Seguro de que la inmensa mayoría de los edificios de Santiago sobrevivirá a un fuerte terremoto, a René Lagos, un ingeniero que está detrás de los cálculos de algunos de los más altos, le encanta mirar cómo se mueven cuando tiembla. 

"¡Todo lo que tenía que caer ya ha caído!", exclama. Por lo que cuando "viene un sismo fuerte, trato de disfrutarlo más que de sufrirlo".

"¡Si me paso la vida diseñando para la ocasión, no puedo ponerme nervioso al punto de no vivirlo!", asegura a la AFP desde el piso 24 de una torre de Santiago, remecida varias veces durante la entrevista.

Chile es el país más sísmico del planeta. Solo en los últimos cinco años ha registrado tres terremotos de magnitud superior a 8, pero es también uno de los más resistentes porque la normativa que regula la construcción exige que el edificio quede en pie para salvar vidas humanas.

Eso hace que la siniestralidad e incluso los daños materiales sean bajos en comparación con otros países también asentados sobre el cinturón de fuego que rodea el Pacífico. 
A menudo, los tsunamis son tan letales como los sismos que los provocan. De las más de 500 personas que perdieron la vida en el terremoto de 8,8 que sacudió Concepción (centro-sur) el 27 de febrero de 2010, 156 murieron ahogadas por la gigantesca ola que provocó.

En comparación, el terremoto de Haití de enero de 2010 de magnitud 7 dejó más de 300.000 muertos y arrasó Puerto Príncipe, la capital.

Aunque existen nuevas tecnologías para minimizar daños en infraestructuras, como los aisladores sísmicos y los disipadores de energía, la mayor parte de las construcciones son tradicionales. Es decir, de concreto armado y acero en cantidades reguladas para que resistan. A ello se suman estudios de ingeniería exhaustivos, que incluyen la calidad del suelo.

"El diseño de ingeniería está totalmente vinculado al diseño de la arquitectura", dice Fernando Guarello, exdirector de la Asociación de Oficinas de Arquitectos.

El Código Civil chileno responsabiliza al empresario por deficiencias en la construcción.


- Con cada terremoto se aprende -

"Daños siempre va a haber, puede que sean poco visibles. Los materiales siempre van a sufrir al estirarse y encogerse", arguye Guarello.

En cierta manera, el terremoto de 2010 fue un campo de pruebas que no sólo reforzó la legislación, sino que contribuyó a mejorar la tecnología y elevar los estándares de seguridad. En la retina de todos está el conjunto de edificios de viviendas sociales que el remezón hizo caer como un castillo de naipes porque el constructor había utilizado varillas de acero más finas de lo que exigía la normativa.

Aunque la ley exige preservar vidas, hoy la gente no se conforma con eso. "Quiere que su bien y el contenido queden también operacionales después de un terremoto", dice Juan Carlos de la Llera, quien desde la Universidad Católica y la empresa que comparte con aquélla, SIRVE, ha patentado algunas de las nuevas tecnologías desarrolladas para minimizar daños.

De los 30.000 millones de dólares en daños que dejó el terremoto del 2010 (equivalentes al 18% del PIB de la época), sólo 9.000 millones, el 30%, estaban asegurados, recuerda a la AFP Angelo Hettich, de Faraggi Global Risk, ajustadores de seguros.


- No hay riesgo cero -

Aunque no existe riesgo cero, la instalación de aisladores sísmicos o disipadores de energía permiten reducir el potencial de daños en 80% y 40%, respectivamente.

Los aisladores sísmicos son la "única opción para que ni el edificio ni el contenido sufran daños", dice De La Llera. El "terremoto deja de ser un problema", asegura.

Pero aunque son obligatorios en edificios públicos como hospitales, sólo menos de un centenar de construcciones en todo el país llevan estos dispositivos de caucho y acero que actúan como los amortiguadores de un vehículo, explica Mathias Kuhrke, de la empresa Vulco, fabricante de los mismos. En caso de descarga energética, solo se mueven estos pilotes flexibles, y el edificio apenas oscila.

Ni siquiera los llevan los edificios más recientes, como el Costanera, que con 300 metros de altura y 64 pisos se ha convertido en icono del Santiago moderno.

Lagos, el ingeniero que disfruta los sismos, compara las nuevas tecnologías a los 'airbags' de los automóviles, que son, según él, un complemento al cinturón de seguridad.

"Los dispositivos de aislación sísmica o disipación de energía mejoran el estándar de desempeño, pero no son indispensables", asegura, antes de garantizar que la esbelta torre "está preparada para resistir cualquier carga sísmica (porque) los estándares de un edificio como éste son muy superiores a las normas".

Actualmente, construye en Santiago el edificio más alto de viviendas de todo el continente con aisladores sísmicos, el Ñuñoa Capital, de 32 pisos (de ellos 4 subterráneos). Un gran desafío.

Mientras De la Llera trabaja en un proyecto para poner aisladores sísmicos en la Basílica de El Salvador, uno de los pocos edificios antiguos que ha sobrevivido a la fuerza de la naturaleza.
Sin duda habrá muchas ocasiones para probar su eficacia.

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