Bajo una avenida, en medio de Bangkok, unos aficionados a las peleas de gallos han improvisado un ring. Las apuestas a veces son exorbitantes pero la práctica está permitida en Tailandia, en nombre de la tradición.
Los gritos de los gallos cubren el ruido de la circulación. En torno al modesto ring, unos diez hombres apuestan miles de bahts, el equivalente de algunas decenas de dólares.
"Imagino que es algo genético, porque mis padres también son aficionados a las peleas de gallos", explica entre ellos un electricista de la provincia rural de Loei (noreste) y que apuesta por su gallo "Rojito".
A diferencia de las peleas en Filipinas, los gallos en Tailandia no llevan en las patas una navaja de afeitar, sino una cinta adhesiva que cubre sus garras. Los combates no terminan con la muerte de uno de los dos adversarios y los animales son juzgados por su técnica para pelear.
No obstante, es frecuente que los animales terminen la pelea con el cuello cubierto de sangre o con heridas que requieren puntos de sutura, practicados al momento por sus propietarios.
En Tailandia el único juego de azar legal es la lotería pero las autoridades hacen la vista gorda con las peleas de gallos, invocando una tradición secular.
"Hace más de 700 años que organizamos peleas de gallos", dice Pitsanu Prapatananun, un funcionario del ministerio del Interior, añadiendo que la cría de gallos de pelea permite a las clases populares completar sus ingresos.
En algunos casos, las peleas pueden ser muy lucrativas, con un bote de más de 600.000 dólares.
En octubre, en el estadio "Bangkok cockpit", una sala con aforo para miles de personas, un apostante ganó la suma récord de 22,2 millones de bahts (más de 600.000 dólares).
AFICIONADOS COMO LOS DEMÁS
Los aficionados a esta práctica se consideran aficionados como los demás. "No es violencia, es un tipo de deporte", sostiene Suwan Cheunchom, de 35 años, después de haber ganado 500 bahts en una pelea (14 dólares).
En esta lucrativa industria, los mejores gallos pueden venderse por unos 90.000 dólares, explica Banjerd Janyai, director del "Bangkok cockpit".
Tailandia exporta además estos animales a países vecinos como Indonesia y Malasia, e incluso a otros más lejanos como Francia o Bahréin, asegura.
Aunque los aficionados defienden la voluntad de preservar una cultura ancestral, los grupos de defensa de los animales no ven más que crueldad. "Esto es tortura. Pero la gente que está ahí asegura que el hecho de combatir está en la naturaleza del animal", dice Roger Lohanan, fundador de la Thai Animal Guardians Association.
El año pasado, Tailandia adoptó su primera ley de protección de los animales, después de años de presión de diversas oenegés. Estas lamentan sin embargo que la legislación no se aplique a las peleas entre animales, en nombre de la tradición.
"Hay mucha gente influyente detrás de las peleas de gallos", asegura Lohanan. En Tailandia, los juegos de azar clandestinos son un sector muy rentable, pese al endurecimiento de la legislación anunciado a bombo y platillos poco después del golpe militar de mayo de 2014.
(Fuente: AFP)
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— El Comercio (@elcomercio) noviembre 2, 2015
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