Beethoven se arrastra por el suelo. Grita. Quiere que las notas suenen más rápido, acentuadas hacia el final. El piano suena a su comando. Cambia de idea: la melodía tiene que presentarse de forma más pausada. Las dinámicas fluyen, rebalsan de su mente.
Beethoven sigue gritando, con un dolor propio de quienes dan a luz melodías inconcebibles. Pero su clamor no es de alguien que disfrute la fecundidad: es el de un hombre que todavía no ha exprimido todo lo que puede de un escueto vals y que está a punto de aislarse del mundo. Las ideas no lo han abandonado, su oído sí.
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A la incomprensión de una sociedad que lo tilda de loco, se suma el miedo a no lograr su cometido. Hasta ese momento, las variaciones escritas para un solo motivo musical llegan a 32 y él quiere superar la cifra. Para ello ha tomado el vals de Anton Diabelli, y no sabe cuándo terminará la empresa. Pero hay seguridad en su mente ya desequilibrada: quién más sino él para protagonizar una historia que hasta la fecha genera interrogantes.
Así se le ve en “33 variaciones”, obra que ya se monta en el C.C. PUCP bajo la batuta de Lucho Tuesta y Marco Mühletaler. A punto de perder la cordura, Beethoven (Roberto Moll) hace todo lo posible para continuar. No importa que se quede sin su amigo y aliado Anton Schindler (Gustavo Mayer) o que esté al borde del desahucio. La obra lo trascenderá.
—El primer genio—
Él fue el primer ‘rockstar’. Hijo predilecto del romanticismo, el mundo no había conocido a nadie como él. Hasta su llegada, los músicos trabajan para una corte y sus obras servían para amenizar chácharas y comilonas. Ellos, al terminar su acto, cenaban lejos, junto a la servidumbre. Semejantes insultos a su arte no fueron tolerados por él porque, como reza la frase que se le atribuye, habrá miles de príncipes, pero Beethoven solo uno.
“Con el romanticismo alemán, que se inicia con la publicación de ‘Werther’ de Goethe, nace el héroe que sufre, aquel que dice que la sociedad no lo entiende porque es un ser superior”, cuenta el especialista en música clásica, Ramón Gener. Continúa: “Eso que empieza con la literatura, llega más tarde a la música con Beethoven. Él es el primero que dice ‘yo soy un genio y ustedes son los aristócratas, páguenme porque yo soy el creador’. Es el primero que consigue el primer contrato vitalicio con la aristocracia vienesa en el que le pagan para que escriba lo que quiera, cuando quiera, del modo que quiera, y si quiere. Es el primero al que se le reconoce como genio creador”.
Pero el Beethoven de “33 variaciones” no es el mismo de su juventud. Su personalidad sigue intacta, pero los años y la sordera lo han convertido en una sombra de lo que fue, una versión patética.
—Todas las aristas—
“33 variaciones” no solo gira en torno a la obsesión del genio alemán, sino que también retrata las de otros personajes. Está la difícil relación entre una musicóloga (Martha Figueroa), que busca descifrar por qué Beethoven eligió la pieza de Diabelli; su hija (Patricia Romero), una chica que cambia de oficio a cada rato y que quiere amistarse con ella; y el mismo Diabelli (Ricardo Velásquez), un editor de música que no se aguanta y ya quiere publicar lo que el maestro ha hecho con su pequeña obra.
Lucho Tuesta y Marco Mühletaler, directores de la puesta en escena, coinciden en darle una mirada distinta a la obra. Para ellos, el autor (Moisés Kaufman) no quiere necesariamente hablar de la obsesión de sus personajes.
“Creo que estas historias son un pretexto para hablarnos de la trascendencia –anota Mühletaler–. Beethoven la buscaba y lo dijo claramente en el Testamento de Heiligenstadt. Allí, él habla de su necesidad imperante por dejar algo, por pasar a la historia, pero no lo hace por ego, sino porque quiere dejar una huella en la música. Cada uno de los personajes está en esa misma búsqueda”.
“Hemos llegado a la misma conclusión –agrega Tuesta–, pero, particularmente, también tendría en cuenta a las variaciones en sí. Creo que todos tenemos la capacidad de ser una mejor versión de nosotros mismos constantemente y las variaciones son una metáfora de ello. Son una forma de decir que aun cuando nuestras vidas están llenas de momentos fugaces, efímeros, nos permiten apreciar la belleza y son experiencias que nos enriquecen y animan a ser mejores personas”.
Más información
Lugar: Centro Cultural de la PUCP. Dirección: Av. Camino Real 1075, San Isidro. Horario: de jueves a lunes, 8 p.m. Entradas: Teleticket.