Ivan Benet en la versión presencial de "Informe para una academia". (Foto: Alianza Francesa)
Ivan Benet en la versión presencial de "Informe para una academia". (Foto: Alianza Francesa)

Frente a una asamblea de científicos, Peter el Rojo toma la palabra. Han venido a contemplarlo y escuchar su testimonio, y es consciente, sobre todo, que los ojos del mundo civilizado se posan sobre él. El mono que dio el salto hacia la humanidad expone su proceso de transformación.

Esta no es la primera vez que el español Ivan Benet deja de lado su humanidad para convertirse en un simio que ríe, piensa, sueña y se burla de los humanos en “Informe para una academia”. De hecho, Benet llegó a Lima en el 2016 para la primera edición del ; y, ahora, repite el plato con una versión virtual, ad hoc a los tiempos.

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Inesperadamente, el Zoom añade cierto realismo a la propuesta: hace un año que cerraron las salas y la copresencia física parece haber sido olvidada, en tanto que la naturalización de la virtualidad se abre paso. A este punto: ¿a cuántas conferencias similares habremos asistido? Benet detecta esa percepción –que destaca con movimientos de cámara mínimos– e invita a simpatizar con el protagonista, en tanto que hace gala de los años que viene trabajando el mismo papel. En el escenario –la pantalla–, no caben dudas de que Peter el Rojo es un mono-hombre que da una conferencia.

En los 50 minutos que dura la puesta en escena, es evidente que Peter se sabe especial y bastante más brillante que otros humanos. De ahí su descargo frente a los críticos que cuestionan su grado de evolución. ¿No es acaso bajarse el pantalón frente a las visitas muestra de una vigente naturaleza de simio? Su excusa: se los puede quitar cuando le venga en gana, porque no se trata de exhibir los genitales sino de contar la anécdota del disparo que recibió en el trasero cuando lo capturaron en la Costa de Oro africana. Y allí se hace evidente el tema que nos congrega: la libertad.

No deja de ser curiosa la decisión de Franz Kafka, autor de “Informe para una academia”: ¿por qué mostrarnos un personaje tan similar a Gregorio Samsa de “La metamorfosis”? Se aceptan opiniones contrarias, pero cuestionemos la presunta casualidad. En ambos el absurdo verosímil se destaca, en tanto que sus profundas humanidades aterrorizan. Así es vivir la tragedia de ser, ser otro y nada.

Pero el Peter de Benet se hace querer con bastante más facilidad que Samsa, en un ejercicio en el que importa mucho la distinción de especies. El mono, finalmente, es un primo lejano, así que todo lo que comparte se toma con una distancia que resuena en lo profundo. En ciertos momentos, ¿los humanos no nos comportamos como simios? Peter también, como cuando tiene encuentros privados con una chimpancé semiamaestrada. ¿No nos arrepentimos luego de convertirnos en animales? A Peter le sucede lo mismo cuando, después de la faena, ve en su pareja la insoportable demencia animal. ¿No tenemos la infinita capacidad de aprender? Pues Peter eligió a sus maestros y aprendió y aprendió hasta estar seguro de sí mismo, y, aun así, está declarando frente a una asamblea de científicos. Lo hace, finalmente, por obligación. Y no hay forma de salir: si bien se esforzó por descartar la vida en un zoológico, sigue dentro una jaula, solo que con el permiso de alcoholizarse hasta sus anchas.

Benet es capaz de guiar al público por lo que parece ser un informe sobre la imposibilidad de ser libres, utilizando recursos mínimos –un vino, copas, pequeños muñecos con forma de monos–, que agregan tintes de comedia e intriga. En tanto, los primeros planos son el gran aliado del catalán: sus gestos simiescos ayudan a convencer al público de que Peter el Rojo existe, que está cautivo al frente de sus ojos, y que quizás, no tan en el fondo, se parecen a él.

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