No era de acero, era de cristal. Pero voló un buen rato. Exactamente 66 años. Su icónico perfil extraterrestre se delineaba de azul y rojo en la aceitosa densidad del Jr. de La Unión, donde aterrizó con una capa y un escudo en forma de ‘S’ en el pecho. Descubierto y adoptado por una pareja de vecinos de La Reja —quinta que ocupa dos manzanas y alberga a cien familias a la altura de la cuadra cinco del Jr. Maynas de los Barrios Altos—, fue criado con el nombre de Esteban Abel Chavez Martínez bajo un estricto código moral: “a luchar por la justicia, a luchar por el amor, a luchar por el Perú”.
Cuando el joven Chávez comenzó a mostrar habilidades que no eran de este mundo, decidió usarlas en beneficio de los terrícolas. Esto es, durante 20 años ejerció como seguridad particular, guachimán, labor que en sus ratos libres alternaría con su verdadera pasión, el arte. Una vez se disfrazó de Rodolfo Valentino. Y otra como Carlos Gardel. También se probó como Che Guevara. Y si bien sus mayores logros ocurrieron en 1978 bailando como John Travolta —ganó dos veces el concurso de Guido Monteverde en el coliseo Amauta—, advirtió que El Zorro calzaba perfectamente con su búsqueda de identidad secreta y justicia social. Pero cuando la magia radiactiva de Glostora dibujó un rizo perfecto en su frente, quedó plenamente convencido de que podía volar.
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PISTA DE DESPEGUE
“A ver, a ver, ¿quién quiere tomarse una foto con Superman antes de que levante vuelo?”, decía. No era un pájaro, no era un avión. Corrían los violentos años ochenta cuando el jirón de la Unión ya era pasto de ambulantes, casas de cambio y comida recalentada ideal para comer así, al vuelo. Sobre esa supercongestionada pista de aterrizaje el joven Abel ‘Avelino’ Chávez (Lima, 1954) empezó a probar sus superpoderes. Invulnerabilidad, fuerza sobrehumana, percepción extrasensorial, invisibilidad, precognición, teleportación, cambio de forma y, por supuesto, vuelo. Todo lo cual —si consideramos los bombazos y una galopante inflación que surcó los aires hasta la estratósfera: 2.178,49%— tuvo necesariamente que haber funcionado. Superman sobrevivió.
“El traje azul, las botas, el cinturón amarillo y la capa roja de gabardina yo mismo las mandé a hacer según mi gusto, según mi propia idea del personaje. Después me regalaron una capa grandaza con su logotipo atrás, ahí la tengo en mi casa, grandaza, somos de Estados Unidos, te hemos visto en un reportaje y te traemos la capa verdadera de Superman de Hollywood, ah qué bien dije y me la guardé, gracias, gracias. Yo me diseñé esta capa, ya está desteñida pero en los reportajes sale bien roja”, declaraba hace cinco años a la prensa. Se refería al reportaje de una cadena norteamericana que lo había presentado ante la comunidad hispana de ese país: “Univision talked to Superman in Peru” (2012).
Para entonces ya tenía muchas horas de vuelo en las televisoras nacionales. Periódicamente lo visitaban en sus diferentes centros de labores ubicados en el casco histórico. Volaba y volanteaba. Así, todos fuimos testigos tanto de su inquebrantable lucha por la justicia como de sus ojos, esos que tienen rayos X. Esos que escupen rayos cósmicos. Su ‘a veces se me nubla la vista’ fue trocando paulativamente a una gradual pérdida de visión que el hospital de la Solidaridad diagnosticó como glaucoma. “Han habido fuerzas ocultas de rayos láser que están acabando con mis poderes”, le dijo a la televisión hace 5 años. “Así bromeo con mi mal. Quisiera llorar, pero no lloro”, decía.
Tal vez lo hizo cuando la productora Tondero le extendió un billete por protagonizar un cameo en la película “Asu Mare”. “Me llevaron hasta la Universidad Agraria de La Molina para filmar una escena, pero solo me dieron cien soles. Yo les pedí algo más. Quería curarme los ojos y se lo dije a los productores.", declaró en noviembre del año pasado. “[Participé también] en un videoclip de Raúl Romero. Para pagarme buscaron en su bolsillo y solo me dieron 8 soles. Nunca ha habido justicia con el hombre de la justicia”. El rizo en su frente nunca declinó.
ACERO INOLVIDABLE
Justicia poética sí, a raudales. Una impresionante colección de reportajes abultaba de manera francamente exagerada el gastado cartapacio que siempre lo acompañó mientras planeaba por la Ciudad de los Reyes. Por ese cuadrante en damero, su reino en este mundo. Primeras planas, portadas de revistas, reportajes exclusivos, fotografías de todos los tiempos y en todas las poses. Como esa de noviembre del 2002 en la que aparece con los brazos en jarrita, aunque imponente. Ocurrió en el estudio improvisado del fotógrafo Sergio Urday en el cruce de Santa Rosa con Andahuaylas para que los espontáneos se fotografiaran gratuitamente. “Retratos callejeros”, experimento en polaroid, terminó perpetuando su leyenda en 120 cm de alto por 100 de ancho.
Superman lorcho, cholo de acero inoxidable, superhombre de Barrios Altos. Qué no le decían en la calle. Hasta lo importunaban con preguntas existenciales del tipo: Oye Superman, ¿cómo vas a usar lentes si ya estás con tu capa? A lo que el Clark Kent de manufactura nacional respondía con esa sabiduría propia de quien se ha pasado la vida estudiando en la universidad de la calle: es que yo soy dos en uno, como los chiclets. Y a luchar por la justicia, a luchar por el amor. Y pese a que últimamente andaba de capa caída a causa de esa kriptonita llamada glaucoma, que terminó cubriéndolo de sombras y depresiones, Superman nunca perdió el humor. Siempre debe haber un buen menú en la mesa y un buen potaje en la cama, decía. Hace unos días expiró en el Hospital 2 de mayo. El rizo radioactivo en su frente sigue vigilando nuestras calles.
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