Barranco, enero 28 del 2021. Puente de Los Suspiros. José Antonio, el acompañante de Chabuca Granda en el parque que lleva su nombre amaneció descabezado este jueves. Personal de Ornato de la Municipalidad de Barranco restauró el daño. Foto: JUAN PONCE VALENZUELA para El Comercio.
Barranco, enero 28 del 2021. Puente de Los Suspiros. José Antonio, el acompañante de Chabuca Granda en el parque que lleva su nombre amaneció descabezado este jueves. Personal de Ornato de la Municipalidad de Barranco restauró el daño. Foto: JUAN PONCE VALENZUELA para El Comercio.
/ JUAN PONCE VALENZUELA
Czar Gutiérrez

Con jipi japa, pañuelo y poncho plomo de alabastro, por esa placita cabalga plácidamente José Antonio. Hace 7 años que ha llegado a Barranco para escoltar a Chabuca, a la flor de amancaes y a los enamorados que se toman fotos con el Puente de los Suspiros como telón de fondo. Sobre esos cuatro cascos cantando y ese extraño andar del paso llano gateado, cuán elegante y garboso sujeta la fina rienda de plomo. Qué dulce gobierna el freno. Y esas cintas de sulfato cálcico hidratado con las que da quiebres graciosos al criollo berebere. Y mientras corre la mañana su recuerdo juguetea. En realidad, es lo único que juguetea porque la cabeza del jinete ha bajado de los cielos, ha rodado por los suelos.

Hoy a primeras horas de la mañana, la estatua de José Antonio que forma parte de nuestro patrimonio cultural, ubicada frente a la Ermita de Barranco, fue decapitada por razones que nos encontramos investigando”, señaló la Municipalidad de Barranco apenas las redes sociales y su ubicua red de corresponsales ad honorem informaron al culto público que, efectivamente, la cabeza del célebre chalán había sido arrancada de cuajo. La barbilla astillada y el ala del sombrero partido en dos advertían la ferocidad del ataque. Y mientras la municipalidad investiga las razones de la sinrazón, procedemos a recordar al célebre jinete que felizmente recobró la caja craneal y sigue escoltando a Chabuca.

Aromas de mistura

Mi plácida niñez transcurrió en la quebrada de la Bajada de los Baños del Barranco, balneario sobre el Pacífico a ocho kilómetros de Lima”, escribió alguna vez la cantautora, que había llegado al distrito bohemio en 1925 para no irse jamás: su fina estampa se eterniza tanto en el paseo que lleva su nombre —ese que sale del parque y conduce a las escaleritas del Puente de los Suspiros—, como en la breve explanada que se extiende frente a la iglesia de la Ermita, territorio que ella gobierna con mirada altiva mientras el jinete hace lo propio con su caballo, aquel del paso peruano. Esa es la frase que aparece escrita en la placa de bronce que conmemora la llegada de ambas efigies esculpidas por el artista ayacuchano Fausto Jaulis.

Cosa que ocurrió el 31 de octubre de 2003. Tanto Chabuca como el monolito bifronte de 2 metros de alto y 220 kilos de peso descendieron de un tráiler hasta estacionarse trabajosamente en ese espacio inaugurado en simultáneo. De esa manera Barranco hacía justicia tanto con nuestra compositora de bandera —quien desde los 5 hasta los 12 años vivió en un rancho de la Bajada de los Baños— como con el ingeniero agrónomo José Antonio de Lavalle y García (1888 - 1957). Descendiente de condes y marqueses, hijo de diplomático y sobrino del presidente Manuel Pardo y Lavalle, José Antonio era perito en industria ganadera, mejoramiento de pastos, cultivo de algodón y aplicaciones del guano de isla.

Pero su verdadera pasión tenía un solo nombre: criador de caballos de paso peruano. Y por eso recibió la Orden del Sol. También fue nombrado Caballero de la Orden de la Corona de Italia y la Orden al Mérito de Chile. Sin embargo, su gloria mayor la alcanzaría post mortem cuando sus íntimos amigos le hicieron un homenaje. Allí estuvo don Eduardo Granda San Bartolomé y su hija, la joven poeta y cantante. En el momento cumbre, la señorita Granda agarró una guitarra, pidió la palabra y dijo: “Para ti, José Antonio, tu canción”. Dicen que su voz fue declinando en el camino. Que sus dedos se congelaron en el diapasón. Que su voz terminó por quebrarse. Y que ocultando una lágrima se marchó.

De paso llano gateado

Tiempo después, uno de esos domingos que iba a almorzar a casa de los De Lavalle, le diría a Sara, la viuda: “Voy a cantar sólo para ustedes”. Y entonó a capela una sucesión de versos pulcros, eufónicos y refinados: “Tú, mi tierra, que eres blanda / le diste ese extraño andar / enseñándole el amblar / del paso llano gateado / siente cómo le quitaste / durezas del berebere / que allá en su tierra de origen / arenas le hacían daño”. Escrita en 1957, el peculiar tondero encontraría su versión final en la pista B3 del LP “Dialogando” (Iempsa – Odeón) que Chabuca y Óscar Avilés lanzarían en 1967.

Y si bien la efigie solitaria de María Isabel Granda y Larco atraviesa incólume el tiempo en el paseo bonaerense que desde 1993 lleva su nombre, así como en la Plaza de Chabuca Granda en Madrid —inaugurada en 1994 con un concierto de María Dolores Pradera, Betty Missiego y Nati Mistral—, será en el municipio de La Reina, ubicado en el área metropolitana de Santiago de Chile, donde también la acompañan José Antonio y su corcel. Claro, se trata de una réplica exacta del conjunto monumental barranquino. La única diferencia es que allá jamás atentarían contra quien hizo de su vida una obra de arte.

Don Fausto, el alarife

Como todos los escultores de la zona —Pomabamba, Chacolla, Canchacancha y Chuschi en Ayacucho—, el hombre trabaja sobre alabastro, sedimento de origen volcánico de color blanco traslúcido. También usa piedra checco, granito y laja. Pero lo suyo es el llamado mármol andino. De sus manos brotan animales míticos, caballos y ninfas. También el Cristo Blanco de Acuchimay, que extiende los brazos sobre su pueblo de Carmen Alto. En sulfato de cal también ha perpetuado a José María Arguedas, a Chabuca Granda y a su chalán recientemente decapitado.

Él es Fausto Jaulis Cancho, maestro escultor oriundo de Huamanga que, en gesto insólito, alguna vez edificó un Fujimori sin dueño que los pobladores de la comunidad ayacuchana de Pacaicasa hicieron suyo. Sudaron la gota gorda para estacionar aquellos 360 kilos de bronce en la cima del cerro Tantaorco esperando que el entonces presidente los visite y construya una represa. No ocurrió ni lo uno ni lo otro.

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