largamente a Fujimori en todas las regiones del país, empatan en Lima, donde la candidata de Fuerza Popular solo supera al candidato de Perú Libre en los niveles socioeconómicos A y B. El trazo del perfil de sus electores coloca a los candidatos con claras diferencias: urbano y rural, Lima y regiones, niveles socioeconómicos bajos y altos, sector formal e informal. Castillo representa el cambio; y Fujimori, el statu quo. Eso se explica, en parte, porque el candidato de Perú Libre creció más de tres veces su votación de la primera vuelta, pasando de 19% a 66%; en cambio, la de Fuerza Popular solo lo hizo de 14% a 34%. Visto así, son claras las limitaciones de Keiko Fujimori en la segunda vuelta, encapsulada más de lo que ya estaba.
A la mayoría, el discurso anticomunista –con olor a la Guerra Fría– no le dice nada. Por eso el apoyo inicial de Mario Vargas Llosa y otros se diluyó rápidamente, y tan solo logró el efecto de desatar, en la extrema derecha, una campaña clasista y racista que solo produce más identificación con Pedro Castillo. El problema también es la propia Keiko Fujimori. Al descrédito que recae sobre ella, que viene de un asentado rechazo al padre, se suma su propia mochila, se le atribuye ser la mayor responsable del uso abusivo que hizo de su poder, con la bancada opositora.
Pero, si nadie gana con el mismo mensaje de la primera vuelta, el giro que ella pueda hacer podría no tener efecto, pues a lo largo del tiempo ha cambiado tantas veces, como procesos electorales tiene a cuestas. La confianza hacia ella es baja. En cambio, el encantamiento que produce Castillo en estos días oculta, obviamente, sus carencias y sus problemas.
Pero seis semanas son largas para el día de la elección. Castillo puede administrar su amplia ventaja. Es el centro de las miradas. Por lo mismo, sus errores serán más vistosos; sus contradicciones, más evidentes; sus falencias, más iluminadas. El elector puede desengañarse rápido. En el Perú, lo menos cautivo es el voto.