Greta Gerwig es un nombre conocido del cine “independiente” norteamericano. Y pongo la palabra independiente entre comillas, ya que más que un cine hecho con poquísimos recursos, hoy en día muchas películas se denominan ‘indies’ sobre todo por sus fórmulas estéticas. El problema es que con el tiempo estas fórmulas se convierten en un lastre que hace a estas producciones tan predecibles como cualquiera de la industria.
Felizmente, esto no sucede con “Lady Bird”, primer filme dirigido en solitario por Gerwig que compite en los Oscar 2018. En su corta pero fulgurante carrera, ella había destacado ya como actriz en las películas de su esposo, el cineasta Noah Baumbauch (“Greenberg”, “Frances Ha”), también marcadas por el espíritu off-Hollywood de cineastas estadounidenses como John Cassavetes, Jim Jarmusch o el mismo Woody Allen, así como por el cine francés de la Nouvelle Vague de los años sesenta: el de Francois Truffaut, Jean-Luc Godard o Eric Rohmer.
Es sabido que la alta cultura puede ser una buena musa. Pero no siempre lo es. Por ello, es reconfortante saber que Gerwig ha contado esta historia de la adolescente de Sacramento, Christine McPherson –quien prefiere el apelativo “Lady Bird”– con mucha frescura y sin ninguna impostación. A ello colabora sin dudas Saoirse Ronan, actriz a la que conocimos por “Expiación” (2007) o “Brooklyn” (2015), y que ha sabido borrar su acento irlandés para transfigurarse en esta antiheroína californiana de 17 años.
Christine, especie de álter ego de Gerwig –quien ha reconocido que escribió el guion basándose en sus recuerdos de pubertad–, va a un colegio católico de prestigio, pero tiene una familia de clase media cuya economía viene siendo golpeada. El padre (Tracy Letts), programador informático, es echado de su trabajo, mientras su hermanastro Miguel (Jordan Rodrigues), pese a haber terminado sus estudios, sigue viviendo en el hogar de sus padres junto con su novia (Marielle Scott). Por último, Marion (Laurie Metcalf), la madre, es una psiquiatra que debe laborar a doble turno en el hospital de la ciudad.
Es verdad que Saoirse Ronan –nominada al Oscar a Mejor Actriz– domina casi todos los planos con una presencia arrolladora que, bien aprovechada por Gerwig, hace de esta una compenetración directora-actriz que recuerda a duplas como la que hicieron Truffaut y Jean-Pierre Léaud en “Los cuatrocientos golpes” (1959). Sin embargo, lo interesante es que “Lady Bird”, del mismo modo que el clásico francés, ha sabido colocar un trasfondo social significativo, crítico, sutilmente dramático, con cada personaje secundario.
Con un estilo sobrio y disciplinado, de tomas abiertas o de conjunto –que evitan el efectismo sentimental de planos muy cercanos al rostro–, Gerwig conmueve con las secuencias del padre, siempre dispuesto a comprender a su hija a pesar de su propia vulnerabilidad. La precariedad de la clase media también sale a flote en las discusiones algo subidas de tono entre Christine y su madre. En un duelo que entrelaza amor y recriminación, ambas consiguen llevar la relación filial y maternal lejos de cualquier estereotipo.
Gerwig no es una directora de imágenes sofisticadas o ampulosas. Su estilo no es pictórico. Ella prefiere un cine de seguimientos serenos, la captura realista de momentos llenos de espontaneidad: uno de comedias tristes y desengaños de la vida cotidiana. En la órbita del francés Rohmer, solo que con el desenfado y, a veces, la vibración eléctrica estadounidense de John Cassavetes. Christine, en su obstinación por ser una adolescente de provincia que viaja a la Costa Este, “donde está el arte y la cultura”, dice ella, se topará con la soledad. Y sumará, a su imagen de melancólico ‘clown’, la cuota de dolor definitiva.
Título original: “Lady Bird”.
Género: comedia, drama.
País y año: EE.UU., 2017.
Directora: Greta Gerwig.
Actores: Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Tracy Letts, Lucas Hedges.
Calificación: 4 puntos de 5