Desde el estupor, escribimos estas líneas con la infausta noticia llegada al cierre de edición: la muerte de nuestro artista mayor, Fernando de Szyszlo, en un accidente en las escaleras de su domicilio. Hace apenas un par de semanas, al mediodía, Szyszlo nos recibía en su casa de San Isidro con la sonrisa amplia, la crítica certera y la chispa intacta. Su arte no solo fue el de la plástica, sino también el de la amistad. Entre sus amigos se cuentan figuras centrales de la cultura peruana y universal, como José María Arguedas, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa. Fue, también, esposo por primer matrimonio de la poeta peruana Blanca Varela.
Creador indesmayable de una obra que deja como legado grandes piezas de pintura, escultura y grabado, recibió entre muchos reconocimientos la orden El Sol del Perú el 2011. Luchó siempre del lado de las libertades democráticas y, siempre alerta a la coyuntura política nacional, en los últimos días declaró que no había “razón humanitaria para indultar a Fujimori”. Su último homenaje en vida fue en la Noche de Arte, el pasado 30 de setiembre, hace apenas diez días.
Aquí, un extracto de lo que se quedó en el tintero de la conversación con el maestro aquella fría tarde primaveral, cuando nos dijo en su estudio luego de la entrevista, mientras posaba junto a su esposa para las fotos, que aquel cuadro imposible que siempre se le había presentado esquivo todavía no lo había vencido, sino que estaba allí, precisamente allí, sobre el caballete, esperando su diestra, y obsesiva, persistencia.
—¿Ya cree un poquito más en Dios?
Nooo, nunca. Desgraciadamente dejé esa ilusión y creo, como Borges, que la religión es una rama de la literatura fantástica.
—¿En el fútbol sí cree? La selección está bien encaminada para el Mundial.
Menos. Soy un pesado, pero a veces por darle gusto a mi hijo le pregunto: “¿Y cómo fue el partido, quién ganó?”. Y él ahora último está contento.
—Usted es un gran melómano.
Todo el día escucho música, oigo Bach, Mozart, Chopin, que me hablan más a mí, y creo que la humanidad tiene civilizaciones que son más ricas, graves, dramáticas o frívolas. Es así, hay que resignarse.
—¿Y a cuál de todos sus amigos extraña más?
¿Vivos o muertos dice usted? Sin duda, a mi hijo Lorenzo. Y a Octavio Paz, a Sebastián Salazar Bondy, a Sologuren, a Blanca [Varela, su primera esposa].
—Tanto usted como Carlos Germán Belli, que es de su generación, se encuentran tan lúcidos y activos.
Es la vocación, la búsqueda de un sueño, perseguir un imposible, que en mi caso es el cuadro soñado, aunque ahora que soy tan mayor me doy cuenta de que ese cuadro me es imposible pintarlo, porque los galgos no pueden alcanzar a la liebre; pero el desafío mayor es tratarlo. Todo el secreto de la pintura está en ese tratarlo honesta, apasionadamente.
—Sobre su largo matrimonio con Lila, usted ha dicho que todo se basa en tener un proyecto de vida en común.
Para que el amor no muera, para que el amor perdure, es necesario que las dos personas estén dispuestas a hacerlo. Tiene que ser de a dos.
—Dentro de muchos años, cuando finalmente llegue el momento, ¿cómo desearía que descansaran sus restos?
Yo quiero que echen mis cenizas al mar. Ahí en La Herradura donde he sido tan feliz. No quiero obligar a los deudos a que vayan a echar flores o que se sientan culpables por no ir. Yo no me siento culpable de no haber visitado nunca la tumba de mis padres, en el Presbítero Maestro. Las cenizas de mi hijo Lorenzo las echamos al mar, y de Blanca también, las echamos en Paracas. Yo no fui, fueron mis hijos. Pero es una cosa tan pasajera la vida.
—¿Qué es lo que más extraña de la juventud?
No extraño nada.
—¿Ni la fuerza?
Ah, el físico, por supuesto. Perdón, nunca pienso en el físico. El físico, eso sí extraño, tener la energía y la voracidad por la vida, la voracidad por ser feliz. Octavio Paz decía una cosa que es muy cierta: ¿qué ha pasado con nuestra civilización que la palabra “placer” se ha vuelto obscena? Tener placer ahora es obsceno, y mucho tiene que ver el cristianismo en que el placer genere culpa. Y no tiene por qué.