“¡Hagan lío!” fue una de las frases más icónicas del papa Francisco y que definió su pontificado. Lo dijo repetidas veces, sobre todo ante los jóvenes. Y sí, fue el Papa “del lío”, el que armó alboroto, el que llegó desde el fin del mundo para despercudir a una Iglesia que pasaba por una severa crisis de credibilidad, con escándalos de abusos, corrupción y cada vez más alejada de la realidad, que ya no tenía “olor a oveja”.

En una sociedad tan polarizada, donde no hay grises, ese lío significó dos cosas distintas para ambos lados irreconciliables. Así, Francisco fue un progresista radical que quiso cambiar la tradición e incluso los dogmas, algo inaceptable para los sectores más conservadores que nunca le perdonaron las reformas que fue emprendiendo.

Eso incluso provocó una oposición furibunda de un grupo de cardenales y arzobispos –pocos, pero ruidosos– que le mandaron dos veces una serie de preguntas –llamadas dubias– con el fin de ponerlo en aprietos y cuestionar sus acciones.

Jorge Mario Bergoglio, un cura jesuita del barrio de Flores, fue un arzobispo y cardenal sumamente político en Buenos Aires –se enfrentó al propio Néstor Kirchner– que supo identificar a sus oponentes y sus aliados. Ya como Francisco, en el camino fue neutralizando enemigos, mandándolos a diócesis lejanas o quitándoles beneficios, y abogando por una Iglesia más universal, descentralizada y pastoral.

Sus críticas al capitalismo, a las políticas de criminalización de la migración, su defensa del medio ambiente, su acercamiento a la comunidad LGTB, a los divorciados y a los pobres entre los pobres pisaron demasiados callos. Fue mucho lío.

Sin embargo, para el otro lado del espectro, lo que emprendió no fue en absoluto suficiente. En medio de la vorágine de textos y videos que se han publicado en torno al legado del Papa, no son pocos los que cuestionan lo que no hizo. Le reclaman que no abolió el celibato sacerdotal, que no permitió que las mujeres oficien misas o salgan de su rol complementario en la Iglesia y que, en la práctica, hizo más ruido que acciones efectivas.

Sí, la Iglesia aún necesita muchos cambios, pero no los que todos quisieran desde su perspectiva ideológica. Pedirle tanto a una sola persona es, por lo menos, irreal y desproporcionado. En 12 años, Francisco hizo bastante más de lo que se hubiera esperado dentro de una institución tan compleja como la Iglesia Católica. Lo que sí logro fue que muchos –y me incluyo– miráramos de nuevo con ojos de agrado a esa Iglesia que nos había decepcionado ante el encubrimiento de abusos y derroche de dinero, olvidándose de su misión principal: predicar lo que Jesús enseñó.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gisella López Lenci es periodista

Contenido Sugerido

Contenido GEC