“Ha sido un verdadero periplo”. Al ingeniero agrónomo Haroldo Linares Cambero aún le cuesta creer que esté pronunciando estas palabras rodeado de su familia en el Perú y no desde la lejana isla africana de Madagascar. El peruano logró volver al país a fines de agosto después de una travesía que le tomó 36 días, un trayecto en camioneta, cuatro vuelos y una cadena de complicaciones que hoy, ya en casa, puede recordar con algo de humor.
“Llegó un momento en que pensé ‘que pase lo que tenga que pasar’”, cuenta a El Comercio este iquiteño de 48 años, uno de los miles de connacionales que terminaron varados por el coronavirus. El peruano llegó a Madagascar en mayo del 2019 para trabajar como consultor en un proyecto de una plantación de cacao y desde entonces había viajado intermitentemente entre el Perú y el país africano.
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Haroldo compartió la odisea que significó regresar al Perú con otros dos peruanos, Omar y Alex, a los que él llevó a trabajar a su lado en Madagascar. Hasta donde saben, eran los únicos compatriotas en la nación africana, donde tampoco hay embajada ni consulado de nuestro país.
“Al inicio era una situación extraña. Mientras no podíamos viajar, la empresa que nos contrató (con sede en Italia) nos fue ampliando los contratos. Estábamos tranquilos porque trabajando al menos podíamos ser de utilidad para nuestras familias. Esa fue una primera etapa de resignación, de esperar a ver qué pasaba", cuenta el peruano experto en cacao, que destaca que la compañía nunca los abandonó.
Mientras duró esa etapa, los compatriotas siguieron con su rutina habitual y continuaron con la instalación de una plantación de alto rendimiento de cacao en Madagascar. "Todos los días salíamos a la plantación a las 7 am. Nuestro traslado duraba 45 minutos desde Mananjary hasta la comunidad de Antsenavolo, donde se ubicaba la parcela. Nuestro trabajo era hacer un recorrido por la plantación y hacer el trabajo de injertación, que específicamente les correspondía a Omar y a Alex. Yo verificaba todas las acciones y el manejo de la instalación y la plantación”, cuenta Linares.
Por ese entonces la mayor preocupación de Haroldo era la salud de sus padres y hermanos en Iquitos, donde la ferocidad de la pandemia los había alcanzado. Pero el peruano estaba convencido de que la mejor forma de apoyarlos era continuar trabajando y así lo hizo.
Pese a que la empresa que los contrató había paralizado desde marzo la mayoría de sus acciones por la pandemia, los tres peruanos siguieron cumpliendo sus labores hasta julio. Y entonces empezaron una etapa de movilización en busca de salir de África. "A partir de ahí vivimos una espera interminable por retornar al Perú”, recuerda el ingeniero agrónomo.
Contratiempos
Finalmente, su travesía rumbo al Perú comenzó el 23 de julio cuando los tres peruanos viajaron 12 horas en camioneta desde Mananjary, en la costa este del océano Índico, a Antananarivo, la capital de Madagascar. La consigna era abordar un vuelo rumbo a Ámsterdam, desde donde un avión iba a salir al Perú el 29 de agosto. Pero una confusión en la aerolínea arruinó sus planes.
“Llegamos a la medianoche al aeropuerto de Antananarivo, pero ya estaba cerrado. Entonces empezó la espera por un segundo vuelo. Pero justo esa semana el Perú postergó todos los vuelos programados para instalar los protocolos de seguridad en el aeropuerto nacional”, cuenta el peruano.
Los compatriotas terminaron quedándose casi todo agosto en Antananarivo, primero en un departamento de la empresa que los contrató y luego en un hotel. Hicieron cuarentena todo ese tiempo porque los casos de coronavirus en Madagascar estaban en aumento.
Mientras tanto, Haroldo se comunicaba casi dejando un día con la Embajada del Perú en Sudáfrica –legación que les brindó apoyo todos estos meses– en busca de novedades. Por fin, el 22 de agosto pudieron salir de Madagascar. Volaron a París y luego a Ámsterdam, donde se quedaron cuatro días hasta que consiguieron un vuelo a Madrid. Desde ahí partieron a Lima.
En el camino hubo retrasos, idas y venidas con las aerolíneas, pruebas moleculares, días en hoteles, madrugadas durmiendo en el piso de los aeropuertos y hasta un susto enorme porque casi pierden el último avión. Todo valió la pena el 28 de agosto, cuando, finalmente, aterrizaron en el Perú. “Nunca pensé que el sentimiento de decir ‘al fin en casa, al fin en mi país’ pudiera ser tan profundo, pero sí lo es”, dice Haroldo.
Por fin en casa
Los peruanos llegaron a Lima en un Boeing 707 que vino repleto. Cuando el avión finalmente se detuvo en el aeropuerto Jorge Chávez empezó la expectativa por cómo sería el protocolo sanitario a partir de entonces. Los tres peruanos ya estaban resignados a que, por haber hecho un largo viaje que los llevó a pasar por varios destinos, pasarían varios días en cuarentena antes de que pudieran volver a ver a sus familias.
“Habíamos leído que el protocolo en el Jorge Chávez era el más estricto de todos los aeropuertos en los que habíamos estado. Por eso teníamos nuestra prueba molecular, nuestras fichas de migraciones y de declaración jurada. Teníamos todo hecho. Estábamos listos para que nos dijeran ‘ustedes se van a ir a tal sitio a hacer su cuarentena obligatoria’. Pero llegamos y en el aeropuerto pasamos por unas cámaras de infrarrojo que miden la temperatura, entregamos las fichas, pasamos por migraciones y de pronto ya estábamos afuera”, cuenta el ingeniero agrónomo.
El peruano destaca el caos en el área para recoger las maletas, donde la aglomeración fue total. “No había las benditas autoridades sanitarias rigurosas que esperábamos, nadie nos preguntó de dónde veníamos, cuánto tiempo habíamos estado fuera ni por dónde habíamos viajado. No hubo nada del control que nos imaginábamos”, señala.
Finalmente, Omar y Alex consiguieron pasajes para irse a Pucallpa con sus familias, donde felizmente se encuentran bien. Haroldo, por su parte, decidió someterse voluntariamente a una cuarentena en un hotel y a la prueba rápida, que salió negativa.
Aunque el ansiado reencuentro con su familia tuvo que esperar unos días más, cuando llegó el día la situación fue tan espectacular como inédita. “¡No sabíamos si abrazarnos!", cuenta risueño Haroldo. "El protocolo que siguen en mi casa es bastante estricto y no sabíamos cómo reaccionar. Al principio fue un poco con temor, con un ‘hola’ de lejitos, pero con unas ganas enormes del efusivo abrazo de bienvenida”, relata el peruano.
“Hay una emoción indescriptible por el hecho de retornar en una coyuntura muy difícil. En algún momento alguien me dijo: ‘¿Por qué quieres regresar si allá la gente se está muriendo?’. Pero yo prefería estar donde está mi familia. Con esa convicción hemos vuelto los tres”.
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