Vestida con una túnica blanca que se desliza hasta sus pies, un artista se aproxima sigilosa por detrás de una multitud que observa fijamente un escenario vacío. El recinto yace en penumbras, sin música ni susurros perceptibles. El silencio se corta con una ráfaga de sonido y una luz focal se dirige a la recién llegada. Su vestuario resplandece, deslumbrando por un instante las miradas. En un rincón, un hombre se postra de rodillas y, en un coro de exclamaciones, el público se precipita hacia su presencia radiante. Anhelan tocarla, pero no se atreven. Gritan.
Destaca su cabeza desnuda, pulida, así como sus grandes labios carmesí y unas cejas caricaturescas. Sasha Velour extiende sus brazos y muestra una sonrisa benévola. Abre las palmas, como gesto de aprobación para ser acariciada, y se abre paso entre el público para ascender al estrado. Este es su espectáculo, y esta entrada acontecía tras un “Intermission”, un descanso de medio tiempo.
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Para muchos puede ser una desconocida, pero dentro de la comunidad queer Sasha Velour es un profeta del drag. No es exageración. La ganadora del famoso reality RuPaul’s Drag (novena temporada) usa su arte para brindar un mensaje político y filosófico e inspirador a aquellas almas que buscan liberarse de la heteronormatividad. “Tu expresión, tu género, o cualquier cosa que piensas que pueden ser tu limitación, en realidad pueden ser un gran motor para robustecer tu fuerza. La vida es muy corta y muy larga para no vivirla a tope”, fue uno de los discursos con los que inició su espectáculo en Lima el pasado miércoles por la noche.
Sasha no es bailarina, ni comediante y mucho menos cantante. ¿Entonces qué hace sobre el escenario? Simple: lipsync. Un arte que consiste en sincronizar los labios al ritmo de las letras de una canción. Es gracias a esa habilidad que ganó 100 mil dólares en un reality estadounidense. Pero su show va más allá. si tuviésemos que ponerlo en palabras es ilusionismo, videoarte, actuación dramática, y cómo no, glamour.
La intensidad es progresiva. Antes de mostrar los límites creativos de su propuesta, posa y modela mientras “Edge of Seventeen” de Stevie Nicks suena en el ambiente, aparece enfundada en un sastre de leotardo en “Come Rain or Come Shine” de Judy Garland y recibe la “descarga eléctrica” de un rayo para interpretar una juguetona coreografía con “Deceptacon” de Le Tigre.
La narrativa no tiene fisuras, Sasha explota los recursos a su disposición. A menudo interactúa con los videos que se proyectan sobre una tela blanca, agregando acción a la presentación. Además, las canciones, el vestuario, las pelucas, los objetos y las luces; todo en conjunto crea un juego interminable que distorsiona la realidad. Pura magia técnica.
Entonces, una pausa. Se ven rostros estremecidos, consternados y uno que otro sonriente. Cuando la drag reaparece, el recinto vuelve a cobrar vida casi literalmente, pues el sonido de un corazón palpitante, otro de los recursos auditivos de esta queen, reanuda el espectáculo. Es la introducción de “Cellophane”, de Sia.
Sobre el caftán blanco que envuelve a la artista se proyecta un vídeo que exhibe su propio rostro, no impasible, sino “cantando”. Sus gestos faciales son desgarradores, pero aún más impactantes son los movimientos de su cuerpo, que se revelan por breves instantes cuando sombras y líneas blancas reemplazan la imagen, mostrando a una Sasha vulnerable.
El apogeo de estas emociones se revela con “Child In Time” de Deep Purple. Ella aparece en un vestido color oro, y recuerda a una entidad divina alienígena. Sus dedos puntiagudos se deslizan sobre su cuerpo, y emula los clamores de la canción. Permanece inmóvil. Surge una proyección más, la de un hombre que grafitea su semblante. ¿Y después? Más pigmento mancha su ser. La luz circular, amarilla como una luna, que hasta entonces la había iluminado, se desvanece, solo para resplandecer de nuevo segundos más tarde. Ella retorna sin manchas, e incluso, unas alas se despliegan desde sus hombros. Ha renacido, fortalecida. Vuela por lo alto. Etérea, majestuosa.
Con un semblante perplejo alguien susurra: “Siento que estoy en Marte”, y tal metáfora encapsula toda la experiencia. Las luces del local se encienden y Sasha anuncia el fin del show. Agradece a todos los que acudieron al lugar para luego desaparecer de escena. Un gran número de personas se alza de sus asientos, aplaudiendo, algunos llorando. Otros, abrumados, no lograr erguirse ni hacer ningún movimiento.
Vestidos de negro, el staff hace su ingreso para limpiar el lugar. Y como un último guiño, se proyecta una réplica de la artista barriendo junto a ellos. Velour es un género en sí mismo, y, definitivamente, una pieza de arte. Podríamos agregar que es una reina, pero ese título ya lo tiene ganado.
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