Obra de Thomas Strong Seccombe, quien cerca de 1884, recreó un peculiar accidente sufrido por Walter Raleigh. Uno de los sirvientes del corsario, viendo que este sacaba humo de la boca, le tiró un baldazo de agua para apagar el incendio que lleva dentro. (Getty)
Obra de Thomas Strong Seccombe, quien cerca de 1884, recreó un peculiar accidente sufrido por Walter Raleigh. Uno de los sirvientes del corsario, viendo que este sacaba humo de la boca, le tiró un baldazo de agua para apagar el incendio que lleva dentro. (Getty)

"Sin haber sido un fumador precoz, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la de mis cigarrillos". Después de un vomitivo debut cuando era un escolar, Julio Ramón Ribeyro se enamoró del tabaco. Derby. Chesterfield. Incas. Lucky. Bisonte. Gauloises. Gitanes. El humo se mezclaba con sus sueños de convertirse en escritor. "El primero del día después del desayuno, el que encendía al terminar de almorzar y el que sellaba la paz y el descanso luego del combate amoroso".

Aunque lo intentó muchas veces, Ribeyro no pudo dejar el cigarro. (Foto: Archivo Histórico El Comercio)
Aunque lo intentó muchas veces, Ribeyro no pudo dejar el cigarro. (Foto: Archivo Histórico El Comercio)

Ribeyro –en su cuento "Solo para fumadores"–, además de repasar su tóxica relación con el humo, se preguntó por qué las grandes plumas de la historia no habían escrito sobre el vicio del cigarro, "como sí sobre el juego, la droga o el alcohol". Dostoievski, De Quincey, Malcom Lowry, Balzac, Dickens, Tolstói: según él, todos ignoraron el problema del tabaquismo.

Porque era un problema y él era consciente de su adicción. Vender los Ciro Alegría, Chéjov, Valéry o Balzac que atesoraba en su biblioteca personal para conseguir cigarros no mellaron en su afán. Ni las penas de sus tíos que padecieron de cáncer de lengua y de boca, lograron alejarlo de la costumbre.

"Los jugadores de cartas" de Paul Cézanne.
"Los jugadores de cartas" de Paul Cézanne.
"El soldado alegre" de David Teniers.
"El soldado alegre" de David Teniers.

Recordar hoy, Día Internacional Sin Tabaco, que la nicotiana tabacum fue alguna vez recomendada por doctores suena a broma de mal gusto. Lejanos son los tiempos en los que esnifarla era santa solución para la incesante migraña o la terrible gota. El rapé, con el tiempo, perdió seguidores y el humo se convirtió en ley. Pobre del marinero español Rodrigo de Jerez, quien por ser prócer de este menester terminó encarcelado por la Inquisición. Botar humo por la boca solo podía ser obra del diablo. El cargamento que llevó al Viejo Continente en los depósitos de La Niña, sin embargo, se volverían los favoritos de la gente.

Catalina de Medici, se cuenta, fue una de las propulsoras de su uso medicinal. Aconsejada por Jean Nicot, embajador francés en Lisboa, la puso de moda en su corte. Más tarde, a mediados del siglo XVI, el corsario inglés Walter Raleigh popularizó el uso de la pipa en la corte isabelina. Los Beatles lo recuerdan en "I'm so Tired" y también la ilusa Lisa en un capítulo de "Los Simpson".

Desde entonces, el humo ha creado un halo de misticismo y genialidad sobre los creadores que la expulsan de sus bocas. Arthur Conan Doyle, J.R.R. Tolkien, Greta Garbo y Dr. Seuss eran partidarios de la pipa. Rudyard Kipling, Anne Sexton, Bertolt Brecht, Albert Camus y nuestra Tilsa Tsuchiya del cigarro. Y la lista es más larga, todavía.

Se dice que el compositor alemán Richard Wagner también gustaba de andar entre tinieblas. Se dice, incluso, que él confesó que un baúl de cigarros le ayudó a terminar la ópera “El ocaso de los dioses”. Sin embargo, comprobar que la declaración fue suya es tan viable como afirmar que Shakespeare fumó tabaco y otras yerbas al momento de escribir “Hamlet”. Lo último, vale decir, no es invención propia: su autoría pertenece a un estudio del “South African Journal of Science” que cita el portal español ABC. El Bardo de Avon tampoco escribía sus obras.

"¿Estaba William Shakespeare fumado cuando escribió 'Hamlet'?", se pregunta el portal ABC. Nos animamos a cuestionar si, tal vez, contó con ayuda de los alienígenas ancestrales.
"¿Estaba William Shakespeare fumado cuando escribió 'Hamlet'?", se pregunta el portal ABC. Nos animamos a cuestionar si, tal vez, contó con ayuda de los alienígenas ancestrales.

HUMOS HISTÓRICOS
"No hay datos concretos que nos permitan afirmar que en el Perú precolombino se usara el tabaco, fumándolo o 'en humo' como tan propiamente decían los antiguos. Es sí, evidente, que los Caciques de la Isla Española lo tomaban poniendo las hojas 'en unos palillos gruesos curiosamente labrados para este efecto y encendiéndolo por una parte (mientras que) por la otra bebían su humo'. Tal dice textualmente el famoso padre Bernabé Cobo en su célebre (...) 'Historia del Nuevo Mundo'".

El poeta, político e investigador tarmeño José Gálvez Barrenechea es uno de los pocos peruanos que investigó la historia del tabaco en estas tierras. En su minucioso artículo "Humos históricos", hace un recorrido del uso de la planta desde la época española hasta los albores de la República.

"Que el uso del tabaco en todas las formas –anota Gálvez–, muy especialmente la de sorber el polvo por las naricas y en las de 'tomar el humo', debió generalizarse mucho, lo demuestra el hecho de que alcanzó hasta el clero, que, sin duda, abusó de él al punto de no distinguir lugar ni hora".

Según Gálvez, en el concilio limense publicado en 1584, se ordenó a los sacerdotes no tomar tabaco, ni por la boca ni narices, antes de la misa. Pero hecha la ley, hecha la trampa: los hombres de Dios empezaron a masticarlo, usanza que duró hasta 1751, año en el que también se prohibió.

Porque masticarlo era también una de las formas en el que el tabaco era consumido. El objetivo, eso sí, era distinto: se podía ver a las mujeres caminando por la calle jugando con la planta en sus bocas con el fin de mejorar la coloratura de sus dientes y su aliento.

Gálvez no exagera cuando habla de un hábito popular en nuestras tierras. Es, a tal punto importante en la vida de los viandantes, que Ricardo Palma lo incluye en algunas de sus Tradiciones, siendo quizás la más recordada “El cigarrero de Huacho”. "Los huachanos creen en el diablo y en las brujas; y notorio es que Huacho es el único punto del mundo donde se conoce al maligno con el nombre de don Dionisio el cigarrero", anota Palma.

A mediados del siglo XVIII, cuenta la Tradición, Dionisio, un malhumorado y guapo muchacho con aires de truhán y de pocas palabras, se estableció en Huacho y, como no sabía hacer nada, alquiló un local de mal aspecto y allí abrió una cigarrería. Una tarde, unas señoras quisieron saber más de él y lo único que consiguieron fue entrar en pánico. ¿De dónde viene usted? Del purgatorio. ¿Y qué piensa hacer aquí? Cigarros y diabluras. ¿Y qué edad tiene? La del demonio. Después de santiguarse, las damas salieron corriendo y pasaron la voz. Al poco tiempo, el negocio empezó a arder en llamas y el olor a azufre a molestar a los vecinos.

La corrupción y el vicio se personifican en el virrey Amat, quien -se dice- utilizó dinero de la corona española para satisfacer su vicio. Allí fue que nació la frase "tabaco para el rey".
La corrupción y el vicio se personifican en el virrey Amat, quien -se dice- utilizó dinero de la corona española para satisfacer su vicio. Allí fue que nació la frase "tabaco para el rey".

Palma tiene también otra tradición dedicada al tabaco. En "Tabaco para el rey", el cronista recoge el origen de dicha frase, muy popular en una Lima que se ve muy borrosa. Su génesis, escribió, tiene que ver con la animadversión del que fuese alcalde del cabildo de esta ciudad, don Fermín de Carvajal y Vargas, y el virrey Amat.

"Parece que Amat tuvo noticia de que en la corte se ocupaba don Fermín en dañarlo, y con tal motivo le escribió una carta algo dura. Ésta nos es desconocida; pero a la vista tenemos (entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional) la que le contestó el conde, fechada en Cádiz a 6 de noviembre de 1775", anotó Palma.

Sobre la misiva, Gálvez ha escrito que "echaba humo" y no exageraba: en ella, se acusaba a Amat de haberse apropiado de más de 3 millones de pesos en tabaco, que mandó a traer desde Chile en cajones rotulados con la frase "Tabaco para el rey". Desde entonces "hasta muy entrada la República"–anota Gálvez–, la frase se adhirió al habla popular como una forma de explicar pícaramente la razón de algún gasto excesivo e inexplicable de las rentas públicas.

ANTES DE LA GUERRA
Los esfuerzos por controlar el tabaco y a los fumadores no son para nada nuevos. El clero lo quiso hacer a través de prohibiciones, y el Estado con sus estancos. Los más recientes se pueden encontrar en una ley que trató de erradicar el hábito de los lugares públicos, y después de muchos años y multas, las discotecas ya acatan la orden. Las universidades, en el papel, también han obedecido; aunque el humo todavía es visible en algunas de ellas.

En "Humos históricos", Gálvez describe la mayoría de estancos que hubo, pero concluye que ninguno tuvo éxito debido a que no se sostuvieron en el tiempo. Él recuerda que, aunque se trataron de imponer reglas al consumo, "las gentes principales seguían fumando cigarrillos de La Habana y la clase media y alta se contentaban con los famosos corbatones de factura manual y deficiente, pero que muy recargados de tabaco y baratísimos, satisfacían las aspiraciones de los fumadores". Así lo es hasta nuestros días, tiempo en que las cajetillas de las marcas más decentes superan los diez soles (y tienen pegado imágenes de pies putrefactos y hacen referencia a problemas de erección) y que adquirir unidades requiere del trato a escondidas con los vendedores. Fumar hace rato que dejó de salir a cuenta.

Contenido sugerido

Contenido GEC