A Emma Zuccardi la conocimos a través de un vino. “Una mujer elegante, de personalidad luminosa, encantadora, espontánea y sofisticad al mismo tiempo“, decía la reseña que acompañaba la presentación de este varietal de uva bonarda proveniente de viñedos que tienen una antigüedad de más de 30 años. Fue precisamente a esa edad (los 30) que Emma Cartellone de Zuccardi inició junto a su esposo Alberto ‘Tito’ Zuccardi el andar de una bodega familiar, de cuya historia ella también es protagonista.
Encontramos a doña Emma en la finca de Maipu, donde la familia tiene el restaurante Pan & Oliva, interesante aporte de turismo olivícola, donde se puede aprender sobre la variedad de aceites de oliva que produce Miguel Zuccardi. Allí, entre degustación de aceite de amigdalulea (variedad de aceituna) recién extraído, tapas a base de insumos de la huerta y vinos, conversamos con ella.
Emma sonríe. Tiene unos ojos vivarachos de color verde. Camina con bastón debido a una reciente caída (la cadera no perdona a los ochentaitantos); esfuerza un poco la voz, debido a una afonía por el cambio de clima. En Mendoza ya hace fresco, aunque el cielo regala unas horas de sol. “Pregúnteme usted lo que quiera”, nos dice, y solita empieza a contar: “Tuve un marido que terminaba con un problema y ya teníamos otro [ríe]. Muy hacedor de cosas nuevas. Un día se presentó la necesidad de que trabajara con él y me fui a la oficina. Yo me encargué siempre de la parte de contaduría, sobre todo la financiera, como a él no le gustaba manejar dinero…”.
- Hagamos un viaje en el tiempo, al momento en que empezó todo esto. ¿Qué edad tendría usted?
- Ya tenía mis tres hijos. Tuve gente colaboradora para mi casa, que hasta ahora han quedado ligadas a mí. Gente muy buena, muy buena, que gracias a eso pude trabajar fuera de casa. Debo haber tenido 30 años.
Los treintas han sido para las mujeres de la familia Zuccardi una edad decisiva en sus vidas: primero, Emma empezó con la bodega familiar; a su tiempo, Ana Amitrano (madre de sus nietos Sebastián, Miguel y Julia Zuccardi) entró a expandir la marca de vinos fortaleciendo el área comercial, y más recientemente Julia (la nieta) asumió el liderazgo del área de hospitalidad en ese complejo vitivinícola que es Familia Zuccardi.
Emma continúa con su historia: “Teníamos entonces una empresa, Cimalco, una compañía industrializadora de materiales para la construcción. Mi marido era ingeniero civil, y llegó un momento en la evolución de su trabajo -usábamos líneas eléctricas y una serie de productos de hormigón- en que se contacta con el sector agrícola de Mendoza, que era lo que le gustaba, y desarrolla un sistema de riego muy parecido al californiano”.
- ¿En ese tiempo Mendoza era un desierto?
- Mendoza siempre ha sido un desierto. Donde ves una línea verde es porque está la mano del hombre. Pero el agua es insuficiente, hace como siete años que estamos en crisis hídrica, porque no ha nevado lo suficiente. Así que él [Alberto] idea un sistema de riego por caños subterráneos. ¡Fue un boom! Para hacer un trabajo dábamos seis meses de plazo, de tantos que teníamos que hacer. A raíz de eso mi marido compra una fracción agrícola acá, donde las tierras eran malas, muy salinas, con una capa freática muy alta.
- ¿Ustedes hacían vino desde entonces?
- No. Empezamos a plantar en el año 1964, empezamos con esta finca [Maipu] precisamente. [Alberto] Ya había ese entusiasmo, todo el mundo creía que era ingeniero agrónomo de tanto que sabía. Y así empieza a desarrollar esta finca.
Emma tuvo tres hijos: dos mujeres y un varón. José Alberto Zuccardi (hijo del medio) empezó a estudiar química en San Juan, y tras cumplir el servicio militar se puso a trabajar con su padre. “Fue en el año setentitantos Le gustó tanto que siguió –cuenta Emma-. El que levantó la empresa fue él. Mi marido también trabajaba, pero el que tenía la iniciativa comercial fue José Alberto. Yo ahora no hago nada, estoy con la Fundación”.
- ¿Qué hace en la Fundación?
- Es de la empresa y se dedica a la responsabilidad social. Hace varios años que funciona. El año pasado fundé dos talleres de costura para las señoras que no trabajan. Tengo uno acá [en Maipu] y otro en la finca de Santa Rosa. Ya están haciendo ropa a escala industrial. Y en el verano tenemos la escuela de verano para los niños. Y ahora estamos a punto de abrir una guardería con apoyo escolar, de manera que van a poder llevar niñitos desde 45 días hasta nivel primario. En Santa Rosa ya funciona una guardería, desde la mañana hasta la tarde.
- ¿Y suele estar allí? Nos cuentan que nunca se queda en casa.
- Voy cada tanto. Todos los días vengo acá [a la finca de Maipu]. Llego a las 10:30 y en la tarde ya me quedo en mi casa. Además tenemos aquí la Cava de Arte, donde cada 3 a 4 meses tengo una exposición nueva. Voy al taller de los artistas, elegimos las obras y se exponen acá.
- ¿Qué sintió cuando bautizaron un vino con su nombre?
- Yo sentí mucha ternura hacia mi nieto [el enólogo Sebastián Zuccardi]. Que lo hizo a modo de homenaje. Estas cosas me dan un poco de vergüenza a mí. Yo siempre he estado detrás de la humanidad. Pero me encanta mi vino. Yo no tomo blancos, no me caen bien. Tomo tintos.
- ¿Bonarda es una cepa que va bien con usted, entonces?
Me encanta. Pero el que yo tomo siempre es el vino insignia de Mendoza, el malbec. Pero solo tomo vino desde que tenemos bodega.
- ¿Y antes qué tomaba?
- Agua. En casa nunca hubo gaseosas. Siempre hemos procurado una alimentación muy sana. Mi marido fue por 50 años vegetariano y tenía mejor salud que cuando lo conocí.
-¿Cómo lo conoció?
- Cuando él se recibió [Alberto ‘Tito’ Zuccardi nació en Tucumán], estuvo un año en la provincia de San Luis [centro de Argentina]. Después vino a Mendoza, porque aquí estaba todo por hacerse. Vino con un ingeniero para trabajar aquí, y ahí lo conocí. Estuvimos dos años de novios, nos casamos, tuvimos tres hijos.
- ¿Y usted también se hizo vegetariana?
- Sí, porque cuando Alberto se hizo vegetariano, se casa José Alberto, y queda una sola hija, la menor, en casa. Ella me dice que no haga otra comida, que iba a comer lo que come el ‘Tata’, que así le decían a mi marido. Y entonces fuimos vegetarianas las dos. Ella tiene cinco hijas mujeres y todas son vegetarianas.
- Y entonces, ¿antes del vino solo tomaba agua?
- Sí, pero cuando había una pasta los domingos tomábamos vino. Pero en general, realmente, empezamos a tomar vino cuando lo empezamos a producir. No soy de tomar mucho, y lo único blanco que tomo es un espumante que hace Sebastián, que se llama Alma Cuatro. Me gusta porque lo ha hecho él. Es muy sentimental este asunto.
El cariño se inyecta en el paladar y advierte en cada sorbo y cada bocado un sabor adicional. Le sucede a Emma Zuccardi, que está bien arropada por 11 nietos y 9 bisnietos. “Disfruto ver crecer a los chicos, ver los nuevos emprendimientos que hacen. Disfruto del quehacer de los demás. Y me ocupo de todo esto de responsabilidad social. Me buscan de madrina en algunas escuelas del campo, así que tengo que estar presente en algunas fechas importantes”, nos dice.
Emma no es enóloga, tampoco especialista en vinos. Pero su aporte y presencia en la familia Zuccardi –y en el desarrollo de la Mendoza vitivinícola- ha sido para todos fundamental y eso la hace protagonista de esta historia. “Yo tengo una vida sin sobresaltos. Más que nada, estuve presente acompañándolo a mi marido, pero el de las ideas siempre fue él”, insiste, refiriéndose a su querido Alberto, fallecido el 2012. A él le decían Tito, pero ella lo conoció como Alberto. “Yo le decía Tata, como los chicos”. A Emma le dicen Nana, la bella Nana.