A la salida de una comida con François Mitterrand (un año antes de ser elegido presidente de Francia), el crítico literario Roland Barthes fue atropellado por una furgoneta. Tras un mes de agonía, murió en el hospital por complicaciones pulmonares. Fue una muerte absurda para la figura mayor del pensamiento posestructuralista francés, junto con Foucault, Derrida o Deleuze. Sin él, no existirían complejos conceptos como la deconstrucción, el grado cero de la escritura, la muerte del autor, el biopoder, las micropolíticas, el nomadismo, el simulacro o lo hiperreal, hasta hoy términos tan caros para los académicos.
¿Pero qué hubiera pasado si, en vez de accidente, la muerte de Barthes hubiera sido planeada? Esa es la hipótesis literaria del escritor francés Laurent Binet, quien presentó hace dos años en Lima su notable novela histórica “HHhH”. Hoy él vuelve con otra obra maestra: “La séptima función del lenguaje”, donde se adentra, con enorme conocimiento de causa y sentido del humor, en el mundo de la semiología, el posestructuralismo y las teorías de conspiración.
—En su libro "La civilización del espectáculo", Vargas Llosa considera a Barthes un sofista. ¿Qué opinas?
Me preocupa no estar de acuerdo con Vargas Llosa, sobre todo después de haber escrito tan bello y gentil artículo sobre “HHhH”. ¡No podría molestarme con él! Pero, para empezar, sin Barthes o sin Foucault no habría escrito este libro. Barthes ha sido muy importante en mi formación intelectual. Fue él quien me enseñó mi profesión de profesor de francés, no solo como semiólogo, sino también para decodificar el mundo a diario. No puedo decir que estoy de acuerdo con todo lo que dicen o que los entiendo por completo, pero siempre sus pensamientos resultan estimulantes. Por ejemplo, Deleuze, siendo el más difícil de entender, siempre te da ideas. Su estilo, sus frases, sus metáforas me conmueven estéticamente.
—Vargas Llosa representa el malestar de una generación mayor que considera una involución comparar el pensamiento existencialista de Sartre y Camus con la generación siguiente. ¿Es injusta esta postura?
Es el orden de las cosas, un movimiento siempre reemplaza al otro. La historia cultural no es más que la sucesión de modos de malestares generacionales. Cada movimiento es la superación dialéctica del anterior, pero no por ello lo cancela. Foucault es una forma de superación del marxismo, pero no su negación. Barthes es la superación de Sartre, sin intentar cancelarlo.
—MVLl, como el inspector Bayard, protagonista de tu novela, encarna un pensamiento conservador que no comulga con el posestructuralismo pero que intenta racionalmente entenderlo. Tu novela enfrenta estos dos pensamientos...
Efectivamente, la estructura del protagonista es muy clásica, los antagonismos crean la dinámica de la historia. Pero también el personaje del inspector Bayard, viejo policía conservador, testarudo pero inteligente, es una ventana al lector. Me ayuda a explicar la semiología, la función del lenguaje según Jacobson, etc. Bayard representa al lector que exige una explicación.
—¿Cómo descubres la fórmula para mezclar el pensamiento posestructuralista con los mecanismos de una novela policial?
De alguna manera, fue Barthes quien me dio la idea. Lo más importante en una novela negra es su estructura, cómo se construyen las relaciones entre indicios, misterio y resolución del crimen. La semiología es la ciencia de la investigación policíaca. Los signos son los indicios para resolver un caso. ¡Es la ciencia de Sherlock Holmes! Barthes, como semiólogo, hubiera sido un detective perfecto.
—Un personaje que sorprende encontrar en tu novela es James Bond. ¿Qué lugar tiene el agente 007 en el estudio semiológico?
¡James Bond es un producto puro del estructuralismo! Todos los Bond se fundan en códigos y escenas: la secuencia de apertura, la del casino, con Miss Moneypenny, la seducción de la chica Bond y el final en la base secreta. Hasta el vodka Martini, mezclado, no agitado, se funda en códigos. Por eso, Bond es un personaje perfecto para mi libro.
—¿Esa libertad que te tomas como escritor para aprovechar elementos de la cultura de masas es también una enseñanza de Barthes?
¡Por supuesto! El primer libro suyo que leí fue “Mitologías”. Allí analiza los elementos de la cultura popular utilizando las herramientas del análisis literario.
—Una de las características de los teóricos franceses era su capacidad para intimidar verbalmente. Para ellos, el lenguaje es parte de la construcción del poder...
Esa es la teoría del libro: que el poder es el lenguaje. Y no solo ellos. Creo que esa intimidación es bastante francesa. Noam Chomsky contaba que alguna vez le preguntó a Foucault por qué hablaba tan complicado. Y él le respondió: "Si no lo hago, en Francia no me tomarían en serio".
—¿Por qué crees que es tan francés ese fetichismo del lenguaje?
No lo sé. Nací con eso y para mí es natural [ríe]. En serio, estoy convencido de que quien tiene el poder es quien domina el lenguaje. Y no solo en Francia. En todas partes y en toda época. Prueba de ello es que si hoy quieres dar un golpe de Estado, lo que se debe hacer es tomar el control de la televisión y el Parlamento: los dos lugares donde el poder formula el lenguaje.
MÁS INFORMACIÓN
Binet en la FIL Lima
Lugar: Feria Internacional del Libro de Lima. Sala Ciro Alegría. Parque de los Próceres, Jesús María.
Cuándo: Viernes 4 de agosto, 7 p.m.
Participan: Fernando Carvallo y el autor.