
Después de pasar semanas deshojando margaritas, mencionando que había informes que supuestamente demostraban que el ministro estaba “trabajando” e incluso excusándose en que si lo sacaban a él podía “llegar uno peor”, el martes Fuerza Popular presentó una moción de censura contra Juan José Santiváñez. Hoy, el Congreso debe debatir la destitución del titular del Interior, pero, más allá del desenlace que tenga, el episodio en sí no me parece poca cosa.
Por un lado, porque hablamos de Fuerza Popular, la bancada más numerosa del Congreso que es, a su vez, el principal sostén del Gobierno. Si las bancadas que componen el hemiciclo equivalen a cuerdas que suspenden en el aire a Dina Boluarte evitando que se estampe contra el suelo, entonces el fujimorismo vendría a ser la cuerda más gruesa; por sí sola es incapaz de sostenerla, pero nadie duda de que, si se parte, las otras pronto empezarán a hacerlo. Y, del otro lado, porque quien está al frente no es un ministro cualquiera. Juan José Santiváñez ha sido más que nada un operador de la presidenta, dispuesto a ensuciarse las manos para amedrentar a sus enemigos (desde la Diviac hasta la fiscal de la Nación) y, especialmente tras la salida de Julio Demartini, uno de los pocos escuderos que le quedan. Hoy, Boluarte no necesita gestores, necesita alfiles y, en ese sentido, privarle quizás no del más vocinglero, pero sí del más inescrupuloso es a todas luces un mensaje.
Pero la caída de Santiváñez no es lo único que debe de preocupar a la mandataria en estos días. Mientras esta se prepara, la prensa ha venido reportando avances importantes en la investigación del Ministerio Público sobre sus cirugías que amenazan con tener el efecto de una bomba de racimo.
“Hildebrandt en sus trece”, por ejemplo, ha revelado que Mario Cabani, el médico que la operó a mediados del 2023, ha ofrecido colaborar con las investigaciones y que, para ello, sus abogados han entregado información que demostraría que la presidenta se sometió en total a cinco intervenciones, que estas la mantuvieron inoperativa por mucho más tiempo del que su defensa legal ha reconocido y que, como pago, el cirujano no habría recibido dinero, sino la posibilidad de nombrar a sus recomendados en puestos clave. De confirmarse esto, más allá de las discusiones sobre posibles delitos, estaríamos ante una verdad incontrovertible: que la presidenta le mintió al país cuando aseguró que la operación a la que se sometió fue por fines médicos y no estéticos.
“Cuarto poder”, por otro lado, ha difundido el presunto reporte operatorio de Boluarte en la Clínica Cabani, que detalla cada una de las intervenciones a las que se sometió, el tiempo que tardaron en practicárselas y los médicos que tomaron parte en ellas. El documento habría sido ignorado por la presidenta que, según Patricia Muriano (su exasistente), fue muy diligente para asegurarse de que se llevaba consigo su historial médico, pero olvidó que ese no era el único rastro de su paso por el quirófano.
Para complicar su situación, Muriano, según “Hildebrandt en sus trece”, tiene previsto declarar ante la fiscalía a finales de marzo y no sería la única excolaboradora de la presidenta dispuesta a contar todo lo que sabe.
Por último, están las ‘selfies’ que Boluarte mandó a alguien muy cercano para mostrarle los resultados de las cirugías. Latina, que ha difundido tres fotos (una cuarta fue publicada por Willax), ha contado que la persona que entregó las imágenes a la fiscalía también está dispuesta a colaborar con la investigación. Y el hecho de que desde el Gobierno se hayan apresurado en afirmar que son producto del Photoshop o de la inteligencia artificial sugiere que las fotos tienen mucho más para mostrar de lo que revelan a simple vista.
Sería realmente insólito que el Gobierno termine cayendo por un puñado de intervenciones estéticas. Aunque, por supuesto, en el Perú todo puede cambiar de una semana a la otra y lo que hoy se ve como un régimen terminal mañana bien podría lucir más saludable que nunca. Creo, sin embargo, que los sucesos de los últimos días –especialmente los reacomodos en el hemiciclo– sugieren que estamos ante una administración que, para no salir de la metáfora, ha pasado del quirófano a la sala de emergencias.

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